La Tercera Guerra Carlista, no hará falta que lo recuerde, era la tercera tentativa de una rama de la familia Borbón (la de Carlos María Isidro, hermano del fallecido Fernando VII) por ceñirse la corona de San Fernando que garbosamente llevaba sobre sus cabeza su sobrina Isabel II. Ahora, tras 21 años con el conflicto dinástico aletargado, don Carlos, duque de Madrid y autoproclamado Carlos VII de España, volvía a intentarlo. Su bandera, la de siempre: tradicionalismo y absolutismo.
Geográficamente, las posiciones absolutistas o liberales de la 1ª Guerra se repitieron ahora casi como una fotocopia. Las zonas rurales vasco-navarras así como el campo catalán, el Maestrazgo y las provincias de Levante, se establecieron en el absolutismo, mientras las grandes ciudades, sobre todo las del Norte, fueron liberales.
El 2 de mayo de 1872 se produce el alzamiento carlista pasando a España desde Francia el pretendiente, pero en 24 horas las tropas gubernamentales reaccionan y pegan tal repaso a los insurrectos en Oroquieta (Navarra), que el duque de Madrid se ve obligado a repasar la frontera a uña de caballo.
En febrero de 1873, nada más proclamarse la República, su primer presidente del Poder Ejecutivo. Nicolás Salmerón, procedió a relevar al jefe del Ejército que operaba en las Provincias Vascongadas[1] y Navarra, aunque no llevaba más que un mes en el cargo, nombrando en su lugar al general Pavía. Éste intentó un acuerdo con los carlistas, pero lo cierto es que las permanentes victorias de los del duque de Madrid hacían que toda intención de pacto quedase desmantelada por los absolutistas ante la no infundada esperanza de que su victoria final podía estar próxima.
El 9 de marzo de 1873, en la acción de Monreal los liberales fueron derrotados muriendo unos de 155 hombres (entre ellos un coronel y un teniente coronel); el 23 de abril en la llamada “sorpresa de Apellániz”, los republicanos sufrieron 70 bajas; el 5 de mayo el general Dorregaray venció en la aldea de Eraul (Navarra) a las fuerzas liberales apresando a su coronel; el 20 de junio palmaron 100 tíos por cada bando en la Acción de Metauten; el 26 en Beramendi (Navarra) volvieron a ser derrotados los liberales[2] que se dejaron 150 bajas entre muertos y heridos, y muchos prisioneros y material.
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Batalla de Castellfullit, óleo de Víctor Morelli. Museo del Ejército |
El 13 de junio, en su programa de gobierno, el recién elegido presidente republicano Pi i Margall calificó el término de la guerra de “primera necesidad”, añadiendo que eso sólo se conseguiría reimplantando una disciplina que había desaparecido en oficiales y tropa y, desde luego, siendo justos en la concesión de premios y recompensas. Pero el mal de la insubordinación no se solucionó fácilmente como se demuestra en que, en su discurso de presentación del 8 de septiembre, el nuevo Presidente Castelar volvió a mencionar el problema como muy grave.
El 16 de julio entró de nuevo el pretendiente don Carlos en España plantándose en Guernica a primeros de agosto. Prudentemente, después del susto que se había llevado en mayo de 1872, se había quedado en Francia hasta ver las cosas claras. Y ahora estaban tan claras que se pudo pasear por las Provincias tranquilamente hasta recalar en Guernica (¡La ciudad del tótem foral!) a principios de agosto.
Y los éxitos absolutistas continuaban. El 12 de julio habían tomado Puente la Reina y el 14 de agosto se les rindió el fuerte de Campanas (Navarra), forzando la evacuación de Elizondo. El 24 se entrega Estella y el 25, intentando los liberales recuperar la plaza, son rechazados y se dejan 200 prisioneros. El 6 de octubre los gubernamentales vuelven a salir derrotados en la acción de Santa Bárbara de Mañeru (Estella, Navarra), y dos meses después, los días 7, 8 y 9 de diciembre vuelen no sólo a ser vencidos, sino que hubieron de huir en trágica desbandada ofreciendo a sus enemigos como bochornosos blancos sus espaldas y sus nalgas.
El 11 de diciembre obtuvieron los liberales un éxito efímero al conseguir romper el asedio con que los carlistas cercaban la ciudad de Tolosa (Guipúzcoa) desde hacía 3 meses, pero a pesar de que cada uno de los bandos se dejó un centenar de fiambres en el campo en la batalla, el bloqueo, como digo, se rompió, aunque… al cabo de 8 días se volvió a recomponer.
