En los días inmediatamente posteriores a la
proclamación de la República, no era difícil encontrar gente que mostraba su
republicanismo militante por medio de la exhibición de un feroce antimonarquismo.
Un anónimo “héroe” del madrileño barrio de La Latina
consideró que la estatua ecuestre del rey Felipe III de la Plaza Mayor,
constituía una ofensa a la República, así que decidió meter algunos explosivos
al caballo por la
boca. El sistema era expeditivo, pero la ceguera
intelectual del dinamitero era idéntica a la de los munícipes de Madrid que, durante
la I República (1873), también quitaron esa estatua de su emplazamiento
habitual llevándosela a unos almacenes. Menos violentos pero igual de
estúpidos.
En fin, pues eso. Que el sietemachos alejó un poco a
la gente por si las moscas y metió dentro del éneo equino unos cartuchos con la
mecha encendida. Cuando aquello explotó, a la preciosa escultura de principios
del siglo XVII se le abrió un boquete por la tripa del caballo.
Y para sorpresa de los espectadores por la abertura
salieron tres cosas a cual más curiosa: miles de huesecillos, miles de plumas
revoloteando y un hedor indescriptible que se sobreponía, incluso, al de la
pólvora.
¿Qué había pasado? Pues que, al parecer, muchos
pajarillos madrileños se metían por la boca del caballo, se deslizaban hasta el
interior hueco de la estatua y luego, los pobrecitos, no podían o no sabían
salir. Cuando tras la Guerra Civil se restauró el monumento, se tapó la boca
del caballo para que no hubiese futuros accidentes de este tipo.
De todas formas, yo creo que hay algo de divertida falsedad
en todo esto. Primero porque la existencia del macabro “bolo alimenticio”
alojado en vientre del caballo debería conocerse desde mucho antes por la
municipalidad, ya que, aunque esta estatua estuvo instalada desde 1616 en la
Casa de Campo, en 1848 se llevó a la Plaza Mayor y en 1873, como se ha dicho, a
unos almacenes volviendo a su actual ubicación dos años después. ¿Es que en
esos traslados nadie se dio cuenta de tan macabra circunstancia?
Y segundo porque, si se observa el diseño de la
cabeza del animal, parece dificilísimo que un pájaro pueda subir por las fauces
del caballo hasta llegar al cuello y de ahí deslizarse hasta las tripas, pero
más difícil aún sería el meter por la boca un cartucho de explosivo que hiciese
un recorrido tan complicado.
No sé; aunque a mí me resulta mucho más sugestivo pensar
que el episodio es cierto.