Aunque tradicionalmente no hay sesiones
parlamentarias en las Cortes españolas ni durante el crudo invierno ni durante
los meses caniculares, al redactarse la Constitución de la II República se
acordó que, por la necesidad de tener pronto el nuevo marco legal, los
diputados se quedarían sin vacaciones.
Desde que se proclamó la República en abril de 1931
se habían celebrado elecciones (a doble vuelta), habían tenido también lugar
los comicios para votar a los representantes que habían de elegir al Presidente
del Gobierno Provisional (no podía ser Presidente de la República porque no
había Constitución), éstos se habían reunido en Madrid para votar, se había
constituido la Cámara, se había elegido la mesa del Congreso…
Cuestión; que sin darse cuenta habían transcurrido
tres meses desde la proclamación de la República, y se encontraban en el centro
del mes de julio (la época de más calor en Madrid) cuando se pusieron a
trabajar.
Era presidente del Congreso, Julián Besteiro,
socialista, catedrático de Psicología, Lógica y Ética, persona bondadosa y
afable y propietario de un agudo y exquisito sentido del humor.
En una de las sesiones parlamentarias del mes de
agosto, sin aparatos de ventilación ni de aire acondicionado, un diputado del
PSOE le pidió (insólita petición para el rigurosos protocolo de aquella época)
que diese su permiso para que quien lo desease se quitase la chaqueta.
Besteiro, con sorna, respondió:
“Desde luego que pueden quitarse la chaqueta… pero
cada uno la suya”.
Esta anécdota la recordó hace pocos años José Bono
cuando, siendo presidente del Congreso, tuvo un altercado con dos ministros del
gobierno de Rodríguez Zapatero, Miguel Sebastián y Álvaro Cuesta, que se habían
empeñado en comparecer sin corbata en el “Banco Azul”.
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