II.- LUNES SANTO
El
lunes, segundo día de su estancia en el área de Jerusalén, Jesús se levantó,
hizo sus abluciones, digo yo que rezaría y desde Betania, en la falda del Monte
de los Olivos, partió con los doce para ir al templo a enseñar.
Como
hasta hoy no ha posible fijar exactamente la cronología de lo ocurrido en los
días que van desde el Domingo de Ramos hasta el prendimiento en el Huerto de
los Olivos, intentaré conciliar la información de mis fuentes para acercarme lo
más posible a lo que creo que pasó.
Una
característica de estos días es que, en opinión de casi todos los
comentaristas, se nota una profunda tristeza, un aplanamiento, acaso duda o
debilidad en un Cristo/hombre que hasta entonces siempre se había mostrado
equilibrado y sereno. Es probable que dudase y que se preguntase por qué estaba
haciendo esto en vez de haber creado un hogar con una tranquila esposa y
traviesos churumbeles. Tal vez sufriese momentos de flaqueza y, de hecho, lo
veremos casi casi arrojar la toalla en el Huerto de los Olivos teniendo que
pedir la ayuda del Padre, para superar su stress.
Pues
eso. Que camino de Jerusalén vieron una higuera y, como el Señor tenía gazuza,
se acercó al árbol para descubrir con decepción que, a pesar del verdor de sus
hojas, no tenía frutos. Jesús maldijo a la higuera condenándola a la
esterilidad, pero los exégetas bíblicos explican que no se trataba de un enfado
o de una pueril venganza contra un ser inerte e incapaz de tomar sus propias
decisiones, sino que estaba creando la imagen de lo que era el Templo: mucho
follaje por fuera y absolutamente huero por dentro. La maldición no iba
dirigida al árbol, sino que, entre líneas, se podía leer que iba dirigida
contra el sistema religioso judaico.
Al
llegar Jesús al Templo[1] se
encontró con un desagradable espectáculo: decenas de mercaderes hacían sus
negocios en puestos instalados en el interior del templo. En el Éxodo, que ya
prescribe la presencia de los varones judíos en el Templo tres veces al año,
Yahvé es taxativo: “Nadie se presentará ante mí con las manos vacías”, lo que
obligaba a comprar sus ofrendas a quien, por cualquier razón, no podía
llevarlas desde casa. Y también en el Éxodo, el Primer Mandamiento de las
Tablas de Moisés, ese que hoy citamos abreviadamente como “Amarás a Dios sobre
todas las cosas”, prohibía la reproducción de figuras humanas. Por lo tanto,
los judíos que venían desde otros países, los de la Diáspora, tenían que
canjear las monedas que traían de sus naciones con la efigie de quien les
gobernaba por las monedas judías que se decoraban con motivos ornamentales. Así
que era lógica la existencia de estos puestos de cambistas y, casi con
seguridad, legal, porque no se puede dudar de que los propietarios de los comercios
pagaban un canon al Templo por poder instalarse allí.
Jesús,
en episodio de todos conocido, y repetido hasta la saciedad por los pintores de
temas sagrados, formó un látigo con unas cuerdas y, a patadas y a golpes,
expulsó a los mercaderes del recinto sagrado derribando sus puestos con las
jaulas de palomas, monedas, panes…
En
realidad todo la crítica parece estar de acuerdo en que aun siendo legal lo que
hacían los comerciantes, la actitud de Jesús también fue legal, como lo
demuestra el hecho de que no intervinieran para restablecer el orden ni la
policía interna que tenían los levitas[2] en
el Templo ni la fuerza militar romana de la vecina Torre Antonina.
En
mi opinión, aquí hay algo descuadrado. Si hubiese habido pocos puestos, sin
duda Jesús no se habría indignado, pero si hubiese habido muchos, no parece
verosímil que sus propietarios se dejasen apabullar por una sola persona. Además,
la lógica nos dice que los puestos se localizarían en los patios, es decir, en
el exterior del Templo propiamente dicho, probablemente bajo las los peristilos o
soportales que rodeaban a los atrios. Y eso crea una nueva dificultad, porque
había un atrio para los judíos, donde deberían estar por lógica los tenderetes de
animales, otro atrio para las mujeres y un tercero para los gentiles, para los
extranjeros, lo que nos permite suponer que allí se concentrarían las mesas de los
cambistas. ¿Fue Jesús recorriendo los tres atrios?
Yo
creo que lo sucedido no pasó de una simple discusión a resulta de la cual un
par de puestos rodaron por el suelo, sin más damnificados, aparte de las
palomas y conejos, que un par de frágiles tenderetes de madera y tiritaña. Ambas
circunstancias, brevedad y levedad, explicarían la ausencia de actuación de las
fuerzas de seguridad en el lance.
Pero
algo de todo esto que aún nos afecta. El arrebato de violencia de Jesús dio pie
a que algunos analistas lo incluyesen entre los zelotes[3],
grupo político-religioso que preconizaba
la lucha armada contra el invasor romano. Esa idea se retoma en muchos siglos
después, en la Ilustración, y por fin, los movimientos revolucionarios armados,
a veces terroristas, que eclosionan en la década de los 60 del pasado siglo,
identifican a Jesús como uno de los suyos: radical y violento ante la
injusticia si es necesario.
