Tras
la Revolución de 1868, llamada la “Septembrina” o la “Gloriosa” (no se sabe
bien por qué), Isabel II sale de España y el poder queda en manos de un
gobierno provisional presidido por el general Serrano.
Se
convocan unas Cortes Constituyentes que deciden que España será una monarquía constitucional.
Muy bien, pero… ¿Y el rey? ¿De dónde sacarlo?
El
general Prim sufre dos dos fobias; una a los borbones en general (en una
ocasión dijo “¿Borbones? ¡Jamás, jamás, jamás!”); la otra a un chico de 11 años
que con el tiempo será Alfonso XII, así que la búsqueda se hace casi imposible.
Sin embargo, después de diversos tanteos, el 13 de octubre de 1870, recibe la
aceptación para el cargo de D. Amadeo, de la dinastía de Saboya, hijo del rey
de Italia Víctor Manuel II,
El
16 eligen las Cortes a Amadeo como nuevo monarca, en una votación parlamentaria
en la que obtuvo 191 votos, mientras 63 fueron a diversas modalidades de
república y 39 a otros posibles reyes. 29 diputados no asistieron por
diferentes razones, 4 estaban enfermos y 19 votaron en blanco. Desde tiempos de
los godos, no sucedía el que un rey ocupase el trono de San Fernando por la fuerza
de los votos y no por la de la dinastía.
El
25 de diciembre Amadeo embarca hacia España en la fragata “Numancia” (el primer
buque acorazado que dio la vuelta al mundo), que le esperaba en La Spezia. El 30 avistan Cartagena, pero algo
debe suceder en tierra porque, a pesar de que el barco español enarbolaba el
estandarte real, desde puerto no se lanzan las salvas de ordenanza.
El
práctico que sube a bordo cuenta a Amadeo y a los 8 diputados que le
acompañaban que Don Juan Prim, el casi único valedor eficaz del nuevo rey, en
la noche del 27 sufrió un atentado y ahora está malherido. Cuando el “Numancia”
atraca sube a bordo el almirante Topete que ratifica las noticias. Amadeo,
contrastando con su buena planta, está pálido.
No
conocía más que a una docena de españoles entre los que no se encontraba Prim.
Venía a nuestro país a sabiendas de que la mayoría de los españoles y una parte
importante de los diputados y de las fuerzas vivas, no le querían aquí. Pero contaba
con la garantía que Prim le daba de que él se haría cargo de todo y en poco
tiempo sería bien aceptado generalmente.
Permaneció
Amadeo en Cartagena un poco a la expectativa, pero cuando a las 5 de la
madrugada del 31 se entera de la muerte del general, toma a las 7 de la mañana
el tren hacia Madrid a donde llega, por causa de la nieve, casi 39 horas
después.
Ya
en la capital, el desdichado Amadeo, que no hablaba español, realizó su primer acto de gobierno: visitar en
la basílica de Atocha el cuerpo exánime de la única persona en España que tenía
fe en él. No me quiero ni imaginar el terror que, internamente, debía sufrir
por su porvenir.
Por
lo demás, harto de la belicosa actitud de las diversas facciones políticas
españolas, también de los desprecios y feos que se le hacían, abdicó en febrero
de 1873. Después de más de 2 años de reinado, no consiguió más allá de un par
de amigos hispanos.