jueves, 27 de diciembre de 2018

ATRACCIÓN CELESTIAL ( CUENTO DE NAVIDAD)


Antes de la cena, por llamarle algo, de aquella nochebuena, Yvonne se calzó una sudadera y, aunque nevaba, salió a dar un paseo por la alameda de la ciudad.
En realidad Yvonne no se llamaba así, sino Catalina, como su abuela, pero un productor que le propuso lanzarla al estrellato cinematográfico, lanzamiento que a la postre no cuajó en nada más allá de media docena de películas de segundo o tercer nivel y un puñado de sesiones íntimas en el apartamento del manús, le aconsejó que cambiase su auténtico nombre por otro que a un tiempo fuese sugerente, aterciopelado, sensual y comercial.
-¿Cómo cuál?- preguntó ingenua.
- Como Yvonne. –contestó tras un momento de duda- Sí. Yvonne te iría bien. Y de apellido Yébenes. Desde ahora serás Yvonne Yébenes; se acabó lo de Catalina Poyatos.
Tal vez ahí empezó Catalina, ya Yvonne, un vertiginoso ascenso social que, tras alcanzar su punto de inflexión, se trocó en un al menos igual de vertiginoso descenso que devino en cruel batacazo. De aquellos años en que se ejercitó en una selecta panoplia de vicios y excesos, solo le quedó la triste añoranza de sus amantes, algunos regalos de escaso valor, unas ropas hoy ya raídas, un cuerpo precozmente avejentado y un rostro en el que aún se adivinaba su pretérita belleza entreverada con una red de arrugas impropias de una mujer de su edad.
Y, eso sí, también le quedó una ridícula pensión del montepío de actores y un pisito que le regaló un amante hindú generosamente dotado para las finanzas y no solo para las finanzas.
Andaba con paso elástico, tal y como aprendió en la breve etapa en que fue modelo de alta costura, pero atenta a no resbalar en un suelo que, con la nieve, se estaba pareciendo una cada vez más a una peligrosa patinoire.
Al pasar ante el portal de una casa deshabitada una voz quejumbrosa le llamó desde el fondo del mismo:
-¡Señorita! ¡Señorita! ¡Por favor!–le acuciaba la voz.
Yvonne ni se volvió. No podía atender, aunque quisiese, a mendigo alguno. Pero la voz que salía de dentro del lóbrego portal insistió tenaz:
-Señorita, solo le pido unas monedas para no pasar esta nochebuena sin cenar.
Siguió andando, pero había dado aún 50 pasos cuando decidió volver al portal. Siempre había sido una mujer generosa, acaso demasiado. ¿Por qué no iba a serlo ahora?
-Mire, señora –no veía el rostro de su interlocutora y le hablaba a la oscuridad-  yo no puedo ayudarla porque nada tengo, pero si viene conmigo a mi casa repartiremos lo poco que haya para cenar.


