jueves, 8 de diciembre de 2016

EL YATE TURQUESA en la playa del Aguilar de Muros de Nalón



En noviembre de 1933, las primeras elecciones generales legislativas que se celebraron en la II República española (las de 1931 habían sido constituyentes) dieron como vencedores a los partidos de centro y de derechas, quedando en primer lugar la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), cuyo jefe era José María Gil Robles y, en segundo los centristas del Partido Radical liderado por Alejandro Lerroux.
Pero al presidente de la República, Alcalá Zamora, le asustó encargar la formación de gobierno a la CEDA, tanto por la juventud de su líder (tenía 35 años) como por los síntomas de fascismo que exhibía esa formación política. Así que confió tal tarea a Lerroux, autor años antes de la piadosa frase: “Alcemos los hábitos de las monjas y elevémoslas a la categoría de madres”.
La clave de lo que sucedió tras esas elecciones está en que, simplemente, la izquierda no aceptó unos resultados que la daban como severamente derrotada. En el PSOE (para ser justos; una parte del PSOE) casi sin darse un día de tregua desde la proclamación de los resultados, los políticos en sus mítines y la prensa afín proclaman sin ambages que no admitirán un gobierno que no sea de izquierdas y que se preparaban para alcanzar el poder aun llegando, si fuera necesario, a la guerra Civil.
Así que organizaciones de izquierda y sindicatos empiezan a armarse con vistas a una sublevación violenta contra el gobierno radical-conservador republicano. En este escenario “político” se desarrolla el incidente del alijo del yate “Turquesa”.
El “Turquesa” era un yate cargado de armas, destinado a una nonata revolución portuguesa, que estaba desde hacía cierto tiempo decomisado en el puerto de Cádiz. El socialista Indalecio Prieto consiguió fletarlo con destino falso y a nombre de terceros, pues las armas se entregarían no a quienes figuraban como consignatarios en la documentación oficial del flete sino, subrepticiamente, a los izquierdistas asturianos para que estuviesen, llegado el momento, adecuadamente armados.
En la noche del 10 al 11 de septiembre de 1934 el “Turquesa” fondeó frente a la playa del Aguilar (Muros de Nalón). Tres motoras llegadas de otros puertos cargaron cajas de armas y municiones, llevándolas a la playa
Playa del Aguilar en Muros de Nalón, donde se produjo el desembarco
donde les esperaban algunos coches y furgonetas. Pero toda aquella “movida” causó la alarma en la población, que dio parte a los carabineros y a la Guardia Civil. Ante el despliegue de la fuerza pública el barco se dio a la fuga con 200 cajas aún en sus bodegas. Otras sesenta y dos quedaron en la playa, setenta y tres se aprendieron en una furgoneta que se averió y sólo 18 pudieron llegar a los destinos previstos.
Indalecio Prieto, según él mismo contó en una revista editada en Argentina llamada “España Republicana”, vigilaba junto a dos colegas, escondidos en un bosque cercano, al desembarco del alijo cuando, de pronto, apareció una pareja de carabineros que, claro, a aquellas horas y con la alarma recibida, les dieron el alto apuntándoles con sus fusiles.
Con las “manos arriba” Prieto se dio a conocer como diputado. Los carabineros dejaron de apuntarles y como, cuando fue ministro de Hacienda,  “Don Inda” siempre había sido generoso con ese cuerpo, el cabo jefe de la pareja le tendió la mano preguntándole qué hacía por allí a esas horas. Prieto respondió ocurrente: “Estos dos amigos y yo vamos de excursión con tres muchachas, y como yo, por mi significación política, estimé escandaloso llegar los seis en pandilla al hotel de Avilés donde debemos pernoctar, acordamos que el automóvil con las mujeres fuese por delante y que luego de dejarlas en la villa retrocedería, a fin de recogernos a nosotros que, mientras tanto, paseamos para estirar las piernas”.
El cabo, que debía ser muy tonto (o demasiado listo), consideró aceptable la respuesta. No sólo eso, sino que por su parte añadió ingenuo: “Pues nosotros dormíamos tranquilamente en nuestro cuartel cuando un vecino ha venido a avisarnos de que alguien está intentando pasar un alijo. Nos pusimos el uniforme y vamos a ver qué hay de cierto en la referencia.”
No hubo más. Los “excursionistas” quedaron libres y los carabineros siguieron su camino hacia la playa del Aguilar.

