jueves, 26 de marzo de 2015

MACABRO PETARDO


En los días inmediatamente posteriores a la proclamación de la República, no era difícil encontrar gente que mostraba su republicanismo militante por medio de la exhibición de un feroce antimonarquismo.
Un anónimo “héroe” del madrileño barrio de La Latina consideró que la estatua ecuestre del rey Felipe III de la Plaza Mayor, constituía una ofensa a la República, así que decidió meter algunos explosivos al caballo por la


boca. El sistema era expeditivo, pero la ceguera intelectual del dinamitero era idéntica a la de los munícipes de Madrid que, durante la I República (1873), también quitaron esa estatua de su emplazamiento habitual llevándosela a unos almacenes. Menos violentos pero igual de estúpidos.
En fin, pues eso. Que el sietemachos alejó un poco a la gente por si las moscas y metió dentro del éneo equino unos cartuchos con la mecha encendida. Cuando aquello explotó, a la preciosa escultura de principios del siglo XVII se le abrió un boquete por la tripa del caballo.
Y para sorpresa de los espectadores por la abertura salieron tres cosas a cual más curiosa: miles de huesecillos, miles de plumas revoloteando y un hedor indescriptible que se sobreponía, incluso, al de la pólvora.
¿Qué había pasado? Pues que, al parecer, muchos pajarillos madrileños se metían por la boca del caballo, se deslizaban hasta el interior hueco de la estatua y luego, los pobrecitos, no podían o no sabían salir. Cuando tras la Guerra Civil se restauró el monumento, se tapó la boca del caballo para que no hubiese futuros accidentes de este tipo.

De todas formas, yo creo que hay algo de divertida falsedad en todo esto. Primero porque la existencia del macabro “bolo alimenticio” alojado en vientre del caballo debería conocerse desde mucho antes por la municipalidad, ya que, aunque esta estatua estuvo instalada desde 1616 en la Casa de Campo, en 1848 se llevó a la Plaza Mayor y en 1873, como se ha dicho, a unos almacenes volviendo a su actual ubicación dos años después. ¿Es que en esos traslados nadie se dio cuenta de tan macabra circunstancia?
Y segundo porque, si se observa el diseño de la cabeza del animal, parece dificilísimo que un pájaro pueda subir por las fauces del caballo hasta llegar al cuello y de ahí deslizarse hasta las tripas, pero más difícil aún sería el meter por la boca un cartucho de explosivo que hiciese un recorrido tan complicado.
No sé; aunque a mí me resulta mucho más sugestivo pensar que el episodio es cierto.


miércoles, 25 de marzo de 2015

LA CASA DE CAMPO 1931


El día 20 de abril de 1931, solo 6 días después de la  proclamación de la II República en España (y eso que el día 15 se dio como festivo y el 19 fue domingo), los nuevos gobernantes tomaron una decisión sorprendente. Sorprendente no tanto por la justicia de la medida sino porque parecería que los miembros del ejecutivo, de quienes he de recordar que el 13 de abril aún ni se imaginaban que estarían gobernando, deberían estar más atentos a problemas más acordes con la gravedad del momento histórico.
La Casa de Campo de Madrid, un parque urbano de más de 1.700 Ha, fue considerada como residencia real desde tiempos de Enrique III “el Doliente” (1390-1406); faltaban aún más de dos siglos y medio para que Felipe II convirtiese a la ciudad en capital de España. Naturalmente que, desde aquel momento, quedaba vedada la entrada a esa finca a cualquier persona ajena a la Casa Real.
A mediados del siglo XVIII Fernando VI mandó vallar el terreno con una cerca de ladrillo y mampostería (que es la cerca actualmente existente) y, aún en el siglo XIX, a quien se encontraba dentro del recinto sin poder justificar su presencia se le castigaba con 200 azotes.
Pero cuando llega la República el ministro de Hacienda del Gobierno Provisional, Indalecio Prieto, probablemente profiriendo un “tóo p’al pueblo” avant la lettre, cede la propiedad de los terrenos a la ciudad de Madrid. La intervención del titular de Hacienda era pertinente por cuanto, hasta entonces, la titularidad de la Casa de Campo correspondía al Patrimonio Nacional.
Así que el día 1 de mayo, fiesta del Trabajo, jornada festiva por primera vez desde que la suprimiese la dictadura de Primo de Rivera en 1923, Prieto entrega oficialmente “las llaves” del parque (el mismo decreto cedía


