viernes, 26 de mayo de 2023

La Tercera Guerra Carlista

 

La Tercera Guerra Carlista, no hará falta que lo recuerde, era la tercera tentativa de una rama de la familia Borbón (la de Carlos María Isidro, hermano del fallecido Fernando VII) por ceñirse la corona de San Fernando que garbosamente llevaba sobre sus cabeza su sobrina Isabel II. Ahora, tras 21 años con el conflicto dinástico aletargado, don Carlos, duque de Madrid y autoproclamado Carlos VII de España, volvía a intentarlo. Su bandera, la de siempre: tradicionalismo y absolutismo.

Geográficamente, las posiciones absolutistas o liberales de la 1ª Guerra se repitieron ahora casi como una fotocopia. Las zonas rurales vasco-navarras así como el campo catalán, el Maestrazgo y las provincias de Levante, se establecieron en el absolutismo, mientras las grandes ciudades, sobre todo las del Norte, fueron liberales.

El 2 de mayo de 1872 se produce el alzamiento carlista pasando a España desde Francia el pretendiente, pero en 24 horas las tropas gubernamentales reaccionan y pegan tal repaso a los insurrectos en Oroquieta (Navarra), que el duque de Madrid se ve obligado a repasar la frontera a uña de caballo.

En febrero de 1873, nada más proclamarse la República, su primer presidente del Poder Ejecutivo. Nicolás Salmerón, procedió a relevar al jefe del Ejército que operaba en las Provincias Vascongadas[1] y Navarra, aunque no llevaba más que un mes en el cargo, nombrando en su lugar al general Pavía. Éste intentó un acuerdo con los carlistas, pero lo cierto es que las permanentes victorias de los del duque de Madrid hacían que toda intención de pacto quedase desmantelada por los absolutistas ante la no infundada esperanza de que su victoria  final podía estar próxima.

El 9 de marzo de 1873, en la acción de Monreal los liberales fueron derrotados muriendo unos de 155 hombres (entre ellos un coronel y un teniente coronel); el 23 de abril en la llamada “sorpresa de Apellániz”, los republicanos sufrieron 70 bajas; el 5 de mayo el general Dorregaray venció en la aldea de Eraul (Navarra) a las fuerzas liberales apresando a su coronel; el 20 de junio palmaron 100 tíos por cada bando en la Acción de Metauten; el 26 en Beramendi (Navarra) volvieron a ser derrotados los liberales[2] que se dejaron 150 bajas entre muertos y heridos, y muchos prisioneros y material.

 

Batalla de Castellfullit, óleo de Víctor Morelli. Museo del Ejército
Batalla de Castellfullit, óleo de Víctor Morelli. Museo del Ejército

El 13 de junio, en su programa de gobierno, el recién elegido presidente republicano Pi i Margall calificó el término de la guerra de “primera necesidad”, añadiendo que eso sólo se conseguiría reimplantando una disciplina que había desaparecido en oficiales y tropa y, desde luego, siendo justos en la concesión de premios y recompensas. Pero el mal de la insubordinación no se solucionó fácilmente como se demuestra en que, en su discurso de presentación del 8 de septiembre, el nuevo Presidente Castelar volvió a mencionar el problema como muy grave.

 

El 16 de julio entró de nuevo el pretendiente don Carlos en España plantándose en Guernica a primeros de agosto. Prudentemente, después del susto que se había llevado en mayo de 1872, se había quedado en Francia hasta ver las cosas claras. Y ahora estaban tan claras que se pudo pasear por las Provincias tranquilamente hasta recalar en Guernica (¡La ciudad del tótem foral!) a principios de agosto.

Y los éxitos absolutistas continuaban. El 12 de julio habían tomado Puente la Reina y el 14 de agosto se les rindió el fuerte de Campanas (Navarra), forzando la evacuación de Elizondo. El 24 se entrega Estella y el 25, intentando los liberales recuperar la plaza, son rechazados y se dejan 200 prisioneros. El 6 de octubre los gubernamentales vuelven a salir derrotados  en la acción de Santa Bárbara de Mañeru (Estella, Navarra), y dos meses después, los días 7, 8 y 9 de diciembre vuelen no sólo a ser vencidos, sino que hubieron de huir en trágica desbandada ofreciendo a sus enemigos como bochornosos blancos sus espaldas y sus nalgas.

El 11 de diciembre obtuvieron los liberales un éxito efímero al conseguir romper el asedio con que los carlistas cercaban la ciudad de Tolosa (Guipúzcoa) desde hacía 3 meses, pero a pesar de que cada uno de los bandos se dejó un centenar de fiambres en el campo en la batalla, el bloqueo, como digo, se rompió, aunque… al cabo de 8 días se volvió a recomponer.