Por si es de interés de alguna comadre, diré que Prieto, con 21 años se había casado en 1904, por lo civil, con su novia de 17 años, solo dos días antes de que la chiquilla se pusiese de parto. Fue un matrimonio felicísimo que sólo tuvo la desgracia de ver la muerte de su cuarta y última hija. La esposa de Indalecio murió en 1922 con lo que quedó viudo con 39 años, así que en las fechas de estos sucesos llevaba 12 en esa situación. 

lunes, 17 de octubre de 2016

EL “INCIDENTE DE CARABANCHEL” de Julio Mangada Rosenörn


El teniente coronel de infantería , nacido en Cuba en 1877, protagonizó el 27 de junio de 1932 el conocido como “incidente de Carabanchel”. En un acto oficial, tras hablar los generales Villegas y Caballero en contra del gobierno y con acerbas críticas al estatuto catalán, tomó la palabra el general Goded, compañero de promoción de Mangada (ambos se odiaban). Este último orador terminó su discurso con un “¡Viva España y nada más!”, lo que era distorsionar, a todas luces adrede, el reglamentario “¡Viva España y viva la República!”
Mangada había ascendido a teniente coronel en 1929. Cuando empezó la Guerra Civil era un militar de prestigio entre sus compañeros más izquierdistas. Reunía todas las características del intelectual anarquista de principios de siglo; era vegetariano, nudista, esperantista (dominaba el esperanto tan correctamente que publicó 8 libros en ese idioma, alguno de ellos de poesía), teósofo, masón, miembro de la U.M.R.A. (Unión de Militares Republicana Antifascista)…
Fue defensor de alguno de los máximos responsables de la Huelga General de 1917 (que arrojó un atroz saldo de 70 muertos, 200 heridos y 2.000 detenidos). Chocó con frecuencia con el mando, por ejemplo, por  pretender hablar en sedes de partidos políticos o en el Ateneo, o por apoyar la sindicación de los cabos de la guarnición de Madrid. Participó, desde luego, en lo que se conoce como “Sublevación de Jaca” de 1930, prorrepublicana, actuando como enlace de los rebeldes y los cuarteles de Madrid.
En fin, que era un militar de izquierdas de cuerpo entero, aunque tal vez un poco chapado a la antigua.
Bueno, pues cuando Mangada, que ya durante los discursos de Villegas y de Caballero había mostrado su disconformidad con ostensibles gestos de desaprobación, oyó a Goded decir eso de “¡Viva España y nada más!”, decidió permanecer sentado y en silencio sin contestar con el preceptivo ¡Viva!
Goded se lo recriminó, pero Mangada le respondió agresivamente. Al oírle el general Villegas ordena su arresto y entonces, en una reacción entre histérica y pueril, el teniente coronel se quita la guerrera y la pisotea.
El “tribunal” de Julio Mangada en la Casa de Campo de Madrid
Azaña (que además de ser presidente del gobierno mantenía la cartera de Guerra) relata el episodio en sus memorias y se puede observar en ellas que los hechos le tenían desconcertado, pero destituye de sus cargos a los tres generales y procesa al teniente coronel por atentado al honor militar e insulto a superior. Sin embargo, tras 14 meses de proceso Mangada sale absuelto.

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Este es en esencia el “incidente de Carabanchel”, pero la personalidad de Mangada es sorprendente. Azaña, que tenía una pluma como la lengua de un áspid, habla de él en sus “Memorias políticas y Diario de Guerra” con saña sangrienta.
Por lo demás, durante la Guerra, el teniente coronel tuvo un comportamiento gris. Empezó brillantemente en el frente de la vertiente abulense de la sierra de Guadarrama derrotando en Navalperal de Pinares a la Columna Doval (el líder falangista Onésimo Redondo cayó muerto ante una de sus patrullas), pero Mangada fue incapaz de explotar el éxito inicial y se volvió a Madrid. En la capital es paseado a hombros, como un torero, por la Puerta del Sol. Alguien le pone un fajín encontrado en algún registro y se le nombra "general del pueblo". El ministro de la Guerra, sobrepasado por la decisión popular, se vio obligado a ascenderle a coronel.
Poco después instala, motu proprio, un tribunal popular en la Casa de Campo de Madrid donde juzga sumariamente y sin garantías procesales a algunos militares rebeldes que son, inmediatamente, pasados por las armas.
Fracasa más tarde, abandonada ya su actividad “judicial” y retomada la militar, en Talavera de la Reina (por entonces Talavera de Tajo) en octubre de 1936 y ya, prácticamente, desparece de las acciones bélicas pasando a cargos administrativos en el ejército republicano.

