martes, 30 de enero de 2024

Breve serie monográfica sobre la MONARQUÍA ASTURIANA PARA AMIGUETES.

 

Querido AMIGUETE.

Retomo los envíos que durante tanto tiempo he estado realizando a quienes os considero AMIGUETES, ahora con el tema del Reino de Asturias.

Como hay bastantes AMIGUETES nuevos, dedicaré unas líneas para explicar en qué consiste esto.

Todos los jueves desde el próximo en adelante, os enviaré una información de carácter histórico sin otro ánimo que el de la divulgación. En algunos casos serán para ti informaciones nuevas y en otros serán un simple recordatorio, pero no pretendo ser un historiador. A todo esto, que vengo haciendo desde el año 2011, le llamo en general HISTORIA PARA AMIGUETES porque pretendo realizar mis comunicaciones, sin perder rigor, en un tono similar al que utilizarían dos amiguetes en una conversación en la barra de un bar


 

Cada envío semanal, salvo alguna excepción, no tendrá más que 4 páginas porque la experiencia me dice que es el máximo que alguien me puede aguantar a la semana; más páginas mías sé que resultan insoportables.

Aunque el texto está registrado, estás autorizado a pasárselo a tanta gente como quieras, la única prohibición es que se gane dinero con mi trabajo.

Así que, ya desde el próximo jueves empezarás a recibir semanalmente los 14 capítulos de que consta esta breve serie monográfica sobre la MONARQUÍA ASTURIANA PARA AMIGUETES.

Bienvenidos los nuevos y bien hallados los veteranos.

Canel

Enero 2024

jueves, 10 de agosto de 2023

CONCLUSIONES A MODO DE DESPEDIDA DE UN CASI MONARQUICO


Una aclaración antes de cerrar esta serie sobre la 1ª República Española. Yo no soy republicano, de acuerdo; pero tampoco creo ser monárquico.

No encuentro razones definitivas para ser una cosa u otra aunque, para ser sincero estoy más cerca de la monarquía que de la república.

La principal crítica que se le hace a la república en España es lo desastrosos que han sido los resultados en sus dos experiencias republicanas, pero tampoco es que los monarcas españoles se hayan hecho acreedores a estruendosas ovaciones desde el siglo XVII: Felipe III fue un abúlico mórbido, Felipe IV un obseso sexual, Carlos II un ser “hechizado”, Felipe V un psicótico incapaz de gobernar; Luis I un niño, Fernando VI un depresivo bipolar, Carlos III una rara excepción en el canon monárquico español, Carlos IV un débil incapacitado para gobernar siquiera su propia familia, Fernando VII un bellaco, Isabel II una erotómana, Alfonso XII conseguiría la estabilidad a base de pucherazos en las urnas y Alfonso XIII toleró (si no promovió) una dictadura.

Se comprenderá que me cueste bastante esfuerzo declararme monárquico, pero alguien, tras explayar yo una enumeración parecida a la que acabo de hacer, me dijo que eso demuestra la fortaleza del sistema monárquico, que es capaz de flotar por encima de la calidad de los propios reyes. Puede ser.

Las críticas a la monarquía se encierran en dos. Por un lado lo costosa que es la corona. No sé; no alcanzo a ver qué gastos “superfluos” ahorraría la república. ¿Es que los republicanos dejarán de cuidar los jardines de la Sabatini? ¿Es que se licenciará a la Guardia Real y se enviará a sus miembros al paro? ¿Es que piensan derruir el Palacio Real y construir apartamentos sociales? (Recordaré que don Manuel Azaña trasladó allí su residencia) ¿Es que se van a eliminar los ágapes en honor de las visitas de mandatarios extranjeros de primer nivel? De verdad que no entiendo dónde estaría el pretendido ahorro. Y ello sin contar el costo económico añadido que supondrían unas elecciones presidenciales cada cuatro o cinco años.