Toda aquella fase de la guerra había sido desastrosa. El conflicto se había merendado a cada uno de los generales en jefe que habían caído por el Norte[3] durante el tiempo que duró la República, mientras que el pretendiente don Carlos se paseaba en uniforme de gala, al frente de sus tropas, por las provincias vascas y Navarra y su hermano Alfonso, en el escenario bélico del este, lo hacía en traje de campaña pero acompañado por su mujer.

Y es que en Levante tampoco sonreía la diosa Niké a la recién nacida República. Don Alfonso de Borbón, hermano del pretendiente a quien éste había nombrado general en jefe, junto al prestigioso (y sanguinario) líder de partida Francesc Savall, realizó diversas acciones. Ambos alalimón tomaron la plaza de Ripoll (22 de marzo de 1873), aunque luego la perdieron y la volvieron a tomar varias veces, la de Berga (27 de marzo) y el 10 de abril atacaron Puigcerdá aunque sin éxito.

Y el 19 de abril Savall, que había participado en las dos guerras carlistas anteriores, abandonó a don Alfonso por desavenencias con él. Pero no por eso detuvo su actividad bélica. Como el gobierno central ponía trabas a la difusión de la prensa carlista, Savall decretó (en el fondo estos jefes de partida eran reyezuelos) que ejecutaría a los carteros a quienes se cogiese transportando periódicos anticarlistas e incendiaría las correspondientes imprentas (no las editoras, sino las imprentas).

El 12 de junio los gubernamentales son derrotados por los carlistas en Oristá (Barcelona). El 9 de julio, unas partidas carlistas formadas por alrededor de 1.000 hombres y mandadas por don Alfonso de Borbón, batieron a los gubernamentales en Alpens (Barcelona). Quedaron 100 hombres sobre el campo, entre ellos su jefe, y se tomaron 900 prisioneros. Mª Dolores de Braganza, esposa de don Alfonso y que siempre estuvo a su lado en campaña, escribió la crónica de esta batalla indicando que una orquesta carlista tocaba música de valses mientras se peleaba.

El 18 de julio varias partidas carlistas unidas, tras fuertes enfrentamientos que superan las 36 horas de combates, toman Igualada, incendian varios edificios, causando unos cuantos muertos y llevándose 50.000 duros.

El 24 de agosto las partidas de Santés toman Játiva y Orihuela (¡Casi en Murcia!), precisamente en el mismo día en que en el Frente del Norte el carlismo se hace también con la localidad navarra de Estella. Es fácil suponer la depresión que se abatiría sobre Madrid.

El 27 de agosto el carlismo sufrió un duro correctivo pues fue sorprendido en su refugio de Cantavieja (Castellón) perdiendo nada menos que 750 hombres. Pero debió ser sólo un mal momento, porque el 4 de septiembre el grupo del carlista de Pamiés derrotó a dos columnas republicabas en Albiol (Tarragona), y el 22 de octubre la misma partida volvió a derrotar a las fuerzas liberales en Prades, aunque el propio Pamiés perdió la vida en el combate.

El 16 de octubre la partida carlista de Vallés, formada por 2.000 hombres, tomó la plaza de Caspe (Zaragoza) sin pegar un solo tiro. Por su parte, Santés y los suyos, tras unas correrías por la zona del Alto Tajo, vinieron a caer sobre Cuenca de donde, tras obtener un importante botín, salieron a toda pastilla de regreso al Maestrazgo ante la inminente llegada de tropas desde Madrid.

En realidad sería imposible, e insufrible, hacer mención de todos los encuentros entre los republicanos liberales y los carlistas absolutistas. Naturalmente el resultado de cada uno de esos encuentros se vencía a uno u otro lado. Pero lo cierto es que si no se tienen en cuenta más que los meses de duración de la República, el vencedor claro estaba siendo el carlismo, pues los liberales, con excepción de la mencionada acción sobre la guarida carlista de Cantavieja en el mes de agosto, no consiguieron ni una victoria significativa en ninguno de los dos frentes.

Lo que es seguro es que cuando terminó la experiencia republicana en enero de 1874, las cosas, en el terreno de la lucha contra el carlismo, estaban peor aún que al principio, en febrero del año anterior.

 

 

 

 

 



[1] En esa época, la actual Comunidad Autónoma de Euskadi se denominaba frecuentemente como “las Provincias”.

[2] En esta acción murió el Tte. Col.  Sanjurjo, carlista, padre de José Sanjurjo Sacanell, el general del golpe promonárquico de 1932 y que luego sería principal conspirador en 1936.