Al final de la Guerra escapa a Argel en el buque de bandera británica Stanbrook y, desde allí, gracias a un pasaporte cubano que le consigue una organización esperantista, consigue llegar a México, en cuya capital federal muere en 1946.

lunes, 22 de febrero de 2016

RICARDO I ¿FUE GAY?

Para empezar diré que no se sabe. Pero añadiré que todo apunta a que sí y que, por si a alguien le interesa, para mí que era de todo un poco.
Ricardo I Plantagenet “Corazón de León”, aunque nació en Oxford (1157), vivió la mayoría de su juventud en Aquitania; territorio continental del actual estado francés del que era titular su madre, Leonor de Aquitania.
Allí conspiró contra su padre Enrique II, junto con el rey de Francia Felipe II Augusto. Los confabulados se llevaban tan bien que, según cronistas coetáneos, compartían “plato, mesa y cama”. En la película “El león en invierno” (Anthony Harvey.- 1968) se sugieren esos amoríos.
Ricardo alcanzó el trono de Inglaterra, heredando al citado Enrique II, en 1189. Su madre, preocupadilla al observar cómo el rey se rodeaba de los más hermosos juglares y de los más bellos pajes, se apresuró a enjaretar una boda que le sacase de ese mundo. Le buscó por novia a una espléndida hembra de unos 25 años, Berenguela de Navarra, hija de una de las mujeres más bellas de su tiempo: Sancha de Castilla.
La boda se celebró en Limassol (Chipre) el 12 de mayo 1191, pero el mes anterior había tenido lugar un hecho inusitado: el rey, desnudo de medio cuerpo para arriba, se presentó ante los obispos que habían de casarle confesando sus faltas “contra natura” y solicitando el perdón de sus pecados. De este hecho, que se produjo sin tapujos en presencia de cortesanos y nobles, hay abundante documentación que lo atestigua.
Tres años después de la boda, cuando Ricardo participaba en la III Cruzada, ante los amenazadores riesgos que se cernían sobre la corona británica, decidió regresar a su país dejando las cosas, desde luego, más  que empantanadas en Palestina. Al cruzar Europa sus enemigos alemanes le secuestraron, manteniéndole preso hasta que pagó un suculento rescate.
Llegado al fin a su país, sofocó los movimientos sediciosos de su hermano Juan “Sin Tierra” y de su antiguo socio francés Felipe Augusto y, una vez estabilizado el trono, decidió celebrar una segunda coronación. La ceremonia se produjo en la catedral de Winchester con exclusiva asistencia masculina: las mujeres tuvieron vetado el acceso a la misma.
En abril de 1196 Ricardo, muy enfermo y temiendo por su vida, volvió a arrepentirse públicamente de sus pecados rechazando explícitamente “los acoplamientos ilícitos”. Además prometió que, si se curaba, volvería con Berenguela que desde septiembre de 1192 vivía sola en el territorio inglés del continente. Se curó pero, claro, sus buenos propósitos sólo duraron doce días. Después Ricardo desapareció y rey y reina no se volvieron a ver.
Últimamente, el cine nos revela que en esta III Cruzada las relaciones entre Saladino y Ricardo, a pesar de su rivalidad bélica, fueron bastante más allá del respeto y admiración que ambos se profesaban. En un DVD he visto que el amante de Ricardo en esos episodios no fue el propio Saladino, sino su hermano, que era quien llevaba las negociaciones de paz. Todo puede ser, pero no sé en qué fuente han bebido los guionistas.
Para presentar todos los datos diré que algunos historiadores suponen que Berenguela murió virgen, mientras que otros creen en la existencia de un bastardo de Ricardo, de madre desconocida, llamado Felipe de Cognac.
Una cosa más aunque no tiene mucho que ver. Ricardo batió el record de absentismo laboral de un rey de Inglaterra: sólo estuvo en su país 6 meses en un reinado de 10 años (un 5% del tiempo). Eso sí: nada comparable con Berenguela, que presenta una marca imbatible entre las reinas: la navarra estuvo en las Islas Británicas exactamente 0 horas, 0 minutos y 0 segundos.