La otra crítica es la marginación del pueblo en el proceso hereditario. Bueno ¿Y qué? ¿Es que cada cuatro años cambiamos de bandera, o de himno, o de nombre de la nación? Entonces, ¿Por qué cambiar de Jefe de Estado?

Si el Jefe del Estado se limita a cumplir lo que hoy es el título II de la Constitución, es absolutamente indiferente cuál sea su procedencia. Lo sustantivo es, sobre todo, su capacidad (y actitud) de arbitrar con absoluta imparcialidad. Si se me garantizase la neutralidad del elegido, a mí me daría igual que fuese cooptado entre los monjes de Burgos que entre los delineantes de Oviedo. A mí y a cualquiera que se dé cuenta de que no gobiernan ni un rey constitucional ni un Presidente de la República.

Naturalmente que la monarquía incorpora una dificultad en principio; un Presidente, si lo hace mal, puede ser sustituido cada vez que haya nuevas elecciones, mientras que no existen elecciones a monarca. Bueno, eso no es insalvable, pues el artículo 59 de la actual Constitución prevé la incapacidad del rey, así que solo haría falta tipificar las causas de incapacitación e instrumentar el sistema de impeachment. Y esto tendría el mismo vigor para un rey que para otro tipo de Jefe de Estado.

 Me pregunto cuál es el interés de un partido político en que salga elegido como Presidente el candidato presentado por él. ¡Hombre! Todo parece apuntar a que ese partido espera sacar algo en limpio, porque en caso contrario no gastaría sus esfuerzos y su dinero en sentar a “su” hombre en la cúpula de España. Y, desde luego, es difícil que un partido lleve a un tío hasta el poder y luego éste no se vea obligado a “mostrarse agradecido” (acepto que acaso involuntariamente) a quien le aupó. Pero un rey no debe agradecimiento a nadie, por lo que ofrece, en principio, mayores garantías de neutralidad.

Pero lo que más me atrae de la monarquía es que supone un vínculo del ciudadano con España como concepto intelectual, histórico y moral, con sus costumbres, con sus prohombres, con sus símbolos, con sus héroes… Por su parte un presidente evoca sólo al partido que lo encumbró e, inevitablemente, genera un porcentaje más o menos importante de españoles que se siente velis nolis representado por él. Eso, y la periódica división en “dos españas”, es otro costo social adicional del sistema republicano. Recuerdo cómo Santiago Carrillo sobre el año 2000, al ser interrumpido en una conferencia que daba en la Universidad por jóvenes que reclamaban la república, los calló desde el estrado con una sola frase:

-Les recuerdo que si hoy hubiese república el presidente sería Aznar.

La muchachada se calló, porque lo que esperaba era que el presidente fuese “de los suyos”; si no, no querían república. ¿Por qué? ¿Acaso porque no se buscaba la neutralidad en el Jefe del Estado, sino su parcialidad favorable?

Neutralidad y no actuar en el ámbito reservado a los políticos (como equivocadamente hicieron Isabel II, Alcalá Zamora y Azaña): con eso es suficiente. Y si el Jefe del Estado reúne ese par de virtudes, me parece algo absolutamente baladí la forma en que alcanzó la jefatura.

Gracias, AMIGUETE, por leerme y… ¡Hasta la próxima!

EXISTOS PERO SOBRE TODO FRACASOS DE LA PRIMERA REPUBLICA ESPAÑOLA

 


Cuando el pueblo español consiguió echar de España a Isabel II en septiembre de 1868, se abrieron puertas de esperanza para muchos. Pero la realidad puso las cosas en su sitio: España no se dirigía hacia la república como muchos anhelaban, sino hacia otra monarquía.

El proceso fue sorprendente: el pueblo expulsa a la reina, las élites políticas traen a otro rey, la alta burguesía y la nobleza expulsan a ese rey, ahora las élites políticas traen la República y el nuevo régimen se pega un batacazo zancadilleado tanto por las mismas élites políticas que lo trajeron como por el pueblo. Los que habían visto cómo se abrían puertas de esperanza, descubrieron con decepción que, de nuevo, se cerraban.