[3] Los generales Moriones, Pavía, Sanchez Bregua y nuevamente Moriones.

lunes, 22 de mayo de 2023

MAS CANTOLISMO, LA PRIMERA COMUNIÓN DEL SOCIALISMO ESPAÑOL

 

El otro gran foco del movimiento cantonalista en España, casi tan fuerte (o sin casi) como el andaluz, se produjo en la zona de Levante. Además del Cantón de Cartagena, que merecerá capítulo aparte, me referiré a las provincias de lo que genéricamente se llama el Levante y a Murcia.

El 19 de julio, al día siguiente de conocerse la sustitución del presidente del gobierno Nicolás Salmerón por Pi i Margal, y un poco a la sombra del Cantón Murciano que se había proclamado el día 12, se formó en la Universidad de Valencia una Junta Revolucionaria que aunaba bastantes grupos sociales y políticos (hoy se diría transversal). Se trataba de un golpe “de orden” pues la idea de sus impulsores atendía más bien, en un principio, a anticiparse a la pera madura de la inminente Constitución Federal que a llevar adelante una auténtica revolución. Una vez proclamado el Cantón, a él se adhirieron 179 de los 255 municipios de la provincia. El día 22 quedó oficializado al desfilar por la plaza de la catedral valenciana, a los sones de La Marsellesa, 28 batallones de voluntarios desarmados.

El gobierno rápidamente destituyó al Capitán General de Valencia nombrando en su lugar al general don Arsenio Martínez Campos que, ya el día 24, tuvo el primer choque con los rebeldes, quedando varios muertos y heridos sobre el terreno[1]. En estas circunstancias dimitieron asustados los elementos más moderados de la Junta Revolucionaria que fueron sustituidos por intransigentes e internacionales (dos bakuninistas y un marxista). La Junta viraba a babor.

El temor ante el despliegue de la artillería de Martínez Campos llevó a los rebeldes a buscar una negociación con los gubernamentales, pero don Arsenio se mostró inflexible y el día 2 de agosto empezó el cañoneo. Tras diversos intentos de negociación y cierta mediación consular, ante la inflexible actitud del nuevo Capitán General que no aceptaba más acuerdo que la rendición incondicional, el día 7 la Junta decide resignar la plaza.

El día 8 de septiembre entran las tropas gubernamentales en Valencia y… ahí se acabó lo que se daba. Generosamente, Martínez Campos, a pesar de su aparente rigor, fue indulgente con los vencidos, aunque hay que decir que un millar de hombres, los más significados, ya habían abandonado la ciudad en el vapor Matilde, rumbo a Cartagena. En los 15 días que había permanecido vivo el Cantón de Valencia, en el bando gubernamental habían muerto 7 hombres y otros 30 quedaron heridos, mientras que en el bando cantonal se contabilizaron unas 200 bajas entre muertos y heridos.

En Alicante ocurrió algo singular. La provincia había desdeñado el movimiento cantonal, pero el 20 de julio, una expedición naval salida del Cantón Murciano (luego Cantón de Cartagena) para arrastrar a otras plazas a “su” revolución, desembarcó en Alicante y forzó la creación de una Junta Revolucionaria. Conseguido su objetivo, los expedicionarios se volvieron a Cartagena el día 23, pero en cuanto sus barcos se perdieron en el horizonte los alicantinos retornaron a la obediencia gubernamental. En tres días  la revolución quedó enervada.

El día 21 de julio había llegado a Castellón, remitida por los cantonalistas valencianos, una fuerza de unos 600 hombres dispuesta a reforzar a la Junta Revolucionaria que se había alzado con el poder. Pero los pueblos de la provincia castellonense no se adhirieron al Cantón y la simple amenaza de las tropas del gobierno, que andaban cerca de la ciudad por la proximidad de la ciudad a los escenarios de las operaciones de la Guerra Carlista, sofocó rápidamente la insurrección que, al igual que la valenciana, era “de orden”. La aventura había durado 5 días.

Aunque he dejado para más adelante lo referente al Cantón de Cartagena, no tendré más remedio que referirme a él para hablar del de Murcia.


 

Tras la llegada a la capital de activistas federalistas cartageneros, se proclamó el día 13 el Cantón de Murcia supeditado provisionalmente[2] al de Cartagena, que se había activado, como dije más arriba, el día 12. Para el día 14 se constituyó el Cantón de Murcia con capitalidad en la Ciudad Departamental. Pero Murcia, y otras localidades de la provincia, ante la presencia de tropas centralistas, abandonaron su actitud el 11 de agosto. En realidad Murcia había constituido el cantón, como muchas otras plazas, no considerándose en rebeldía, sino que creyendo simplemente anticiparse a la que se pensaba ineludible e inminente decisión parlamentaria de activar la República Federal.