Del fondo del negro portal surgió la figura de una anciana que, a pesar del frío invernal, solo cubría su modesto atuendo negro con una toquilla de punto, llevando como todo calzado unos pantuflos de fieltro, ya calados por la nieve que empezaba a cuajar sobre la acera. Yvonne le echó el brazo por los hombros para darle su calor y ambas tomaron el camino de su casa.
 -Dónde vive usted.
-No sé qué contestar señorita. En ningún sitio y en todos. Suelo dormir en el oscuro portal en que me encontró hace un rato, pero no siempre.
-Ya. Yo me llamo Yvonne, bueno, o Catalina; es igual. ¿Y usted?
-Yo Herlinda. Herlinda para servir a Dios y a usted.
Una vez en casa, Yvonne proporcionó a su invitada una bata y calzado seco. Encendió la catalítica Super Ser y, sentadas a la mesa, se repartieron por toda cena de nochebuena un brick de caldo de pollo, un sobre de jamón de york y, como postre, una macedonia que Yvonne elaboró con las tres últimas piezas de fruta que le quedaban hasta fin de mes.
La cena transcurrió entre prolongados silencios, porque, en realidad no tenían mucho que decirse, pero lo cierto es que al final ambas estaban contentas, la una por dejar satisfecho su estómago y la otra por dejar satisfecha su alma.
Cuando terminaron de cenar Herlinda dijo que se volvía a su sombrío portal, y aunque Yvonne le rogó que se quedase a dormir en su casa, ella se negó firmemente. Pero decidieron intercambiarse unos regalos que les recordasen siempre la nochebuena en que se conocieron.
Herlinda obsequió a su anfitriona con una horquilla de su pelo y Catalina le dejó elegir entre los muchos bibelots que había por la casa, recuerdos de un pasado bastante más refulgente que la grisura que ahora envolvía su vida.
-¿Me puedo llevar esto? –dijo Herlinda señalando a una especie de piedra plana de color rojizo con irisaciones verdosas.
-Claro. Es un imán. Me lo trajo de Java un antiguo amante. Yo nunca lo he usado. Me dijo que era poderosísimo, y que si se golpeaba suave y repetidamente su superficie, podía alcanzar un poder de atracción casi milagroso. Cuantos más se golpecitos más potencia alcanzaría.
Herlinda lo guardó entre sus ropas. Luego, con un par de  besos y mil felicitaciones de pascua, se despidieron citándose para la nochebuena del año siguiente en el mismo portal en que se habían conocido.
- Cenaremos juntas de nuevo. Hasta dentro de un año.
-Si. Si Dios quiere. –apostilló Herlinda.
Pero Dios no quiso. En la nochebuena siguiente, cuando Catalina se dirigía al portal en que había quedado con Herlinda, un muchacho en un patinete eléctrico topó con ella y la arrolló dejándola tirada en el suelo.
Al abrir los ojos se encontró sentada en un banco, en una estancia enorme inundada de claridad. Al fondo había una puerta ojival sobre la que se podía leer: CIELO. Un tío con barbas y una llave en la mano parecía vigilarla. Catalina preguntó a un ángel blanquísimo que tenía a su derecha:
-¿Y esto?
-Pues ya ves, hija.
-No me diga más. He muerto ¿Verdad? Y el de la llave es San Pedro ¿No?
El ángel, mientras aleteaba suavemente para mantenerse en posición vertical, asintió conspicuo con la cabeza.
Pronto descubrió al tribunal que iba a juzgar su alma. Lo componían un santo y una santa, según dedujo por sus resplandecientes nimbos, y lo presidía Santo Tomás. Ante ellos una mesa sobre la que había una balanza con dos platillos; en uno se podía leer DEBE y en el otro HABER.
Santo Tomás pidió a un demonio más oscuro que las camisas de Joan Tardá, que presentase pruebas para condenar al alma de Catalina. El ángel réprobo puso sobre la bandeja del DEBE una torre de papeles, que hizo que la balanza se venciese hacia ese lado hasta tocar la superficie de la mesa.
A continuación pidió Santo Tomás al ángel blanquísimo que presentase sus alegaciones en favor de Catalina. Y el pobre ángel, un poco abochornado, solo pudo colocar en el platillo del HABER una hoja de papel en la que se exponía el episodio de la nochebuena en que repartió su escasa cena con una pordiosera llamada Herlinda.
Los miembros del tribunal, observaban impasibles cómo aquella solitaria hoja de papel no conseguía hacer que la balanza se moviese. Solo la santa parecía inquieta haciendo tamborilear sus dedos sobre la mesa, en claro síntoma de mostrarse nerviosa.
ILUSTRACIÓN EXTRAÍDA DE https://es.123rf.com/photo_24130716_balanza-de-concepto-bueno-y-lo-malo-ilustraci%C3%B3n-vectorial.html
Iban ya a dictar su condena cuando… Pero ¿Qué era aquello? El platillo del HABER, solo cargado con un triste folio, comenzó a bajar poco a poco venciendo el peso de los 1.374 expedientes que referían las violaciones de la Ley divina perpetradas por Catalina, y la práctica exacta, fiel y reiterada de absolutamente todo el catálogo de pecados capitales conocidos.
Al final quedó el platillo de la buena acción, porque ya digo que solo fue una, abajo del todo mientras que el de los pecados se mantenía en alto. Así que Santo Tomás falló a favor del alma de Catalina y pidió a San Pedro que franquease el paso a la nueva bienaventurada.
-¡Protesto! –berreó indignado el ángel fosco.
-¡Silencio, Demoniel! El HABER ha pesado más que el del DEBE. Tú lo has visto. No hay discusión.
Al ponerse de pie Catalina vio con sorpresa que en la mesa del tribunal, junto a la balanza había, justo en el punto en que la santa había hecho tamborilear sus dedos, una piedra plana, rojiza con irisaciones verdosas, que ella conocía. Aún pudo oír cómo Santo Tomás le decía a la santa.
-Vamos Santa Herlinda, no te demores que tenemos mucho que hacer
Santa Herlinda alzó la vista y, mientras Catalina atravesaba la puerta del Cielo, le guiñó un ojo. Luego, sin que Santo Tomás la viese, cogió la piedra rojiza subrepticiamente y se la guardó entre sus ropas.

FIN

Por medio de este cuento quiero decirte que, como formas parte de mi gente, me acuerdo con todo mi cariño de ti en estas fechas, pido al Niño Jesús que te conceda lo que mejor le venga a la salud de tu alma y de tu cuerpo y espero (y deseo) que seas insultantemente feliz durante el año 2019

Canel (Navidad 2018)