Así que el proceso histórico de aquellos años no es sino la sucesión de una esperanza (Revolución de 1868), una decepción (Amadeo de Saboya, 1871), una ilusión (1ª República, 1873) y, en fin, un fracaso (Golpe de Pavía, 1874).

El sistema republicano ni fue capaz de solucionar ninguno de los tres grandes problemas que heredó de Amadeo de Saboya (Economía, Carlismo y Guerra de Cuba), ni tan siquiera pudo procurarles algún alivio.

La 1ª República[1] no puede presentar ni un solo éxito, con el agravante de que solo un lustro después de derrumbarse las cosas estaban un poquito más apañaditas, pues habían terminado victoriosamente las guerras Carlista y de Cuba, la economía había mejorado (también es verdad que se partía de un punto muy bajo) y los niveles de inseguridad se habían hecho más tolerables. Eso me lleva a pensar que en 1873 existía alguna forma de meterle mano a todo aquello pero que los republicanos no supieron encontrar ni activar.

Pero claro, si resulta que el enemigo común de los 4 Presidentes del Poder Ejecutivo de la República fueron los propios republicanos, me parecería demasiado exigirles que, además de atender a los problemas habituales de un gobierno, soportasen estoicos la lucha en el “flanco interior” que les planteaban unos antiguos correligionarios que ahora los odiaban. Y la causa de esa desafección (o acaso traición) de los republicanos hacia sus líderes nace de que, como suele ocurrir en España, buena parte de los políticos y del pueblo creyeron que República era sinónimo de Revolución.

 


Esas prisas, esas quemas de iglesias y de ayuntamientos, esas ocupaciones de tierras, esas insubordinaciones en el ejército, esas actitudes obstruccionistas de los diputados intransigentes, esos saltarse la ley deponiendo ayuntamientos democráticos… todo ello y más, no se compaginaba con las virtudes éticas personales de Figueras, Pi i Margall, Salmerón y Castelar, ni con las áticas que se esperan de próceres que miran por el bien de la Patria.

Lo que es aún más doloroso para la historia de la 1ª República es que los pocos éxitos que puede exhibir, se produjeron bajo el mandato de Castelar que, como se ha dicho, gobernó con plenos poderes y con el control parlamentario suspendido; algo, en fin, bastante poco republicano.

La 1º República no dejó nada a la historia de España, salvo el Himno de Riego (que es de 1820, pero bueno); ni un fleco, ni una hilacha. Si no fuese por los republicanos militantes que la presentan como aperitivo de la 2ª República, no ocuparía ni media página en los textos. Y el cantonalismo, con una duración de un par de semanas (¡15 días en medio de la secular historia de España!) no aparecería más que en alguna nota de pie de página de algún libro escrito por algún erudito un tanto meticuloso.

 



[1] Siempre me ha admirado la perspicacia de Pérez Galdós. En 1911 publicó su antepenúltima novela de los Episodios Nacionales. La tituló LA 1ª REPÚBLICA. ¡Pero bueno! ¿Cómo sabría él que habría una segunda República años después?

LA REPUBLICA TOCA A SU FIN

 


Recordemos que, dimitido Salmerón el 7 de septiembre, las Cortes habían nombrado nuevo Presidente del Poder Ejecutivo a Emilio Castelar al que se le concedieron poderes extraordinarios y, además, para mayores facilidades de gobierno, el día 20 se suspendiendo las sesiones parlamentarias hasta el 2 de enero de 1874. Ahora, llegada esa fecha, los españoles esperaban que don Emilio diese cuenta de los logros obtenidos, así que a las 3,15 de la tarde, don Nicolás Salmerón que era el presidente del hasta entonces clausurado Parlamento, abrió la sesión “reinaugural”.

El pueblo español estaba muy preocupado con lo que saldría de aquella sesión. Los unos se temían que se le otorgase la confianza de nuevo a Castelar y que éste, presionado por los intransigentes, aplicase una política federalista y contraria al ejército; los otros porque preveían la posibilidad de que se le renovasen los poderes extraordinarios y continuase la política de derechas ejercida el último trimestre.

