Las cotas de lirismo, espiritualidad y belleza que
alcanza la poesía de San Juan de la Cruz, simplemente dan vértigo. Al menos a
mí me lo dan.
“La noche oscura”, que es un prodigio que se debería
enseñar en las escuelas, utiliza la imagen, no inhabitual en aquella época, de
un encuentro amoroso entre la amada (el alma) y el amado (Cristo). Todo es muy
sencillo: ella, que lo narra en primera persona, sale subrepticiamente de su
casa, localiza a su amante y se une a Él. San Juan de la Cruz ha contado todo
esto en sólo ocho liras: en cuarenta versos.
La estrofa en la que se narra el momento culminante
de la unión, no puede ser más bella y es toda una exaltación de la
“reinvención” del platonismo propia de la época, que se refleja en aquellas
palabras de Calixto en “La Celestina”: “Melibeo soy…”. En “La noche oscura” se
lee:
¡Oh noche
que juntaste
amado con
amada,
amada en el amado transformada!
![]() |
Pelicula de la gran interpretacion de Juan Diego de la Pelicula de Saura de 1989 |
Pero claro,
en aquellos tiempos (San Juan de la Cruz murió en 1591) había cosas que los eclesiásticos
no debían contar. De hecho esta poesía, bajo el título, contienen la siguiente
nota: “Canciones del alma que se goza de haber llegado al alto estado de la
perfección, que es la unión con Dios, por el camino de la negación espiritual”.
Tan largo
subtítulo para tan corto poema parece dirigido a prevenir a quien se acerque a
la obra, de que no ha de interpretarse desde el punto de vista terreno. Intenta
decirle al lector incauto: “¡Ojo! No te equivoques, esto va del alma, no del
cuerpo”.
Pero el
inquisidor, el censor o quien fuese (quizás sólo fue un error), hizo algo más
cambiando una sola letra.
En
las estrofas finales, las que reflejan la gozosa lasitud de los amantes posterior
al momento cumbre de la efusión, y fusión, amorosa, que yo, particularmente, considero
las más sugerentes, San Juan de la Cruz escribe:
El aire de la almena,
cuando
yo sus cabellos esparcía…
Los
versos no exigen mucha explicación. La amada, que como he dicho escribe en primera persona, acabado el lance,
nos dice que, cuando corría una brisa en lo alto, ella jugaba con el cabello de
su amante (con toda evidencia ¿verdad?) metiendo, sin duda, sus dedos en la
maraña de pelo de su hombre y, tal vez, raspando levemente con sus uñas su
cuero cabelludo.
¿Y
qué hizo el pudoroso copista para enervar el erotismo de ese momento? Sólo
sustituir una “o” por una “a”. Así que en algunos textos se lee:
El aire de la almena,
cuando
ya sus cabellos esparcía…
Ahora
ya no era la amada quien, en sugestiva imagen, acariciaba la cabeza de su
amante despeinándole; ahora, por una sola vocal, quien hacía eso,
intranscendentemente, era el aire de la almena.
Una
pena ¿No?
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