jueves, 9 de abril de 2020

¿ DÓNDE ESTABA JESÚS EL MARTES SANTO?


III.- MARTES SANTO
Volvió Jesús a la mañana siguiente a Jerusalén repasando con su gente más cercana el camino que habían andado dos veces el día anterior.
Cuando llegó al Templo se armó un pequeño revuelo porque muchos escribas de la ley, fariseos[1], saduceos[2] y ancianos le asaeteaban a preguntas. Pero pronto llegó una delegación oficial del poder religioso que le inquirió sobre quién le había otorgado a él poder para hacer las cosas que había hecho el día anterior.
La astucia de Jesús quedará patente viendo cómo supo sortear los mordiscos que le querían pegar los chacales fariseos.
-“Muy bien –les dijo- Contestadme vosotros: ¿El bautismo de [san] Juan de dónde era; del Cielo o de los hombres?”
En realidad la respuesta siempre les iba a dejar mal, porque si decían que del Cielo la reacción inmediata sería: “¿Entonces por qué no creísteis en él?”; pero si contestaban que de los hombres se pondrían enfrente a la mayoría del pueblo que siempre había tenido a Juan como un profeta[3]. Respondieron, pues, que no lo sabían, con lo que Jesús les espetó que, de acuerdo, pero que en tanto ellos no contestasen, Él tampoco lo haría.
En el subsiguiente debate dialéctico Jesús los vapuleó mediante parábolas y no solamente eso, sino que les dijo que, a los ojos de Dios, se encontraban cualitativamente por debajo de los publicanos[4] y las fulanas. Así que los fariseos, corridos, se retiraron a pensar en una nueva estrategia para pillarle. Y la encontraron utilizando el mismo sistema que había utilizado Jesús con ellos.

Volvieron a donde se encontraba y le preguntaron sobre la licitud de pagar el tributo a Roma. Jesús se dio cuenta de la trampa, pues si contestaba positivamente perdería su prestigio ante los antirrromanos, pero si contestaba que no, quienes se le echarían encima serían no solo los colaboracionistas, sino también los propios romanos.
La respuesta es de todos conocida pero de difícil exégesis. Jesús pide que le enseñen un denario y el que le muestran tenía, como todos, la efigie de algún poderoso político romano[5]. A la vista de la moneda, que debería llevar acuñada la cara de un césar, pronunció la famosa frase: “Pues dad al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios.”
imagen extraida de: https://nuestrodios.com/al-cesar-lo-que-es-del-cesar/