La cuestión es que los prohombres republicanos, entre ellos nada menos que sus tres predecesores Figueras, Pi i Margall y Salmerón, se habían confabulado para negarle la confianza

Pero es que además Castelar, como resumen de aquel período con poderes casi omnímodos, hubo de reconocer que la situación de la guerra contra los carlistas se había agravado y, como todo objetivo alcanzado, no pudo ofrecer otra cosa que una mejora sustancial del orden público y la casi total desaparición de la indisciplina en el ejército (sin mencionar, desde luego, la utilización al por mayor de la pena de muerte).

Entre su discurso, el de Nicolás Salmerón y las intervenciones de otros diputados se alcanzaron las 13 horas y media de debates. Pero Castelar, muy pagado de sí mismo y seguro de que la Cámara estaba a su favor, aparte de exhibir su florida prosa, no consigue presentar grandes éxitos. Sobre los problemas económicos sólo menciona el elevadísimo costo de la guerra; sobre Cuba, no mucho más que autoalabanzas por lo bien que se lidió el asunto del barco contrabandista Virginius y un apunte somero sobre la abolición de la esclavitud; nada sobre el bandolerismo, ni sobre las ocupaciones de tierras, ni sobre la pobreza imperante[1], ni sobre lo que hoy se llamaría “brecha social”, ni sobre el erario público…

A las 5 de la madrugada del 3 de enero de 1874 se votó una moción de confianza y don Emilio Castelar fue derrotado por 120 votos en contra y sólo 100 a su favor. Los historiadores y cronistas coinciden en que la decisión de la Cámara le sorprendió.

El general Pavía, a la sazón Capitán General de Madrid, aguardaba en la Cervecería Inglesa[2], de uniforme y con su caballo fuera sujeto por un asistente, el resultado de la votación. En cuanto ésta termina alguien le informa  del desenlace y, automáticamente, pone en marcha la maquinaria militar que había previsto para la ocasión.

Mientras, dentro del Parlamento se había decidido votar para encontrar un candidato que sustituya al recién derrotado Castelar. Eran las 6.55 de la mañana cuando se inicia la votación que, en cierto momento pasa a ser dirigida por el vicepresidente de la Cámara. Tras haber votado todos los diputados, cuando se iba a iniciar el escrutinio, vuelve a su puesto el presidente Salmerón con un papel en la mano diciendo que ha recibido una nota del general Pavía en la que se conmina a los diputados a desalojar “el local”. El Parlamento está rodeado por tropas a las que, durante la votación, ha dado tiempo a llegar desde sus acuartelamientos. Los guardias civiles de escolta en el Parlamento, se ponen también a las órdenes de Pavía.


 

Ni aun así los parlamentarios pueden refrenar sus instintos dialécticos. Unos opinan que el escrutinio debe continuar, otros que debía suspenderse, los de más allá sugieren que en momentos tan críticos debería “devolverse” la confianza a Castelar, los de aún más allá naturalmente se oponen, alguno más ordenancista cree que se debería destituir a Pavía oficialmente de su cargo de Capitán General de Castilla la Nueva con pérdida de sus condecoraciones… Y mientras, desde luego, las unidades militares recién llegadas se van desplegando alrededor del Congreso[3].

Dentro, los diputados se muestran muy heroicos haciendo la mayoría de ellos grandes protestas de preferir la muerte a la rendición; alguno incluso reclama armas para defenderse, pero sólo son palabras bonitas y buenas intenciones; en cuanto suenan algunos disparos dentro del edificio, los diputados, más o menos ordenadamente (más bien menos) abandonan el Parlamento. En ese momento los relojes daban las 7,30 de la mañana.

Castelar se encuentra en el pasillo con Pi i Margall y le dice lamentándose:

-¿Quién podía imaginarse esto?

A lo que Pi le responde con cierta punzante conmiseración:

-Cualquiera menos usted, don Emilio.