La cerca de la Casa de Campo en 1910. Se aprecian bien el ladrillo y la mampostería
también el Campo del Moro, que eran los jardines que rodeaban al Palacio Real por oeste y norte incluyendo los actuales Jardines de Sabatini) a Pedro Rico, alcalde de Madrid e, inmediatamente, nada menos que 300.000 madrileños se abalanzaron sobre los nuevos terrenos de uso público.
300.000 personas eran una barbaridad pues por entonces la ciudad andaba por el millón de habitantes, o sea que casi la tercera parte de los madrileños se fue a gozar de tan ecológico esparcimiento. Las autoridades municipales se vieron desbordadas aunque desplegaron fuerzas de seguridad en toda la finca, pero la realidad es que no fue necesaria su intervención. Los partes de aquella jornada sólo reflejan algunas borracheras, un puñado de gente que había “caído” al lago no demasiado involuntariamente y unos cuantos furtivos a quienes se había sorprendido cazando conejos.
Lo tengo que decir: ¡Me encanta la gente de Madrid!

viernes, 20 de marzo de 2015

PRIMERA IGLESIA QUEMADA EN LA II REPÚBLICA (HPA)


El 10 de mayo de 1931, menos de un mes después de la proclamación de la República, se inauguraba en Madrid, en la calle de Alcalá, la sede de un futuro partido monárquico que se presentaría a las próximas elecciones a Cortes Constituyentes. Promovía tal “Círculo monárquico independiente” el director del periódico ABC, Juan Ignacio Luca de Tena.
La “juerga” inaugural se amenizaba con un gramófono a todo volumen que permitía oír desde la calle los acordes de la “Marcha real” (aún himno oficial de España), lo que suponía una  provocación para  los transeúntes.

Casa Profesa de los Jesuitas, en la calle Flor Baja, junto a la actual Gran Vía.
Además, dos monárquicos que acudieron al Círculo en taxi, tuvieron un altercado con su conductor. Surgieron en defensa de su colega otros taxistas y, en el fregado, ardió un coche. El rumor de que los realistas habían asesinado al taxista corrió por Madrid, así que la izquierda se reunió amenazante ante la sede de ABC en la calle de Serrano. Los monárquicos llamaron a la Guarda Civil y, en la bronca posterior, sonaron algunos disparos muriendo dos paisanos y quedando un niño herido leve.
Luego los congregados marcharon en manifestación hacia la Dirección General de Seguridad, mientras algunos quemaban un quiosco donde se vendía prensa católica y rompían los ventanales del Casino Militar y el escaparate de una librería religiosa. Esa tarde, un exaltado disparó contra la muchedumbre reunida en la Puerta del Sol dejando herida a una persona; fue capturado por la masa y linchado.
Por la noche Miguel Maura, ministro de Gobernación, quiso sacar la Guardia Civil a las calles, pero el presidente Alcalá Zamora y el ministro de la Guerra, Azaña, se opusieron. Incluso, cuando Maura informó de que sabía por sus espías que se preparaba para el día siguiente una “quema de iglesias”, Azaña respondió que eso no sería otra cosa que una manifestación de justicia inmanente, que es una forma intelectual de presentar la teoría de que toda mala acción sufre automáticamente una pena, como si la justicia fuese perfecta.
En efecto, a primeras horas de la mañana del lunes día 11, el gobierno, reunido de nuevo, se entera de que la Casa Profesa de los jesuitas en la calle Flor Baja de Madrid, estaba ardiendo.
Maura solicitó otra vez sacar a la Guardia Civil, pero volvió a encontrarse con el no de Azaña que manifestó que todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano. Las llamas estaban quemando en Flor Baja una biblioteca con 80.000 volúmenes, consideraba la segunda en importancia del país,  que conservaba ediciones príncipe de nuestros clásicos y algunos incunables.
Así empezó todo. En Madrid ardieron 9 edificios y se intentó, sin éxito, que  lo hiciesen 12 más. En toda la nación ardieron, con mayor o menor intensidad, alrededor de un centenar de iglesias y conventos. ¡En fin…!