Lo que Jesús quería decir es que aquella moneda con aquella efigie, no tenía relación con el pueblo judío; ni siquiera estaba permitido dar limosna en el Templo con ella. Lo que hizo fue desplazar el centro de gravedad del problema trasladándolo del mundo de la política al de la religión. Les estaba diciendo que él no hablaba de política; si aquello era del césar pues que se lo llevasen a Roma en buenhora, pero que esto a Él no le afectaba porque el ámbito en que se movía era el de la relación del hombre con Dios.
Es cierto que supo escapar del embroque sin un solo rasguño, pero también es cierto que, siendo su respuesta sin duda alguna una evasiva, transmitió  una sensación de cierta tibieza que desagradó a los zelotes e incluso a alguno de los más nacionalistas de sus discípulos. Ellos hubiesen querido oír algo tan taxativo como: “No. Es absolutamente ilícito”.
Prosiguieron los saduceos haciéndole preguntas, como, por ejemplo, con quién formaría pareja en el Cielo un hombre que se había casado varias veces (porque los saduceos no creían en la en la otra vida) y cuestiones similares. Una salida muy oportuna del Señor y que revela su profundo conocimiento de los textos sagrados, tuvo lugar cuando le plantearon de qué forma explicaba que podría ser Él el Mesías siendo galileo, cuando las Escrituras decían que el Ungido, el Cristo, sería hijo de la casa de David; o sea, de Judea.
Pero Él les citó el salmo 110, cuyo autor era el propio rey David, que dice: “Dijo el Señor [Yahvé] a mi Señor [Cristo]” Entonces –les preguntó- ¿cómo entendéis que David llame Señor a su propio hijo?
Esto puso en retirada a los sacerdotes saduceos con el rabo entre las piernas, pero los fariseos, vista la derrota de sus socios, toman el relevo y le preguntan cuál era el principal Mandamiento de la Ley.
La pregunta dejaba el círculo bastante cerrado porque se movía dentro de la Ley mosaica y la respuesta no era difícil de prever. En realidad, en todas estas preguntas se aprecia que lo que estaban haciendo los sacerdotes eran no solo poner a prueba sus conocimientos, sino que cometiese un error y expresase cualquier idea punible, cualquier blasfemia, para poder utilizarla contra Él. Si no es imposible concebir una pregunta tan simple como la de elegir entre los Diez Mandamientos el principal de ellos.
-Primero –contesta Jesús- amarás a Dios sobre todas las cosas y segundo amarás al prójimo como a ti mismo. Es curiosa esta segunda parte de la respuesta, que solo se puede justificar porque, como he dicho más arriba, la cuestión se circunscribía al ámbito de la Ley.
Amar al prójimo como a uno mismo constituye lo que hoy llamamos “regla de oro de la ética” y la formulan, de uno u otro modo, absolutamente todas las religiones, muchísimas otras corporaciones laicas y la inmensa mayoría de los filósofos. De hecho, el Levítico, que ya por entonces tenía 1.300 años de antigüedad, expresa la idea meridianamente, y siglos más tarde, unas décadas antes de Cristo, el gran ideólogo de los fariseos, Hilel, responde a la petición que le hacen de que emita un resumen de la Torá: “No hagas a tu prójimo lo que no quieres que te hagan a ti; todo lo demás es comentario.” No hará falta recordar que la Torá se componme de 5 libros y que supone más de un 15% del Antiguo Testamento.
Pero lo sorprendente es que esta conversación con los elementos judíos provocadores se produce en martes, cuando el jueves, solo 48 horas más tarde, Jesús va a soltar una de las bombas determinantes de su doctrina. Tal vez lo más decisivo después de su Muerte y Resurrección: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Vamos a reformularlo. “Amad a vuestro prójimo como solo puede amar un Dios”. Naturalmente que esto dejaría en mantillas la respuesta que había dado el martes.
Pero aún añadió más: “Este será el signo distintivo del cristiano”; su exclusividad.
Jesús aprovechaba aquellas horas en el Templo para enseñar a los oyentes los secretos de las Escrituras y explicárselos. Dicen los evangelistas que durante el día enseñaba en el Templo, por la noche paseaba por el Monte de los Olivos y luego dormía en Betania.





[1] [1] Los fariseos suponían el grupo religioso dominante (en número), en Palestina. Muchas de sus creencias eran comunes con el cristianismo, por lo que hay autores que creen que la familia de san José seguía la observancia farisea. Su característica era que lo primordial era el cumplimiento de las 613 normas que se habían dado. Esto les hacía odiosos a los ojos de Jesús, porque entre ellos se valoraban no por sus cualidades humanas o religiosas, sino por el grado de cumplimiento de la normativa., lo que suponía un monumento a la hipocresía.
[2] En aquel momento el Sumo sacerdote y los principales sacerdotes del judaísmo era saduceos.
[3] En realidad, Jesús les había planteado a los saduceos una “trampa saducea”, que es aquella pregunta en la que, se conteste lo que se conteste, el que responde siempre sale perjudicado. Un poco más adelante ellos le devolverán la moneda. La expresión “trampa saducea” viene de aquí aunque, como se ve, el primero que la usó fue Jesús.
[4] Los publicanos eran cobradores de impuestos que obtenían de Roma una concesión quinquenal que conseguían por una subasta pública. Por lo tanto, apretaban al pueblo para sacar el mayor beneficio posible a lo que pagaron por poder ser recaudadores. Además, eran necesariamente colaboracionistas con los romanos. Todo ello hacía que los judíos los despreciasen.
[5] Había varios tipos de denarios en circulación; no se puede saber cuál fue el que le presentaron.

1 comentario:

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