Y era cierto. Aparte de una tensión impalpable pero perceptible en toda la capital en los días previos, los mandos de las unidades militares que participaron en el golpe estaban al cabo de la calle. Los periódicos de fechas anteriores al día 2 ya iban poniendo en guardia a soldados y trabajadores en previsión de lo que impepinablemente se avecinaba. Sólo un par de días antes la prensa federalista ponía en guardia a los soldados para que no obedeciesen a los generales o mandos que gritasen: ¡Viva don Alfonso de Borbón![4] o ¡Viva la República Unitaria![5], y no se dejasen arrastrar contra la soberanía legítima[6].

La noche del 2 al 3 de enero, mientras los diputados discutían sobre si era mejor ser demócrata o ser republicano, si era preferible la libertad a la democracia, si el presidente, a pesar de su federalismo, había sido un gobernante conservador o cuestiones de similar calado, en domicilios de los alrededores del Parlamento se habían reunido a pasar la noche a la espera de acontecimientos (ergo los esperaban, y no como Castelar) personajes como el general Serrano, el almirante Topete, y Práxedes Mateo Sagasta en un domicilio particular la calle del Sordo[7], o Cristino Martos, José Echegaray y otros radicales en otro domicilio de la calle San Agustín.

Una vez quedó el congreso vacío de diputados y visitantes[8], Pavía, que no tenía otra autoridad que la que le conferían sus tropas, convocó en el edificio a muchas personalidades que habían sido decisivas desde tiempo de Isabel II pero que ahora estaban apartadas de la política. Allí se vio a los ya citados Cristino Martos, Echegaray o Sagasta, pero también, entre otros, a Nicolás María Rivero, Manuel Becerra, Cánovas del Castillo, José Elduayen… y a los generales José y Manuel Gutiérrez de la Concha, Echagüe, Caballero de Rodas, Serrano Bedoya, al también ya citado almirante Topete… Se habían reunido representantes de todos los partidos excepto de los carlistas y de los cantonalistas.

Lo que en realidad había intentado Pavía era mantener en el cargo a Emilio Castelar, pero haciendo que gobernase con una política de derechas, republicana unitaria y promilitarista.  Así que, terminada la “movida” en la Carrera de San Jerónimo, el general envió a un ayudante a buscar al defenestrado para pedirle que regresase y se incorporase al nuevo gobierno como jefe del gabinete. El ayudante lo encontró antes de llegar a su casa, pero don Emilio, oído el mensaje, se negó a  volver por simple dignidad.

Conocida por Pavía la renuencia de Castelar a presidir el gabinete, designó (!) nuevo Presidente del Poder Ejecutivo al general Serrano y para sí mismo no aceptó puesto alguno en el nuevo gobierno.

Así, de forma tan abrupta, cayó el telón sobre el primer escenario republicano español.

Tengo para mí que la República se ahorcó a sí misma con la soga utilizada para subir o bajar dicho telón.

 

 

 

 

 

 



[1] Se hizo una campaña para que el dinero que los españoles gastaban en tarjetas de felicitación de Año Nuevo, aquel año lo empleasen en limosnas a los más desfavorecidos.

[2] La Cervecería Inglesa estaba en el número  24 de la Carrera de San Jerónimo, haciendo esquina con la calle del Lobo (hoy Echegaray). Era el edificio donde actualmente está el Teatro Reina Victoria.

[3] Recuerda cuando, en 1453, la intelectualidad bizantina discutía sobre si los ángeles tenían sexo y cuál sería este, mientras los turcos rodeaban la ciudad, que terminaría cayendo en sus manos.

[4] A esos generales «¡matadles!»

[5] A ese mando «contestadle a bayonetazos»

[6] A quien os arrastre, «acribillad sus corazón a balazos» y «despedazad su cuerpo»

[7] Hoy calle Zorrilla.

[8] Los diplomáticos salieron con la guardia formada y al son de marchas militares que interpretaba la banda de la unidad que tenía tomado el Congreso.