Torrevieja y Orihuela y Guardamar, “abandonando” la provincia de Alicante, se proclamaron cantones secundarios del de Murcia. Pero para el día 25 de julio, la simple presencia de las fuerzas gubernamentales aplacó las ansias federalistas de los revolucionarios de estos lugares. El cantón de Torrevieja presenta la característica, única en el movimiento cantonal, de que fue capitaneado por una mujer: Concha Boracino[3].

Además de lo que ocurrió en Andalucía y en Levante, de lo que he ido dando cuenta, hubo otros pronunciamientos locales de menor importancia en otros lugares de España.

En Almansa (Albacete), se proclamó el cantón el 19 de julio. En realidad no fue el pueblo quien se sublevó, sino el Batallón de Cazadores de Mendigorría que estaba de guarnición en esa localidad. Los militares arrastraron a las autoridades civiles a la insurrección, pero cuando la  tropa salió hacia otras poblaciones para sublevarlas, los políticos locales bajaron el listón y el azucarillo se deshizo. El día 22, de camino hacia Valencia, Martínez Campos entró en la ciudad sin disparar ni un solo tiro.

En Salamanca se proclamó el cantón en la madrugada del 22 de julio y la Junta Provisional formada, como primera medida expulsó los 170 guardias civiles que componían la guarnición de seguridad de la ciudad. Y a continuación… Y a continuación no pasó nada más porque no se conoce la adhesión de ninguna otra población de la provincia a este cantón, excepto Béjar, ni tampoco actividad alguna de la Junta. El 4 de agosto, una compañía de carabineros entró en la ciudad y, sin disparar un solo tiro devolvió las cosas a su lugar.

En Camuñas, población toledana a 75 km al sureste de la capital, se dio el caso curioso de que una población pequeña, de menos de 2.000 habitantes, se proclamase cantón. Fue, junto con Almansa, la única población manchega que lo hizo, aunque no se conocen muchos datos de su nacimiento su auge o su caída. Una curiosidad más de este pueblo, es que había sido evangelizado con cierto éxito por un pastor protestante.

Lo cierto es que el movimiento cantonal fue un sencillo fracaso que, si no fuese porque en dos o tres lugares hubo profusión de muertos, estaría más cerca de la comedia festiva que de la tragedia. Nada nos ha dejado: ni un fleco, ni una hilacha. Se activó el 12 de julio de 1873 y para un mes después, de los 29 movimientos cantonales que los estudiosos suelen considerar, todos menos el de Málaga, que lo haría una semana más tarde y, desde luego el de Cartagena, habían quedado laminados. Unos por el empleo de la fuerza, otros por la eficacia de la amenaza, algunos más por simple hastío y, en fin, otros por falta de interés de sus habitantes; de muchos ni se sabe por qué desaparecieron (ahora vendría al pelo la metáfora del azucarillo que se deshace si no fuese porque ya la he usado).

En contra de la creencia de muchos, el cantonalismo no fue un movimiento separatista. La República Federal lo que pretendía (de arriba abajo) era formar unidades políticas autónomas (cantones) y con esas piezas, aunadas, formar un Federación Española; era otro concepto de España. Eso, en opinión de los federalistas benevolentes, exigía alzar un andamiaje previo, uno de cuyos elementos, acaso el principal, era una Constitución. Pero, como ya dije en la Entrega 3, los intransigentes no pensaban así: para empezar creían que antes había que formar la federación y luego se haría el andamiaje; y en segundo lugar su impaciencia les llevó a crear “su” Cantón en su terruño como un aviso a Madrid:

-¡Oiga, que yo ya “soy Cantón”! Ya me puede usted federar con otros.

O, como poco:

-¡Oiga, que yo ya “soy Cantón”! Cuando vaya usted a hacer la federación, que sepa que yo soy una de las piezas, pues ya existo como tal desde ahora.

Lo único realmente interesante del movimiento cantonal en España, curiosidades y anécdotas aparte, es que, por detrás de las diversas revoluciones locales, empieza a asomar la Federación Regional Española de la AIT. Esto, si no el vagido, si al menos supone la “primera comunión” del socialismo en España.

 



[1] 3 muertos y 5 heridos por el lado gubernamental y 1 muerto y 3 heridos por el cantonal.

[2] Se acordó que la a capital estaría en Murcia, pero mientras durase la «guerra» lo sería Cartagena.

[3] Esta mujer debería ser considerada como una de esas heroínas que no escasean en España. Y por ser revolucionaria, debería ocupar un lugar señalado en la izquierda. Pero no es así y tengo la sospecha de que se debe a que doña Concha “colocó” a su hijo, de 18 años, a dirigir la explotación de las salinas de Torrevieja, lo que tiene toda la pinta de ser una alcaldada. Terminada la aventura cantonal, Concha Boracino pasó a Cartagena, desde donde se diluyó en la Historia.

jueves, 11 de mayo de 2023

LA REVOLUCION CANTONAL : ANDUJAR, ALCOY, SEVILLA, MALAGA...