martes, 17 de marzo de 2015

¡AHÍ VA EZA! ( Ministro de la Guerra Don Luis Marichalar y Monreal, vizconde de Eza


Paseaba Don Eduardo Dato, a la sazón presidente del Consejo de Ministros,  por el Retiro madrileño en la primavera de 1920. Iba acompañado por Don Francisco Bergamín García, político malagueño, buen amigo de Dato, sagaz, chungón, de hablar algo ceceante y padre del más tarde famoso escritor José Bergamín.
Don Eduardo consultaba al andaluz sobre cómo solucionar cierta crisis de gobierno. En la conversación surgieron varios nombres para ocupar la cartera de Guerra, pero todos fueron desechados por alguno de los contertulios porque con ninguno de ellos se conseguía encajar el habitual y complicado “puzzle” de partidos e intereses.
En cierto momento se cruzaron en su caminata con una jai, guapa, joven, rumbosa, sandunguera…
-Oiga Don Eduardo –dijo Bergamín probablemente dando con el codo a su contertulio- Zi yo fueze uzté le daría la cartera de Guerra a eza.
Continuaron paseando y charlando, despidiéndose más tarde y marchando cada uno a su casa sin haber solucionado el problema.
Al día siguiente se volvieron a encontrar.
-Muchas gracias Don Francisco. Lo he estado pensando toda la noche y me he dado cuenta de que tenía usted razón; he seguido su consejo y he nombrado ministro al Vizconde de Eza.
El 23 de mayo juraba su cargo como Ministro de la Guerra Don Luis Marichalar y Monreal, vizconde de Eza.
¿Será cierta tal conversación?

viernes, 13 de marzo de 2015

LA MUERTE DE FERNANDO VI


Cuando el 27 de agosto de 1758 entregó el espíritu Dª. Bárbara de Braganza, su desconsolado esposo el rey D. Fernando, sexto de los de su nombre en España  (1713-1759), se recluyó en el castillo de Villaviciosa de Odón, muy cerquita de Madrid.
El monarca era un depresivo bipolar (igual que su padre Felipe V) al que la muerte de su mujer, de quien estaba muy enamorado, simplemente enajenó definitivamente. El 25 de septiembre el embajador inglés informa a la Corte de San Jaime de que el rey no quiere saber nada de cuestiones de gobierno y que lleva una semana en la cama, no queriendo hablar más que con médicos.
En noviembre vuelve a comunicar que, en los últimos 10 días, el rey no ha dormido más allá de 5 horas en pequeñas siestas, y eso sentado. Al parecer no se tumba en la cama porque cree que en cuanto se acueste morirá.
Con altibajos, como todos los bipolares, se consigue que salga de caza algunas tardes. Pero cuando, al poco tiempo, se entera de la muerte de su cuñado, D. José de Braganza  (la boda de Fernando y Bárbara se efectuó al mismo tiempo que la de este José, príncipe de Brasil, con la infanta española Ana María Victoria), ya no se puede recuperar.
Una mañana se encerró en su habitación y no salió de ella ni para oír misa (y eso que era obsesivamente devoto). Los nobles le observaban por alguna rendija se la puerta y le veían paseando en silencio de un lado a otro de la habitación, manteniéndose en esa actitud hasta las 3 de la madrugada.
Otra vez permaneció sentado 18 horas, de cara a la pared, en el borde de un taburete. No era infrecuente verle morder la vajilla metálica (se había eliminado, por seguridad, todo el cristal de sus alrededores).
Un buen día se metió en la cama y ya no se levantaría ni a hacer sus necesidades. A quienes necesitaban entrar en la habitación, les recibía lanzándoles los excrementos que tenía entre las sábanas.
El 10 de agosto de 1759, menos de un año después de la muerte de Bárbara, Fernando VI abandonó este Valle de Lágrimas. Desde los Reyes Católicos hasta Alfonso XIII, todos los reyes de España han sido un ejemplo de “bienmorir”; todos menos este pobre desgraciado demente.

