jueves, 29 de enero de 2015

UN ARQUITECTO DE CARÁCTER: Francisco Javier Sáenz de Oiza


Francisco Javier Sáenz de Oiza, fue un gran arquitecto. Terminó la carrera en 1946, con premio extraordinario, y al año siguiente obtuvo el primero de sus dos premios nacionales de Arquitectura. Aunque su calidad profesional está más que consolidada entre la opinión pública y la crítica, personalmente, parece que tenía lo que se dice “un pronto” que le convertían en un personaje bastante desconcertante (y a veces divertido).
Sus obras son muy conocidas porque en la mayoría de ellas no deja de haber cierta dosis de provocación. Es autor del edificio que en Madrid se suele llamar “El ruedo” (al borde de la M-30), que es curvo con pequeñas ventanas y que se concibió como viviendas sociales destinadas a familias de raza gitana; del santuario de Nª Sra. de Aránzazu, en Oñate; de Torres Blancas, que es ese  edifico compuesto por varios cilindros de cemento visto, que está en Madrid, justo en donde empieza la carretera de Barcelona a la izquierda (y donde él vivía); del Palacio de Festivales de Cantabria, con colorines que desentonan con la estética de la bahía…
De él por su personalidad, se refieren muchas anécdotas. De su historial extravagante he extraído un par de ellas.
Siendo estudiante de arquitectura, el profesor de proyectos planteó a los alumnos el que cada uno de ellos debería traer el diseño de un monumento a un concepto, no recuerdo cuál, de carácter inmaterial.
Llegada la fecha de entrega cada alumno apareció con los planos de su proyecto. Los de Sáenz de Oiza representaban una estructura que terminaba en punta y, sobre ella, a varios centímetros de altura, una forma geométrica que no estaba unida a esa punta por ningún elemento físico.
Cuando el profesor le preguntó cómo pensaba que podría sostenerse aquel sólido si no estaba vinculado por ningún medio real al resto del monumento, el alumno Sáinz de Oiza respondió:
-¡Ah! Yo eso no lo sé ni me importa. Yo soy el arquitecto y digo lo que quiero que se haga. El problema será el del constructor que haya aceptado hacer la obra.
Tenía razón.
Mucho después, a finales de la década de los 80, Sainz de Oiza, ahora él catedrático de Proyectos de la E.T.S. de Arquitectura de Madrid, presentó a sus alumnos un avance del proyecto del Palacio de Exposiciones de Cantabria, del que era autor, animándoles a que le diesen sus opiniones.
Al principio todos los chicos se mantuvieron en silencio, pero ante la incitación que el propio catedrático hacía, el gallinero se fue animando. Se fue animando, claro, porque se trata de un edificio muy controvertido. Así que uno le habló de lo estridente de los colores, otro del tamaño de las columnas, otro más del vulgar pseudoclasicismo, varios sobre el poco respeto al entorno paisajístico…
Sainz de Oiza aguantaba el chaparrón con cierta dignidad, aunque la procesión iba por dentro. Entonces se levantó un alumno y criticó la escalinata de entrada por diversas razones pero, para terminar, se dirigió personalmente al catedrático preguntándole qué se le ocurría a él que tendría que hacer un minusválido para acceder al edificio.
Sainz de Oiza se levantó colérico, recogió los planos de la mesa casi de un par de manotazos y levantando la mirada hacia el alumnado exclamó:
-¿Saben lo que les digo? ¡Que les den por c… a los minusválidos! -Y tras una breve pausa agregó- ¡Y a ustedes también!

lunes, 26 de enero de 2015

EL DRAMA DEL “LACONIA”