 

El sustrato del movimiento cantonal es difícil de estudiar porque tiene al menos tres componentes que se entrecruzan en endiablada urdimbre. En el ansia popular por constituir pequeñas unidades políticas (los cantones), que más tarde se uniesen para componer una España se pueden descubrir tres hebras.

Me parece falsa la existencia de un componente importante de  separatismo, pero es difícil desligar ese componente, si existiese, del ansia antimonárquica de un pueblo que esperaba “una” revolución desde, al menos, la Revolución de Septiembre de 1868. Ni que decir tiene que los revolucionarios de la Septembrina buscaban la república. Sólo la tenacidad de Prim, empeñado en traer un rey, puso en el trono a don Amadeo para  malestar de muchos revolucionarios y republicanos. No cabía en la cabeza de mucha gente el haber puesto de patitas en Francia a la reina Isabel II para traer en su lugar a otro rey, que además parecía un poco petimetre y que ni siquiera hablaba castellano (aunque esta última circunstancia ya la habíamos experimentado con Carlos I, con Felipe V y con José I).

Otra causa que dificulta el análisis y que subyace no sólo en los motines cantonales sino en la mayoría de las revoluciones que se daban en España, es la cuestión social. A la evidencia de las abismales diferencias culturales, sociales, económicas y pedagógicas de la sociedad de la época, suficientes causas para iniciar una revolución, había que añadir un nuevo factor: la aparición en escena de la I Internacional Socialista (1864), que ya había tendido sus redes por todo Europa y, desde luego, por España, donde las zonas industriales del Levante y las agrícolas de Andalucía constituían un caldo de cultivo adecuado para su arraigo y crecimiento.

Y por último, last but not least, estaba la necesidad de las corporaciones de carácter local o provincial de desuncirse del enojoso yugo administrativo central que pesaba sobre ellas. Las decisiones que afectaban a esos organismos se tomaban muy lejos del punto del conflicto y por entonces las  comunicaciones, aunque ya estaban en servicio 7.000 km de vías férreas, impedían desplazarse con el mínimo de agilidad necesaria como para eludir  el auténtico bloqueo que suponía la distancia a los centros de decisión que, ya de por sí, tampoco es que fuesen el paradigma de la agilidad.

Estos tres aspectos, y otros menores como el anticlericalismo o actitudes premeditadamente violentas, se pueden encontrar entreveradas en los motines y asonadas cantonalistas.

El 30 de junio estalla una insurrección en Sevilla y días después, el 7 de julio, ocurre lo mismo en Alcoy (como vimos en la entrega nº 3). Pero aunque algunos autores las enmarcan dentro del movimiento cantonal, estas asonadas estarán más motivadas por la acción obrera y de los internacionales de la Federación Regional Española de la Internacional Socialista (FRE-AIT) que por el cantonalismo. No es que los cantonalistas no participasen en las revueltas, que sí que lo hicieron, pero los movimientos en ambas ciudades tenían más un carácter obrerista que político. La dificultad de discernir el motivo de cada una de esas revueltas, y el hecho de que en Sevilla, a las 3 semanas de este motín obrero se proclamase el Cantón Andaluz, hace que algunos historiadores digan que el Cantón de Sevilla tuvo dos fases; la del 30 de junio y la del 18 de julio. Creo que es un error porque la primera de las dos revueltas no fue cantonal.

 


Ya el 12 de julio llegan a Madrid las primeras alarmantes noticias desde Cartagena, y casi al mismo tiempo se empieza a recibir informaciones de los principales movimientos cantonales en Andalucía y Levante. Salmerón, cuyo lema era “el imperio de la ley”, envía al general Pavía a Andalucía para reprimir las sublevaciones.

Sale Pavía de Madrid el 21 de julio y el 23 entra en Córdoba, que ya había regresado a la obediencia al gobierno central al haber sido sometidos los rebeldes por la guarnición de la plaza. Pavía envía algunos destacamentos a las poblaciones cercanas (Andújar[1], Bailén, Montilla) a reducirlas y requisar el armamento que manejaban los rebeldes.

El día 26 parte el grueso de la tropa hacia Sevilla, que se había declarado cantón independiente el 18 de julio (Cantón Andaluz). Tras duros combates en los que se contabilizaron 300 muertos (aunque se supone que entre los rebeldes hubo muchos más), el día 30 de julio hace su entrada Pavía en la ciudad y allí mismo fenece el cantón. A Utrera, que se había desmarcado del cantonalismo, habían acudido fuerzas sevillanas para convencer a la ciudad de que les diese su apoyo, pero la tensión entre ambas poblaciones andaluzas alcanzó tal grado que todo se resolvió en una trágica balacera que dejó 29 fiambres (22 sevillanos), 95 heridos (70 sevillanos) y 400 prisioneros sevillanos. Ni Dos Hermanas, ni Morón, ni Osuna, ni desde luego Utrera, se apuntaron al movimiento cantonal.

