lunes, 29 de diciembre de 2014

CUENTO DE NAVIDAD 2014





Daniel Acropopoulostegui (mitad vasco mitad griego, como el atento lector habrá inferido de su apabullante apellido) no era un chico bueno. No era bueno porque exhibía permanentemente una índole proterva y una catadura patibularia que acoquinaban al chispero más macareno y de más guapeza; y no era chico porque frisaba (como dicen los malos escritores) la sesentena.
Escribo en pretérito porque, supitañamente, un buen día se levantó bondadoso y abnegado. Igual que Gregorio Samsa al despertarse una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto, así nuestro Daniel amaneció de buenas a primeras longánimo y virtuoso.
¿Qué le había pasado para cambiar de forma tan abrupta su talante?
Sus más conspicuos biógrafos no se ponen de acuerdo, pero mayoritariamente se inclinan porque algo le debió impactar en las fiestas navideñas; en una de las fiestas navideñas, claro, pues ya había vivido otras siendo niño, mocete, mozo y maduro. Algo que sin duda se marcaría a fuego, indeleblemente, en sus escabrosas meninges.
En efecto, iba Daniel un día de nochebuena andando por la calle, tan gallo como solía, buscando alguna presa fácil de sus fechorías, cuando se le apareció san Astrolábido de Cuétara (confesor) que le dijo con voz lamentosa.
-Daniel, Daniel. Eres un sinfundamento y un vivalavirgen.
Oído esto por el bravucón, echó in continenti mano a una faca de cinco muelles y hoja como de a palmo que solía traer consigo para ejecutar cumplidamente sus barrabasadas y, sacando pecho y adelantando la pierna contraria, se la presentó al santo abierta la hoja mientras le señalaba con su incisivo ápice el corazón.

-¿Y tú quién eres para hablarme de tal guisa? ¿Quién, ¡Oh tú!, que vas vestido cual si fuéredes una de esas estatuas de las que se pueden ver en el teatro romano de Mérida?
Ahí llevaba razón Daniel porque, en efecto, san Astrolábido vestía una especie de blanca indumentaria, talar, enganchados los extremos del albo tejido sobre su hombro derecho por carmesí prendedor. Calzaba unas cáligas muy cucas para su edad (para la edad de las cáligas, me refiero) y llevaba, por lo demás, el bienaventurado, tomada en su mano diestra la palma del martirio.
-¿Qué quién soy yo? ¿¡Eh!? ¿Qué quién soy yo? O sea ¿Que vengo desde el Paraíso a salvar tu ánima empecatada y me sales con que no sabes quién soy yo? Pues ahora te vas a enterar.
Y girando sobre sí mismo mientras soltaba la palma martirial, tomó un extintor que por ignotas razones (y que, además, tampoco vienen al caso) estaba allí colgado de un poste de los de sacarse el papelito para aparcar y, asiéndolo por su válvula, le atizó un extintorazo al tío entre el maxilar y el temporal zurdo, que dejó a Daniel privado temporalmente de sus facultades sensoriales y de cuatro piezas dentarias, además de con los ojos haciendo juego con su túnica.
-¿Sabes ahora por fin quien soy yo? –preguntó san Astrolábido a su víctima, que yacía inerte en medio del arroyo, inclinándose amenazador sobre aquel cuerpo entre moribundo y amorcillado  -¿Eh? ¿Lo sabes ya, so listo?
-Si –respondió el matachín- Creo que eres la suegra política del teniente coronel don Antonio Tejero Molina padre, familia por vía materna del afamado cantaor de coplas Antonio Molina, el de “Soy minero”.
De donde me parece que no cuesta demasiado colegir que el pollo, en el momento de la respuesta, no había recuperado aún el rigor intelectivo (si es que alguna vez lo tuvo) tras el ignífugo castañazo.
-Pues bien; sírvate, Daniel, -continuó el belicoso santo- esto de lección. Como sigas por el crapuloso camino por el que transita tu desastrada vida, todas las nochebuenas verás cómo caigo por la Tierra y te aflojo un mamporro del tenor del que hoy has recibido. Así que ya lo sabes. ¡Hala!
Y san Astrolábido de Cuétara (confesor), cumplida acá la misión que se le había encomendado, se volvió al Paraíso (o allá).
Naturalmente que, coincidente con la posición de muchos de sus biógrafos, soy también de la opinión de que los argumentos del santo debieron llevar a Daniel a cambiar su actitud. La cierto es que, fuere por esta causa u otra cualesquier, Daniel se levantó el día 25 de diciembre con la cara como diseñada por Miró, la piñata mellada, un terrorífico dolor de cabeza y, eso sí, bondadosísimo. Un milagro como Dios manda, sin duda alguna.
Y se me preguntará: ¿Y esto por qué es un cuento de Navidad?
Pues muy fácil; porque todo ocurrió, como suso tengo avisado, un día de Nochebuena y porque, además, si eres despierto (que a veces me asltan crueles dudas), te habrás percatado de que los extintores, como es sabido, tienen el mismo color que el traje de Papá Noel.
Y, sobre todo es un cuento de Navidad por una cosa más, acaso la más importante: porque lo he escrito solamente para aprovechar el viaje y hacerte llegar mis gordísimos deseos de que pases unas fenomenales fiestas conmemorativas del dos mil catorce aniversario, que se dice pronto, del feliz Nacimiento del Niño Jesús en el Portal de Belén.
La memez que acabo de escribir va solamente dedicada a la gente a la que quiero, ergo, si la has recibido, tú formas parte (acaso para tu desgracia) de ese grupo.  Y, por ello, te envío un abrazo muy fuerte y todo mi cariño.
¡Ah! Y feliz salida y entrada… de VISA en la ranura del cajero.
Canel.