miércoles, 19 de noviembre de 2014

ALGÚN COMENTARIO A LA MANZANA DE ADÁN Y EVA




De niños aprendimos que nuestra madre Eva se dejó tentar por la serpiente, comió del fruto prohibido y dio a comer de él a Adán; ese fue el pecado original (no el comer, sino el violar la prohibición). Pero la gente de mi generación aprendió también que ese fruto era, en concreto, una manzana. Acaso no nos lo enseñaron y se nos quedó la idea sólo observando la iconografía clásica, pero lo seguro es que, para muchos de nosotros, era una manzana como una casa.
Pero acudamos a la Biblia. Según ella Dios dijo a Adán (Eva no había sido aún creada): “Puedes comer de cualquier árbol del jardín, pero no comerás del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque el día que comieres de él morirás sin remedio” (Gn 2, 16). Ni manzana ni  fruto alguno.
Más adelante leemos que la serpiente dijo a Eva: “¿Cómo os ha dicho Dios que no comáis de ninguno de los árboles del jardín?” (Gn 3, 1). Curiosamente el narrador da por supuesto, ya que no nos lo cuenta, que sabemos que Adán le había comunicado a Eva la prohibición, pues la serpiente le habla como si ella ya lo supiese. Observamos que sigue sin mencionarse ni la manzana ni otro fruto.
Responde Eva: “Podemos comer del fruto de los árboles del jardín. Mas del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo toquéis,… ” (Gn 3, 3-4). Aquí aparece por primera vez la palabra “fruto”, pero no “manzana”.
De nuevo toma la palabra el narrador: “Como viese la mujer que el árbol era bueno para comer (…) tomó de su fruto y comió. Después dio también a su marido” (Gn 3, 6). O sea, que sigue sin aparecer la manzana. Una curiosidad: este versículo utiliza la palabra “tomar”, pero en la versión Nácar-Colunga de la Biblia se usa el verbo “coger”, lo que sorprende porque parece que de esa forma se deja de lado a la Iglesia de Hispanoamérica, en muchos de cuyos países tal verbo tiene un significado no precisamente  sinónimo a “tomar”.
En el siguiente diálogo también falta la manzana. Pregunta Dios a Adán: “¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer?” (Gn 3,11). Y, tras una leve inquisición y maldecir a la serpiente, se dirige de nuevo a Adán: “Por haber escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol del que yo te prohibí comer…” (Gn 3, 17). Y termina el episodio con un Dios tonante: “¡Resulta que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, en cuanto a conocer el bien y el mal! Ahora, pues, cuidado, no alargue la mano y tome también del árbol de la vida y comiendo de él, viva para siempre.” (Gn 3,22). Como se ve, nada de manzanas o frutos de ningún tipo.
Con respecto al llamativo sintagma que Dios profiere de “como uno de nosotros”, se comprenderá que es material altamente combustible para los aficionados al realismo fantástico que, inmediatamente, en lugar de ver a un Dios, contemplan uno de entre varios extraterrestres llegados a la tierra no se sabe muy bien a qué. La exégesis católica considera que Dios, en este párrafo, ironiza y habla consigo mismo.
Y aquí, junto con el paraíso terrenal, desaparece, desde luego sin manzanas, el árbol de la ciencia del bien del mal para todo el resto de la Biblia.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

CALLE DEL HOMBRE DE PALO


Carlos I de España y V de Alemania, llevaba en su séquito a un ingeniero conocido por la Historia como Juanelo Turriano o, simplemente, Juanelo.
Este técnico, entre muchos inventos, ideó un sistema para subir el agua desde el Tajo a la ciudad. No está claro cómo funcionaba el sistema, que se conoce como el “artificio de Juanelo”, aunque, probablemente, se trataría de un tornillo “sinfín” movido con la fuerza de la corriente del río. Turriano construyó en Toledo dos de estos artificios; uno de ellos se instaló en el Alcázar (y nunca lo cobró) y el otro en algún otro punto de la ciudad a costa del municipio.
Como era  aparejador de la Catedral, nuestro hombre tenía derecho a una ración diaria de pan, carne y sal. Pero había un problema; trabajaba en la orilla del río con los artificios y, sin embargo, debía ir a retirar su pensión alimenticia diaria al Palacio Arzobispal, con lo que perdía mucho tiempo.
Pues bien; fabricó un autómata de madera que “sabía” hacer el recorrido entre su casa y el Palacio Arzobispal y vuelta, de manera que o él o el ama que tenía de servicio, ponían al robot en la puerta de la vivienda y, para pasmo de propios y extraños que venían incluso desde poblaciones lejanas para ver el espectáculo, salía andando sin ayuda hasta las dependencias de la catedral con un zurrón en el que los encargados de la intendencia diocesana echaban la ración que correspondía a Juanelo. Luego el autómata se daba la vuelta y regresaba al punto de partida.
Los toledanos, que llamaban al muñeco Don Antonio, en homenaje a este casi milagro (estamos a mediados del siglo XVI), llamaron a la calle que recorría el maniquí andante, calle del Hombre de Palo (hombre de madera) y aún hoy subsiste en la Ciudad Imperial con ese nombre.