La caída de Sevilla desmoraliza a las ciudades cercanas. Cádiz, gobernada por un alcalde anarquista, se declaró independiente el 19 de julio, y a ella se unen Puerto Real, La Línea y Vejer. Sanlúcar[2] instituyó su propio cantón, independiente. San Fernando también se levanta (la población, no la base naval), pero no se adhieren ni Jerez, ni el Puerto de Santa María, ni Algeciras[3]. Hay tiroteos intensos entre la marinería de San Fernando y el regimiento de artillería de guarnición en la capital, que se había sumado al cantón, pero no hay demasiadas bajas a pesar de que la ciudad es bombardeada. El día 3 de agosto llegan a Cádiz las tropas de Pavía que toman la ciudad y encierran en el Castillo de Santa Catalina a los jefes militares rebeldes; luego conmina a las poblaciones aún insurrectas a que entreguen las armas.

Regresa Pavía a Córdoba como para tomar carrerilla antes de iniciar sus operaciones contra Málaga y Granada. Ésta, que había declarado la guerra al cantón de Jaén por una cuestión de límites (bueno, claro, ya de fronteras), y estuvo a punto de hacerlo con el de Cartagena pues un barco cartagenero se había propasado a bombardear Motril y saquear la población, fue pan comido para las aguerridas tropas de Pavía, que se plantaron en la ciudad el 12 de agosto.

Aunque Málaga había declarado la independencia el 22 de julio, su gobernador civil y jefe del Cantón, previendo la pronta llegada de Pavía y temiéndose una escabechina, negoció con el gobierno a través de su buen amigo el Ministro de Ultramar (probablemente la cartera menos prestigiosa del gabinete) que él se encargaría de aplacar a los revoltosos con la condición de que no entrase Pavía en la ciudad. Lo admitió Salmerón, pero Pavía presentó la dimisión, que fue rechazada. Al mismo tiempo el Presidente destituía al gobernador civil (lo que era inútil porque la ciudad no estaba ya bajo la jurisdicción del poder central) y se autorizaba a un delegado del gobierno para que se presentase a negociar en la ciudad[4].

La presencia del delegado gubernamental sulfuró al ya de por sí sulfuroso Pavía que, de nuevo, presentó la dimisión; lo que aún hizo dos veces más (ya tras la dimisión de Salmerón y gobernando Castelar), pues a cada cesión que intentaba hacer el gobierno a los malagueños para liquidar el cantón sin violencia, el general Pavía presentaba su dimisión,

El cesado gobernador propuso al gobierno entregar el cantón con la condición de que se permitiese, tanto a él como a los restantes revoltosos, salir libremente de la plaza. Aceptó el gobierno y el 19 de septiembre salieron confiados los sediciosos. Pero a 5 km de la ciudad cayó sobre ellos Pavía, deteniéndolos y desarmándolos. El de Málaga fue, con exclusión del de Cartagena, el cantón más duradero de todos los que se activaron pues vino a durar 59 días.

En Jaén los focos cantonales fueron Bailén y Linares (22 de julio), y Arjona y Andújar  (23 de julio). Para el día 3 de agosto, con el abandono del cantonalismo de esta última localidad, terminó la aventura en la provincia.  Ni la capital ni Úbeda si habían sumado al movimiento federal.

Las autoridades almerienses no tomaron parte en el movimiento a pesar de ser republicamos federales; si parecía que nunca estarían dispuestos a levantar un cantón por la violencia, menos aún lo harían cuando resultaba que el Presidente del Poder Ejecutivo, Nicolás Salmerón, era natural de un pueblo de la provincia llamado Alhama la Seca.

Huelva, por su parte, no se separó del poder central, pero hizo protesta de su federalismo y sus autoridades recabaron un cantón propio para el caso de que se activase definitivamente la República Federal.

 

 

 

 



[1] Los revoltosos de Andújar, que habían proclamado el cantón el día 20, habían cortado la línea férrea en Despeñaperros, por lo que los dos trenes de expedicionarios que mandaba Pavía tuvieron que realizar el viaje Madrid – Alcázar de San Juan – Ciudad Real – Badajoz – Córdoba.

[2] En esta población se detecta la influencia de los internacionalistas de FRE-AIT.

