sábado, 11 de abril de 2020

¿QUIÉN SALIO A LA CALLE EL SÁBADO SANTO?


SÁBADO DE GLORIA

Mientras en la Ciudad Santa  millares de jerosolimitanos y de peregrinos venidos de todo el mundo celebraban ese sábado la pascua, los discípulos de Jesús estaban acobardados en sus casas, escondidos, tal vez reunidos en grupos pequeños.
El Maestro estaba muerto y enterrado. Había pasado de ser un profeta que pretendía ser el Mesías a ser un pobre fracasado.
De pronto la grey se había quedado sin pastor. Al desconcierto que eso les producía había que añadir el dolor por su trágica muerte. Y además  estaba el desasosiego por el cargo de conciencia que les producía el haber huido cobardemente desamparando a su jefe, rabí y amigo.
Y luego estaba el temor a que la persecución no hubiese terminado en Jesús y se prolongase hacia ellos, así que la posibilidad de una redada contra los seguidores de Jesús hacía que los apóstoles anduviesen escondidos y sin duda aterrorizados. Desde luego dice Juan que, aún el domingo por la noche, estaba todos reunidos, “estando cerradas por miedo a los judíos, las puertas de la casa”.
Tampoco cuentan nada las fuentes más serias de lo que hizo durante el sábado la madre de Jesús, pero es fácil imaginar llorando, consolada por sus amigas, a una madre joven, menor de cincuenta años que ha perdido un hijo, lo que ya es antinatural, habiendo asistido a su dramática y dolorosa muerte, lo que es aún más antinatural.
¿Qué pasaría aquel sábado por la mente de todos ellos? ¿Se acordarían de las muchas veces en que le habían oído decir que al tercer día de su muerte resucitaría? Probablemente, pero no querrían hacerse ilusiones; seguro que ni lo comentaban con sus más cercanos para no parecer ingenuos, y para  no aparentar que albergaban ridículas esperanzas. Pero en su fuero interno… Había que tener mucha fe en el Maestro y ellos no eran más que hombres, más que simples pescadores.

De quien sí se sabe algo es de algunas mujeres que habían venido con Jesús desde Galilea. Ellas, una vez cerrada la tumba donde descansaba el cuerpo del rabí, inspeccionaron la entrada y se fueron a casa a preparar aromas y esencias para perfumarlo, aunque ya habías aido embalsamado con 100 libras de mirra y áloe que había aportado Nicodemo. Luego, al atardecer, al iniciarse el shabat, las mujeres abandonaron su tarea y pasaron el día, como prescribía la ley, reposando.

Quienes no respetaron mucho la ley ese sábado de Pascua fueron los escrupulosos… ¡miembros del Sanedrín! Todos ellos, presididos por Anás y Caifás, yerno y suegro, a quienes Mateo llama, tal vez con ironía, “los Sumos Sacerdotes”, como si pudiese haber más de uno, se presentaron ante Pilato y le pidieron que pusiese una guardia en la tumba de Jesús, porque al haber anunciado tantas veces que resucitaría al tercer día de su muerte, temían que sus secuaces robasen el cadáver para luego poder decir que, en efecto, había resucitado.
Pilato, y se detecta entre las líneas del Evangelio de Mateo que ya con bastante hastío, les autorizó a que lo hiciesen ellos mismos. “Ahí está la guardia”; organizaos vosotros mismos.
Fueron los sacerdotes al sepulcro, aseguraron la losa que cubría la entrada con unas cuerdas, la sellaron con cera e imprimieron en ella su propio sello. Dos  soldados romanos quedaron de guardia a la puerta de la sepultura.


No hay comentarios:

Publicar un comentario