El “Laconia” era un buque mercante que, al comienzo de la II Guerra Mundial, fue requisado por el gobierno de Su Graciosa Majestad, artillado con ocho cañones y dedicado al transporte de personas.
El 12 de septiembre de 1942, navegando por el Atlántico, a la altura de la “panza de África” sin escolta, llevando a bordo 1.500 prisioneros italianos, sus 160 vigilantes polacos, 268 soldados británicos que volvían de permiso, 80 mujeres y niños y una dotación de 136 hombres, fue detectado por el submarino alemán “U-156”. Al anochecer, el sumergible emergió y largó dos torpedos al “Laconia” que hicieron blanco e incendiaron el buque.
Al observar el capitán del U-156, capitán de corbeta Hartenstein, la gran cantidad de náufragos producido por su ataque, se acerca a rescatar a los supervivientes. Al tiempo, avisa al mando de submarinos alemán para que envíen ayuda. El almirante Dönitz envía a la zona otros dos “U-boot”, con instrucciones de recoger náufragos siempre que éstos no entorpezcan la posible maniobra de inmersión de ninguno de los sumergibles alemanes.
En las dos primeras noches Hartenstein recoge a 193 víctimas y ya no le caben más. Los otros submarinos llegados, el “U-506” y el “U-507”, llevan a bordo cantidades similares de náufragos y los tres remolcan cada uno cuatro o cinco botes de salvamento repletos de navegantes del “Laconia”.
El día 16, un B-24 USA, cumpliendo órdenes de su base, bombardea al “U-156” a pesar de que éste exhibía la Cruz Roja. Los más afectados son los botes salvavidas que lleva a remolque. Pero el submarino tiene que sumergirse y todos los refugiados que estaban en cubierta han de saltar de nuevo, de grado o por fuerza, al océano. El 17 el bombardero vuelve a la carga atacando ahora al U-506, que también exhibía la Cruz Roja. Ahora Dönitz, desde Berlín, prohíbe que continúe la operación de salvamento.
Murieron unas 1.500 personas, todas del “Laconia”, porque entre los alemanes no hubo bajas. Algunos náufragos fueron salvados poco después por barcos que el propio Dönitz había solicitado, el día 13, a Francia que enviase desde Senegal y Costa de Marfil, pero otros tardaron mucho en ser localizados. El último de los botes rescatado lo fue 39 días después del episodio narrado; llevaba a bordo 5 supervivientes y 19 cadáveres.
Pero la peor consecuencia fue que Dönitz prohibió que, en adelante, se realizasen operaciones de salvamento sobre barcos de bandera enemiga. ¿Cuántos muertos costó al final de la guerra el torpe ataque del B-24?
Curiosamente, los 3 submarinos que participaron en la operación, fueron echados a pique, exactamente en su siguiente operación bélica.