jueves, 18 de febrero de 2016

PASARSE DE FRENADA, una anecdota parlamentataria sobre la Ley del Divorcio 1932


En marzo de 1932 se debatía en el parlamento la Ley del Divorcio. Presidía el Parlamento Julián Besteiro, socialista, perteneciente al ala más moderada o socialdemócrata del PSOE.
Al iniciarse la sesión del día 24 Besteiro comprobó que la cantidad de enmiendas presentadas y el número de solicitudes de uso de la palabra que demandaban los diputados iban  a hacer imposible que la ley se tramitase en un plazo razonable.
El presidente habló con los grupos políticos rogándoles que renunciasen a sus discursos y que, simplemente, se limitasen a votar. No sé muy  cómo lo hizo pero lo cierto es que les convenció, de manera que el trámite se limitó a aprobar la ley artículo por artículo.
El secretario anunciaba:
-¡Artículo primero!

Besteiro echaba una mirada escrutadora al salón de sesiones y comprobaba que, en efecto, los diputados que levantaban la mano dando su aprobación al artículo eran más numerosos que los que no lo hacían pues, no en balde, en aquellas Cortes la izquierda tenía mayoría absoluta. Entonces el presidente decía en voz alta:
-¡Aprobado!
Así iba avanzando la sesión con un secretario cada vez más aburrido de desgranar una sucesión de artículos con sus números consecutivos y cada vez con un Besteiro más rutinario y menos atento en sus ojeadas al salón y menos firme en sus expresiones de “¡Aprobado!”.
Todo transcurría con plácida monotonía hasta que, cuando el secretario iba  anunciar el artículo 68, el presidente le interrumpió.
-¡Un momento! Quedan anuladas las votaciones correspondientes a los artículos de número 65, 66 y 67.
-¿Por qué? –preguntó entre la bancada una voz algo destemplada.
-Bueno, pues por la simple razón –contestó Besteiro avergonzado- de que esta proposición de ley no tiene más que sesenta y cuatro artículos.




lunes, 15 de febrero de 2016

NO TE FÍES NI DE TUS COLEGAS

Aunque tradicionalmente no hay sesiones parlamentarias en las Cortes españolas ni durante el crudo invierno ni durante los meses caniculares, al redactarse la Constitución de la II República se acordó que, por la necesidad de tener pronto el nuevo marco legal, los diputados se quedarían sin vacaciones.

Desde que se proclamó la República en abril de 1931 se habían celebrado elecciones (a doble vuelta), habían tenido también lugar los comicios para votar a los representantes que habían de elegir al Presidente del Gobierno Provisional (no podía ser Presidente de la República porque no había Constitución), éstos se habían reunido en Madrid para votar, se había constituido la Cámara, se había elegido la mesa del Congreso…
Cuestión; que sin darse cuenta habían transcurrido tres meses desde la proclamación de la República, y se encontraban en el centro del mes de julio (la época de más calor en Madrid) cuando se pusieron a trabajar.

Era presidente del Congreso, Julián Besteiro, socialista, catedrático de Psicología, Lógica y Ética, persona bondadosa y afable y propietario de un agudo y exquisito sentido del humor.
En una de las sesiones parlamentarias del mes de agosto, sin aparatos de ventilación ni de aire acondicionado, un diputado del PSOE le pidió (insólita petición para el rigurosos protocolo de aquella época) que diese su permiso para que quien lo desease se quitase la chaqueta.
Besteiro, con sorna, respondió:
“Desde luego que pueden quitarse la chaqueta… pero cada uno la suya”.
Esta anécdota la recordó hace pocos años José Bono cuando, siendo presidente del Congreso, tuvo un altercado con dos ministros del gobierno de Rodríguez Zapatero, Miguel Sebastián y Álvaro Cuesta, que se habían empeñado en comparecer sin corbata en el “Banco Azul”.
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