[3] Algeciras se mantuvo independiente del Cantón de Cádiz, creando el suyo propio

[4] Mientras el cantón malagueño, aguantaba sin rendirse y  Pavía esperaba que se le permitiese entrar en la ciudad, para no aburrirse aprovechó para acabar con el movimiento cantonal en Écija.

jueves, 4 de mayo de 2023

EL CANTÓN MURCIANO QUE SOBREVIVIÓ A LA REPÚBLICA

 

El Cantón de Cartagena (ya vimos que en un principio se llamó Cantón Murciano), en principio solo era un peón más de un plan insurreccional ideado desde el Comité de Salud Pública de Madrid inspirado por Roque Barcia[1]. Pero así como los demás cantones fueron laminados por las tropas del gobierno o el hastío de los rebeldes, éste no solo fue el que más duró  sobreviviendo a la propia República, sino que se convirtió en emblema del movimiento cantonal. Por ello y por sus elementos épicos y románticos, creo que requiere un tratamiento diferenciado.

El sustrato ideológico que justificaba a los rebeldes, tanto en Cartagena como en los demás cantones, era el incumplimiento por parte del gobierno de las promesas que había hecho. Un periódico de Cartagena explicaba que los políticos, tras tomar el poder «han cogido miedo al pueblo». Ahora se esperaba que la rebelión cantonal desintegrase el conservadurismo del stablishment republicano.

El 12 de julio se inicia la rebelión en Cartagena ocupando militarmente los sediciosos los principales puntos de la ciudad y alrededores. Al día siguiente el  ayuntamiento dimite y es sustituido por un Comité de Salud Pública a cuya cabeza coloca al diputado intransigente Antonio “Antonete” Gálvez, recién llegado de Madrid. Éste, tras proclamar el cantón, arenga a la marinería de la escuadra surta en el puerto para que se subleve contra la oficialidad. Poco después se suman a la insurrección el batallón de infantería de marina, el regimiento Iberia 30 y el de cazadores de Mendigorría 21, todos ellos de guarnición en la plaza. Ya el día 14 se planta en Cartagena, el teniente general Juan Contreras Román, también diputado intransigente, que conmina a los oficiales de la marina a adherirse al movimiento o abandonar la ciudad, y que toma el mando del ejército sublevado que, como digo, ya estaba estratégicamente desplegado. La oficialidad de marina abandona sus barcos, por cierto, las mejores unidades de la Armada Española, que de esta forma quedan en poder de los rebeldes.

Para mostrar su insumisión a un gobierno timorato que no se atreve a dar el paso de crear la República Federal, los edificios oficiales y los buques sublevados enarbolan una bandera roja en lugar de la española oficialmente reconocida. La reacción del gobierno es dictar un decreto (20 de julio) declarando piratas a los buques al servicio del cantón[2], lo que autoriza a los carcos nacionales y extranjeros a tratarlos (y a sus tripulaciones) como tales. De inmediato los diputados intransigentes presentaron una propuesta  (21 de julio) para derogar tal medida, pero el gobierno fue claro: si los buques no tienen patente de navegación, ni oficialidad, ni órdenes y llevan una bandera que nadie conoce ¿De qué otra forma se les podría catalogar? La propuesta de los intransigentes fue rechazada por 90 votos contra 110, lo que es indicativo de lo que estaba ocurriendo en Madrid.

Las nuevas autoridades cartageneras inician una campaña para conseguir la adhesión (y ya de paso el botín), de todas las zonas aledañas al eje Murcia – Cartagena que era en realidad el núcleo de la sedición. Y así el general Contreras desembarca en Mazarrón el 18 de julio y al día siguiente en Águilas, implantando sendos cantones anexos al murciano y obteniendo fondos y alimentos para Cartagena.

Mientras, en la Carrera de San Jerónimo, ese mismo día 18 dimitía Pi i Margall accediendo al poder Nicolás Salmerón.

El día 20, zarpan 2 fragatas, llevando a bordo una de ellas a “Antonete”, con rumbo a Alicante para implantar el cantón, Los sediciosos desembarcan pacíficamente en la ciudad, pues sus autoridades y la guarnición habían huido. Gálvez solicitó 12.000 duros y que la ciudad se declarase cantón anexo al de Murcia-Cartagena. No logró el dinero, y aunque los alicantinos aceptaron implantar el cantón, en cuanto los barcos rebeldes desaparecieron en el horizonte regresaron a la obediencia al gobierno legalmente constituido.

De regreso a Cartagena, las fragatas hicieron escala en Torrevieja desembarcando el día 22. Los recibió la entusiasta lideresa[3] Concha Boracino, de quien ya hemos hablado en la entrega nº 6. Gálvez pidió a la ciudad 25.000 duros, aunque a la hora de la verdad sólo se recaudaron 3.500. Pero lo peor fue que en cuanto zarparon ya el día 23, uno de los barcos expedicionarios, precisamente aquel en el que viajaba Gálvez, fue interceptado por el buque prusiano Friederick Karl. El líder cantonalista fue retenido durante varias horas por el teutón y, aunque fue puesto en libertad al día siguiente, la fragata quedó requisada y fue devuelta al gobierno central.