jueves, 22 de enero de 2015

ANECDOTAS DE QUINTO SERTORIO Y SUS LEGIONES HISPANICAS


Entrando en el siglo I a. C., se produce una guerra civil en Roma entre Mario y Sila. El primero representaba a las clases medias y trabajadoras y el segundo a la aristocracia. Sila consigue al fin la victoria y con ella el poder, convirtiéndose en dictador y desatando una represión brutal.
Los que pudieron escaparon a las provincias periféricas donde se podrían ocultar mejor. Entre los proscritos estaba Quinto Sertorio que, más que huir de Roma a Hispania, como ya estaba aquí destinado, lo que hizo fue no volver a la metrópoli una vez terminado su mandato. Y, no contento con ello, levantó tropas indígenas contra Roma iniciándose así las llamadas Guerras Sertorianas, que azotaron nuestra tierra entre el 82 y 72 a. C.
Sertorio, que era tuerto como Aníbal, tuvo una vida apasionante que merece conocerse. Un día puso en un compromiso a sus jefes consiguiendo  una corona murallis, que era un galardón que se otorgaba al primer militar que superaba la muralla enemiga. Fue herido en la acción, pero mientras venían las asistencias, escapó de la camilla y volvió a tomar otra muralla antes que nadie. Se había ganado dos medallas, pero como el reglamento no contemplaba tal cosa, hubo que inventar para él la corona vallaris, que es algo así como tomar la muralla pero por encima de la puerta.
Pronto descubrió Sertorio que a los feroces hispanos, si se les refinaba con las dosis adecuadas de orden, disciplina, estrategia y táctica, se convertían en su terreno en tropas casi invencibles. Eso es lo que hizo Sertorio: enseñar a pelear a los hispanos con técnicas romanas (además de tomar a sus hijos como rehenes so capa de educarlos a la romana).
Cuenta Plutarco que un buen día, un indígena del campamento de Sertorio llamado Spanos, que tenía una cierva domesticada, le regaló una cría que ésta había parido y que era completamente blanca. Sertorio adoptó al animalito y al poco tiempo le seguía a todas partes mientras se iba acostumbrado a los ruidos del campamento y al estruendo de la batalla. Quinto manejó el asunto con astucia e hizo creer a sus tropas que la cierva blanca era un envío de la diosa Diana (diosa favorita entre los hispanos) y que recibía instrucciones de la divinidad a través del cervatillo.
Se ponía algo de comer en la oreja y la cierva, que se lo aprendió, se acercaba hasta él y le metía, para comer, claro, el morro en el pabellón auditivo. Los soldados veían a cierta distancia al animalito moviendo la boca y Sertorio les decía que estaba recibiendo informaciones de Diana.
IMAGEN PROPIEDAD DE EL JUAN PEREZ. http://eljuanperez.blogspot.com.es/2012/07/sertorio-y-la-cierva.html
Un día del año 75 a. C. la cierva se escapó. Sertorio, que en verdad debía quererla, mandó patrullas de hombres a buscarla, pero los enemigos romanos se enteraron por sus espías de lo ocurrido, así que también mandaron pelotones con el mismo fin pero para matarla. Cuentan los historiadores que era divertido ver a los piquetes de uno y otro bando entrecruzándose pero sin atacarse porque lo que les ocupaba en ese momento era, cada uno por su razón, encontrar al animal huido.
Pasado algún tiempo sin que apareciese la cierva, durante una batalla salió del bosque y se puso en las primeras filas junto a los hispanos. Parece que, según Suetonio, en el fragor de la batalla, pereció pisoteada por un caballo.
Existen otras versiones de su muerte (aunque Plutarco no la narra) pero son aún más lamentables que esta tan poco brillante.

martes, 20 de enero de 2015

EL CHAPÍN DE LA REINA


En el capítulo XLV de “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha”, cuando los cuadrilleros de la Santa Hermandad pretenden detener al de la Triste Figura exhibiendo una orden judicial, el acusado se dirige a ellos desafiante: “¿Qué caballero andante pagó pecho, alcabala, chapín de la reina, moneda forera, portazgo o barca?”.
Está claro que lo que preguntaba a los “Mangas Verdes” era si se había visto a algún caballero andante pagar impuestos, tasas o peajes. ¿Pero qué era eso del “chapín de la reina”?
Un chapín está perfectamente definido en el Diccionario de la Lengua de la RAE como un chanclo de corcho que usaban las mujeres. Aunque no viene demasiado a cuento, no me puedo resistir a copiar textualmente la definición que hace de ese vocablo el Diccionario de Autoridades (1729): “Calzádo propio de mugéres, sobrepuesto al zapáto, para levantar el cuerpo del suelo: y por esto el asiento es de corcho, de cuatro dedos, ò mas de alto, en que se assegúra al pié con unas corregüelas o cordónes.” Inefable el “corregüelas” como diminutivo de “correas”.
Pero centrémonos. El Chapín de la Reina era un impuesto, en efecto, que se cobraba  para financiar las bodas de las reinas o princesas. Así de sencillo. Cada vez que había una boda real el pueblo soberano soltaba nada menos que 150 cuentos (en la época no se utilizaba el término “millón”, sino el vocablo “cuento”) de maravedís que abonaba a lo largo de tres años.
Estuvo este tributo en vigor desde tiempos de Felipe II y se dejó de cobrar en el s. XVIII cuando Felipe V, al abdicar en su hijo Luis I (1724), condonó las deudas fiscales pendientes por esta razón.
No se sabe muy bien su origen, aunque ya se registra su cobro durante el siglo XIV en el reino de Aragón, con el nombre de “impost de maridatge”.
Lo que también se ignora es de dónde puede haber salido tan curioso nombre. 

