De niños aprendimos que nuestra madre Eva se dejó tentar por la serpiente, comió del fruto prohibido y dio a comer de él a Adán; ese fue el pecado original (no el comer, sino el violar la prohibición). Pero la gente de mi generación aprendió también que ese fruto era, en concreto, una manzana. Acaso no nos lo enseñaron y se nos quedó la idea sólo observando la iconografía clásica, pero lo seguro es que, para muchos de nosotros, era una manzana como una casa.
Pero acudamos a la Biblia. Según ella Dios dijo a
Adán (Eva no había sido aún creada): “Puedes comer de cualquier árbol del
jardín, pero no comerás del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque el
día que comieres de él morirás sin remedio” (Gn 2, 16). Ni manzana ni fruto alguno.
Más adelante leemos que la serpiente dijo a Eva:
“¿Cómo os ha dicho Dios que no comáis de ninguno de los árboles del jardín?”
(Gn 3, 1). Curiosamente el narrador da por supuesto, ya que no nos lo cuenta,
que sabemos que Adán le había comunicado a Eva la prohibición, pues la
serpiente le habla como si ella ya lo supiese. Observamos que sigue sin mencionarse
ni la manzana ni otro fruto.
Responde Eva: “Podemos comer del fruto de los
árboles del jardín. Mas del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios:
No comáis de él, ni lo toquéis,… ” (Gn 3, 3-4). Aquí aparece por primera vez la
palabra “fruto”, pero no “manzana”.
De nuevo toma la palabra el narrador: “Como viese la
mujer que el árbol era bueno para comer (…) tomó de su fruto y comió. Después
dio también a su marido” (Gn 3, 6). O sea, que sigue sin aparecer la manzana. Una
curiosidad: este versículo utiliza la palabra “tomar”, pero en la versión Nácar-Colunga
de la Biblia se usa el verbo “coger”, lo que sorprende porque parece que de esa
forma se deja de lado a la Iglesia de Hispanoamérica, en muchos de cuyos países
tal verbo tiene un significado no precisamente
sinónimo a “tomar”.
En el siguiente diálogo también falta la manzana.
Pregunta Dios a Adán: “¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer?”
(Gn 3,11). Y, tras una leve inquisición y maldecir a la serpiente, se dirige de
nuevo a Adán: “Por haber escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol del
que yo te prohibí comer…” (Gn 3, 17). Y termina el episodio con un Dios
tonante: “¡Resulta que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, en
cuanto a conocer el bien y el mal! Ahora, pues, cuidado, no alargue la mano y
tome también del árbol de la vida y comiendo de él, viva para siempre.” (Gn
3,22). Como se ve, nada de manzanas o frutos de ningún tipo.
Con respecto al llamativo sintagma que Dios profiere
de “como uno de nosotros”, se comprenderá que es material altamente combustible
para los aficionados al realismo fantástico que, inmediatamente, en lugar de
ver a un Dios, contemplan uno de entre varios extraterrestres llegados a la
tierra no se sabe muy bien a qué. La exégesis católica considera que Dios, en
este párrafo, ironiza y habla consigo mismo.
Y aquí, junto con el paraíso terrenal, desaparece,
desde luego sin manzanas, el árbol de la ciencia del bien del mal para todo el
resto de la Biblia.