Dos días después, viendo que en Madrid no se formaba el esperado régimen federal y que la revuelta general fracasaba, se crea en Cartagena el “Directorio Provisional de la Federación Española” y el 27 se activa el “Primer Gobierno de la Federación Española”, Federación Española que era la que se esperaba que hubiese instituido el poder ejecutivo de “Madrid”. Roque Barcia, llegado ese mismo día, fue nombrado presidente; el general Contreras vicepresidente[4], y Gálvez ministro de… ¡Ultramar!, no sin antes haber recibido el fajín de general.

En esas mismas fechas (día 25) sale una expedición terrestre de Cartagena que, tras pernoctar en Totana, entra el día 26 en Lorca, en donde obtiene una exacción de 4.600 duros, pero sin conseguirse su leal adhesión al movimiento cantonal. El 30 entran en Orihuela a tiros, pues las fuerzas del orden de la población (11 guardias civiles y 40 carabineros), pusieron resistencia y hubo varias bajas. En el enfrentamiento los insurrectos sufrieron un muerto y dos heridos, recibiendo así los sediciosos su bautismo de sangre. Los cartageneros se llevaron 1.000 duros y dejaron unas autoridades federalistas a quienes se les pasó el federalismo, igual que en Lorca, en cuanto desaparecieron las tropas de “Antonete” Gálvez.

Dos días después, bajo el mando del general Contreras, salen hacia las costas de Almería y Málaga dos fragatas, con un fuerte contingente de infantería e infantería de marina. A la primera de esas ciudades se le exige la salida de la guarnición y la entrega de 100.000 duros, pero los almerienses se niegan, así que el día 30 se bombardean los edificios militares de la población. Pero Almería se mantiene firme y contesta con su propia artillería, de forma que Contreras decide abandonar la acción llevando consigo 8 muertos.

 


Continúa la expedición, ahora sobre Motril, donde logra desembarcar el 31 de julio. Aquí los expedicionarios obtuvieron, además de tabaco y asistencia médica para sus heridos, 2.000 duros en metálico y otros 8.000… ¡En pagarés que debían cobrarse a su vencimiento en la ciudad de Málaga!

Cuando los dos buques cantonales se dirigían a la capital malagueña, son interceptados por una fragata acorazada británica (HMS Swiftsure) y otra alemana (SMS Friedrich Karl, a quien ya conocemos) que capturan casi sin oposición a los rebeldes. Los barcos son confinados en el puerto de Gibraltar desde donde serán devueltos a las autoridades legales españolas, mientras que las tripulaciones y tropas apresadas son desembarcadas en el fuerte de Navidad[5], en la punta oeste de la bocana del puerto de Cartagena.

Ante el cerco que las tropas del gobierno tienen sometida a la ciudad de Valencia, el Cantón Murciano, con el fin de ayudar a los asediados y mantener divertido al enemigo, decide cortar la línea ferroviaria Madrid – Valencia. Para ello envía una expedición de 8.000 hombres que es interceptada en Chinchilla por 3.000 soldados del general gubernamental Salcedo. Pero durante el enfrentamiento llegan noticias de que Martínez Campos ha entrado en Valencia, así que los cantonalistas se desmoralizan y son arrollados por las tropas leales, perdiendo unos 500 hombres, de los cuales 28 son oficiales, además de 250 fusiles y 4 cañones. 

Todos los historiadores coinciden en que la derrota de Chinchilla (10 de agosto) supone un hito en la historia del Cantón, pues en adelante se observan tres circunstancias nuevas: por una parte aparecen disensiones en la cúpula revolucionaria cartagenera; por otro, comienza el cerco definitivo  militar a Cartagena y, por ultimo, tal vez consecuencia de lo anterior, que los cantonalistas parecen pasar de una actitud belicosa a otra más bien defensiva, donde la mayoría de las acciones militares que emprenden son de rapiña más que de “evangelización” de los pueblos y ciudades cercanos tal y como antes ocurría.

 

 

 



[1] Diputado intransigente, gramático de profesión. Probablemente el motor intelectual de la rebelión.

[2] Es frecuente creer que fue el uso de la bandera roja lo que los convertía en piratas. Pero el decreto del día 20 no dice nada al respecto, aunque el asunto sí aparece en el subsiguiente debate en las Cortes.

[3] Increíblemente la RAE acepta esta palabreja.

[4] En realidad Contreras había sido elegido presiente, pero al llegar Roque Barcia a Cartagena, le cedió el cargo. Otras informaciones dicen que Barcia quedó como vicepresidente 1º.

[5] Años después se construyó allí un faro, que hoy subsiste, también llamado de Navidad.