http://www.funjdiaz.net/folklore/07ficha.cfm?id=2572

lunes, 12 de enero de 2015

EL ORIGEN DEL QUESO SEVILLANO

Antes de seguir adelante voy a dar tres malas noticia a muchos AMIGUETES interesados en esto de los vikingos. El primero es que eran gente limpísima para lo que se usaba en la época; un cronista británico achaca a este aseo el éxito de los vikingos entre las chicas de su tierra. El segundo es que sus barcos no se llamaban “drakkars” (el drakkar era sólo el mascarón de proa) sino “knoerrs”, si eran cortos, o “langskip”, si eran largos. Y el tercero es que los cascos de los vikingos no tenían cuernos; eso fue sólo fruto de la imaginación de artistas románticos del siglo XIX.
Todo un cambio de perspectiva sobre estos tipos ¿No?
Dicho lo cual contaré que los vikingos (o normandos, o varegos u otra media docena de nombres más) eran bandoleros y comerciantes (parece que, por entonces, ya se conocía la identidad entre ambas profesiones) originarios de Escandinavia; en su mayoría naturales de Dinamarca.
En el año 834 comienzan una expedición de saqueo a lo largo de la costa atlántica, en la que asolaron no sólo ciudades costeras, sino también núcleos urbanos del interior. En 843 establecen una base en Bayona (Francia) y, según algunos historiadores, otra en Mundaca (Vizcaya).
En agosto de 844 se plantan ante Gijón, donde son rechazados. Poco después arriban a Betanzos  y se internan por la ría (parecida a un fiordo) hasta entrar en la provincia de Lugo. También allí son obligados a retirarse.
Pasan un par de semanas en el área de Lisboa, toman rumbo sur, remontan en el Guadalquivir y, tras desvalijar algunas plazas ribereñas, llegan a Isla Menor el 25 de septiembre. Desde allí saquean Coria del Río asesinando a toda su población y, después de combatir duramente con los andalusíes los días 28 y 30, toman la ciudad de Sevilla. Habiendo huido la mayoría de sus habitantes, la saquean sin oposición durante siete días.
En las siguientes semanas, los vikingos, con caballos tomados a los sevillanos, recorren la vega del Guadalquivir asolando campos y pueblos.
Desde Córdoba, Abderramán II manda un ejército que, el 11 de noviembre, derrota a los invasores en Tablada. Los normando solicitan paces y llegan a un acuerdo con los sevillanos. Así que los atacantes hubieron de retirarse, sin embargo tenían la violencia tan interiorizada que, con acuerdo y todo, al regresar hacia el océano le dieron una pasadita a Niebla.
Pero hubo vikingos que, probablemente por quedar copados al norte de Sevilla, no pudieron volver con los suyos. Nadie les molestó, así que se asentaron en los alrededores de Carmona. Algunos imames se encargaron de islamizarles y desde entonces, estos rubios muladíes se dedicaron a la producción de leche y a la elaboración de quesos.
Por lo visto, el “descendiente” de este queso sobrevive aún, pues parece ser que el reputado queso sevillano es un heredero directo del queso danés (ost) del tipo roquefort llamado Dansk Blaskimmel.
Por lo demás, un cuarto de siglo más tarde los vikingos lo intentaron de nuevo. Llegaron hasta Sevilla por vía fluvial e incendiaron una mezquita. Pero Mohamed I, el hijo de Abderramán II, les derrota y salen definitivamente de esa área para marchar a saquear Orihuela.