jueves, 12 de marzo de 2015

Simón Peres, NO FUE PEREZ


Simón Peres (1923) es hoy presidente de Israel y ha ejercido diversos cargos políticos en diferentes gobiernos laboristas de ese estado. Aunque ha tenido actividad política desde 1948, su nombre no saltó a la fama en nuestra tierra hasta que fue nombrado, durante los años 80, Ministro de Asuntos Exteriores de su país.
Mucha gente cree que su apellido revela una ascendencia judeo-hispana o, dicho de otra forma, que era un Pérez sefardita; pero no es así.
Tamar, la mujer que soportaba los coitus interruptus de Onán, mantuvo un encuentro sexual con su suegro, Judá, del que concibió mellizos. En el parto, uno de ellos sacó la mano y la partera le ató un lazo rojo a la muñeca, pero el bebé volvió a meter la mano y fue su hermano el que salió primero: “Ella dijo: ¡Cómo te has abierto brecha! y le llamó Peres” (Gn. 38,29). 
El Libro también cita a Rimón-Peres como un lugar, probablemente en la península del Sinaí, donde los israelitas acamparon en su fuga de Egipto y posterior peregrinación por el desierto. “Partieron de Ritma y acamparon en Rimón Peres” (Nm 33, 19). Los arqueólogos no han localizado este lugar aún.
Pero aunque esta mención sea un topónimo y puede ser discutible su aplicación al apellido de Simón Peres, la Biblia cita un par de veces más este nombre como antropónimo. Una: “Peres, tu reino ha sido roto y dado a los medos y a los persas” (Dn 5,28).
Y la otra: “Maacá mujer de Maquir dio a luz un hijo, a quien llamó Peres” (I Cr. 7, 16). Maquir era hijo de Manasés y éste era hijo de José, aquel undécimo hijo de Jacob al que sus hermanos tiraron a un pozo y que terminó siendo administrador y yerno del faraón.

miércoles, 11 de marzo de 2015

REPARTO DE CABEZAS TRAS ZALACA


La Batalla de Zalaca o Sagrajas (1086), tuvo lugar muy cerca de Badajoz entre tropas cristianas y almorávides con derrota de las primeras.
Tras la toma de Toledo el 25 de mayo de 1085, algunos dirigentes morunos  (entre otros los emires de las taifas de Badajoz  y Granada y los cadíes de Sevilla y Córdoba), algo asustados, llamaron en su ayuda a Yusuf ibn Tasufin que, inmediatamente, atendió con sus almorávides la petición de sus colegas en la ley de Mahoma.
Cruzó Yusuf el Estrecho con 7.000 hombres, muchos de ellos negros senegaleses, aunque fue añadiendo tropas en España hasta reunir, al llegar al teatro de operaciones, Sagrajas, unos 30.000 soldados.
Por parte cristiana, entre las tropas del rey castellano- leonés Alfonso VI y las de su aliado, el rey de Aragón Sancho Ramírez, mandadas por el caudillo Alvar Fáñez (el primo hermano, o incluso tal vez hermano, del Cid), se habían conseguido reunir 60.000 guerreros.
Bueno, todo esto está muy bien, pero los estudios más modernos nos hablan de que probablemente los sarracenos serían unos 7.000, la mayoría infantes o de caballería ligera, mientras que los cristianos serían unos 2.500;  de ellos 1.000 serían infantes y 1.500 de caballería, la mitad ligera y la otra la gran caballería compuesta por nobles.
Los musulmanes ofrecieron a Alfonso tres opciones: rendirse y convertirse al Islam, rendirse y pagar tributos o combatir. No sé yo si Alfonso acertó.
Algunas crónicas indican que palmaron cerca de 60.000 cristianos y sólo 100 personas, entre ellas Alfonso (aunque herido), consiguieron retirarse a sus bases, pero lo más sorprendente es lo que cuenta una crónica árabe con respecto a la escabechina cristiana.
Parece que con las cabezas de los cristianes muertos se hicieron 5 montones de 10.000 cabezas cada uno. Un montón se envió a Córdoba., otro a Murcia, otro a Sevilla, otro a Valencia y otro a Zaragoza. Como aún sobraban otras 40.000 cabezas de cristianos, se repartieron por diversas ciudades españolas y del norte de África.
Maravillosa (y envidiable) imaginación muslim.