Toda aquella fase de la guerra había sido desastrosa. El conflicto se había merendado a cada uno de los generales en jefe que habían caído por el Norte[3] durante el tiempo que duró la República, mientras que el pretendiente don Carlos se paseaba en uniforme de gala, al frente de sus tropas, por las provincias vascas y Navarra y su hermano Alfonso, en el escenario bélico del este, lo hacía en traje de campaña pero acompañado por su mujer.
Y es que en Levante tampoco sonreía la diosa Niké a la recién nacida República. Don Alfonso de Borbón, hermano del pretendiente a quien éste había nombrado general en jefe, junto al prestigioso (y sanguinario) líder de partida Francesc Savall, realizó diversas acciones. Ambos alalimón tomaron la plaza de Ripoll (22 de marzo de 1873), aunque luego la perdieron y la volvieron a tomar varias veces, la de Berga (27 de marzo) y el 10 de abril atacaron Puigcerdá aunque sin éxito.
Y el 19 de abril Savall, que había participado en las dos guerras carlistas anteriores, abandonó a don Alfonso por desavenencias con él. Pero no por eso detuvo su actividad bélica. Como el gobierno central ponía trabas a la difusión de la prensa carlista, Savall decretó (en el fondo estos jefes de partida eran reyezuelos) que ejecutaría a los carteros a quienes se cogiese transportando periódicos anticarlistas e incendiaría las correspondientes imprentas (no las editoras, sino las imprentas).
El 12 de junio los gubernamentales son derrotados por los carlistas en Oristá (Barcelona). El 9 de julio, unas partidas carlistas formadas por alrededor de 1.000 hombres y mandadas por don Alfonso de Borbón, batieron a los gubernamentales en Alpens (Barcelona). Quedaron 100 hombres sobre el campo, entre ellos su jefe, y se tomaron 900 prisioneros. Mª Dolores de Braganza, esposa de don Alfonso y que siempre estuvo a su lado en campaña, escribió la crónica de esta batalla indicando que una orquesta carlista tocaba música de valses mientras se peleaba.
El 18 de julio varias partidas carlistas unidas, tras fuertes enfrentamientos que superan las 36 horas de combates, toman Igualada, incendian varios edificios, causando unos cuantos muertos y llevándose 50.000 duros.
El 24 de agosto las partidas de Santés toman Játiva y Orihuela (¡Casi en Murcia!), precisamente en el mismo día en que en el Frente del Norte el carlismo se hace también con la localidad navarra de Estella. Es fácil suponer la depresión que se abatiría sobre Madrid.
El 27 de agosto el carlismo sufrió un duro correctivo pues fue sorprendido en su refugio de Cantavieja (Castellón) perdiendo nada menos que 750 hombres. Pero debió ser sólo un mal momento, porque el 4 de septiembre el grupo del carlista de Pamiés derrotó a dos columnas republicabas en Albiol (Tarragona), y el 22 de octubre la misma partida volvió a derrotar a las fuerzas liberales en Prades, aunque el propio Pamiés perdió la vida en el combate.
El 16 de octubre la partida carlista de Vallés, formada por 2.000 hombres, tomó la plaza de Caspe (Zaragoza) sin pegar un solo tiro. Por su parte, Santés y los suyos, tras unas correrías por la zona del Alto Tajo, vinieron a caer sobre Cuenca de donde, tras obtener un importante botín, salieron a toda pastilla de regreso al Maestrazgo ante la inminente llegada de tropas desde Madrid.
En realidad sería imposible, e insufrible, hacer mención de todos los encuentros entre los republicanos liberales y los carlistas absolutistas. Naturalmente el resultado de cada uno de esos encuentros se vencía a uno u otro lado. Pero lo cierto es que si no se tienen en cuenta más que los meses de duración de la República, el vencedor claro estaba siendo el carlismo, pues los liberales, con excepción de la mencionada acción sobre la guarida carlista de Cantavieja en el mes de agosto, no consiguieron ni una victoria significativa en ninguno de los dos frentes.
Lo que es seguro es que cuando terminó la experiencia republicana en enero de 1874, las cosas, en el terreno de la lucha contra el carlismo, estaban peor aún que al principio, en febrero del año anterior.
[1] En esa época, la actual Comunidad Autónoma de Euskadi se denominaba frecuentemente como “las Provincias”.
[2] En esta acción murió el Tte. Col. Sanjurjo, carlista, padre de José Sanjurjo Sacanell, el general del golpe promonárquico de 1932 y que luego sería principal conspirador en 1936.
[3] Los generales Moriones, Pavía, Sanchez Bregua y nuevamente Moriones.