Asimov
imagina otro panorama. Cree posible que Jesús, en sus andanzas por el norte del
país, hubiese oído a ingenuos campesinos quejarse de cómo aquellos vendedores de
retorcido colmillo los engañaban al llegar al Templo, con lo que se
enrabietaría al verlos Y, por otra parte, imagina que los mercaderes habrían
obtenido sus permisos para instalarse en el ámbito general del edificio, pero
que, en connivencia seguramente venal con los sacerdotes, habían invadido
partes vedadas del Templo. Pudiera ser.
![]() |
imagen sacada de wikipedia, museo de indianapolis, cuadro del Greco: https://es.wikipedia.org/wiki/La_expulsión_de_los_mercaderes_(El_Greco,_Minneapolis) |
Es
curioso que los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, los llamados Evangelios
Sinópticos[4],
pongan este incidente un par de días antes del apresamiento de Jesús, mientras
que el Evangelio de Juan, lo ubica al principio de su vida pública. Con el fin
de allanar esta dificultad cronológica, algunos autores consideran que hubo dos
expulsiones de mercaderes. También es llamativo que Jesús hubiese estado otras
tres veces en el Templo, una el día anterior y no se hubiese percatado del
problema.
Sea
como fuere, lo cierto es que Jesús logró terminar aquel asunto de forma
victoriosa para su posición, tan es así que, acabado el incidente, según San
Marcos se quedó “enseñando” y nadie lo expulsó de allí por alborotador, y así iba
dando valor público a su poder.
Y
dolía especialmente a los escribas[5] y
saduceos[6]
que por allí andaban, ver cómo elegía, para su comentario, un texto del Libro
de Isaías que decía: “Mi casa será llamada casa de oración”, contraponiéndolo a
otro de Jeremías que se podía leer que la habían convertido en “cueva de
ladrones”. Jesús había alcanzado con este enfrentamiento tal poder, tal imperium, que incluso detenía, como si
tuviese allí algún mando, a los cargadores o servidores de los mercachifles que
andaban por medio del Templo acarreando bultos.
Lo
peor para los sacerdotes, que ya tenían decidida su muerte desde poco después de
que resucitase a Lázaro, es que tras la trifulca con los vendedores, se
llegaron a Jesús los cojos y los ciegos del templo y, dice Mateo sin la menor emoción,
como si fuese lo suyo: «los curó»; solo le falta al evangelista añadir ¡Ea!.
Terminada
la faena Jesús abandonó el Templo.
Claro;
si los sacerdotes ya tenían decidida la muerte de Jesús y encima, desde que
llegó a Jerusalén, el primer día provocó una manifestación de fervor popular a
su favor, y el segundo, además de cargarse el negocio que tenían montado con
los mercaderes, los insultó llamándoles ladrones y, luego pasó la tarde sanando
a ciegos y a cojos, ahora lo que les entró fue la prisa por ejecutarle. Pero
tenían que tener cuidado porque, para evitar disturbios, su detención debería
hacerse por la noche, y era evidente que siempre iba rodeado de bastante gente.
Al
salir del templo, Jesús, y usaré una pintoresca expresión del jesuita del siglo
XVI, Luis de la Palma, «no habiendo nadie que le invitase a cenar ni a dormir,
se volvió con sus discípulos a Betania aquella noche.»
Aún
una cosa más. Cuando regresaban, Pedro le indicó que la higuera a la que lanzó
la maldición aquella mañana se había
secado en solo unas horas. Jesús, que no daba puntada sin hilo, puso ese hecho
como ejemplo de lo que puede la fe: Él se lo había pedido al Padre con fe y por
tanto lo había obtenido. Cualquier solicitud hecha al Padre con fe, sería capaz
de mover una montaña.
Era
ya tarde cuando se fueron a dormir.
© Canel
6 de abril
AÑO 1º de CONFINAMIENTO
[1] El Templo
que aparece en el Nuevo Testamento no es el de Salomón, que se edificó en el s.
X a.C. y permaneción 4 siglos en pie hasta que loderribó Nabucodonosor II. En
535 fue rehecho exactamente ene l mismo punto en que estaba el anterior, pero
mucho más modesto.
[2] Los
levitas eran los sacerdotes. Se llamaban así porque pertenecían a la tribu de
Leví. Cuando las 12 tribus llegaron a la Tierra Prometida y se la repartieron,
Yahvé ordenó que la tribu de Leví se encargase con exclusividad del sacerdocio,
con lo que no se le dio tierra para cultivar.
[3] Los
zelotes eran un grupo político religioso proclive a la expulsión de los romanos
por medio de la violencia. En realidad, se fuese miembro activo de la secta o
no, el movimiento zelote, en los tiempos de Jesús, flotaba en el ambiente de
Palestina. Simón el Cananeo, uno de los apóstoles, era zelote.
[4] Los
Evangelios Sinópticos se llaman así porque
son los tres tan similares que pueden organizarse en paralelo, en forma de
cuadro, para ir confrontando unos textos con otros. No es, por tanto, una
calificación teológica, sino que se refiere a la metodología que se puede
emplear para su estudio.
[5] Los
escribas, entre otras funciones, eran notarios e intérpretes de la Ley.
Ejerciendo esta última función no podían cobrar (solían tener otros trabajos),
pero era evidente que lo hacían. En su mayoría pertenecían a la observancia
farisea.
[6] Era una
secta del judaísmo que tenía ya 1.000 años de antigüedad. Sus miembros eran de
alto nivel social y exigían la máxima severidad en las prácticas religiosas. En
tiempos de Jesús formaban la cúpula del gobierno de la Iglesia Judía, siendo
los Sumos sacerdotes de observancia saducea.
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