domingo, 12 de abril de 2020

CONCLUSION PARA UN DOMINGO DE RESURRECCIÓN




DOMINGO DE GLORIA

Para narrar los hechos de la Resurrección, he seguido el Evangelio de Juan, que es el más prolijo en detalles y me ha parecido, tal vez por ello, más fiable que las versiones que se pueden leer en los Evangelios sinópticos.
Pues bien. Aún no había amanecido cuando ya estaba María Magdalena ante el sepulcro de Jesús descubriendo con sorpresa que alguien había corrido la pesada piedra que tapaba su entrada. Se asomó dentro de la cueva y la vio vacía, así que la pobre, asustada, salió a toda pastilla a buscar a Pedro y a Juan para contarles lo ocurrido. Los tres volvieron corriendo y al llegar encontraron la puerta franca y los lienzos de la mortaja por el suelo, pero no vieron a nadie ni vivo ni muerto.
Los dos apóstoles se fueron a toda prisa a avisar a sus compañeros de la noticia, así que quedó María Magdalena sola ante el sepulcro. Volvió a asomarse al interior de la gruta y vio dos ángeles, sentado cada uno de ellos  en un extremo del pétreo lecho en que había estado depositado el cadáver de Jesús. Después de cruzar desconcertada un par de frases con ellos se volvió y vio tras de sí a un hombre al que creyó un hortelano del lugar.
El hombre le preguntó por qué lloraba y pero la Magdalena, suponiendo que aquel desconocido podría estar involucrado en la desaparición del cuerpo de Jesús, le rogó vivamente que le dijese dónde lo había puesto, pues ella se haría cargo del cadáver. Pero el desconocido la llamó por su nombre -¡María!- y ella, dándose al fin cuenta de quién le hablaba, casi sin poder pronunciar la palabra le contestó con arrebatado fervor:
-¡Maestro! – Y quiso agarrase a sus vestidos para retenerle.

Pero Jesús, tal vez sonriendo, le pidió que no le tocase (noli me tangere), pues dijo que aún no se había presentado ante el Padre. Luego la dio instrucciones para que anunciase a los apóstoles que el Mesías, tal y como había prometido: HABÍA RESUCITADO.

CONCLUSIÓN

Aquí termina todo. Jesús ha sido torturado, ha muerto y ha resucitado; el ciclo se ha completado y se acabó lo que hoy llamamos Semana Santa. Para el culto cristiano este domingo es el día central del año pues no pudo existir cristianismo sin Resurrección. Morir por los demás voluntariamente es un acto heroico, pero no infrecuente; morir por los demás diciendo que se es Dios, es bastante menos frecuente, claro; pero demostrar al tercer día que, en efecto, se es Dios, ya es la repera. Esa es la piedra angular del cristianismo: Jesús pasó ese domingo de ser un buen tipo que proclamaba la supremacía del amor, a ser nada menos que el Hijo de Dios hecho carne.

CONCLUSIÓN PERSONAL

Es muy difícil escribir sobre una persona o una idea con total abstracción del sentimiento de quien lo hace. Siempre, por más esfuerzo que se haga, hay fisuras por donde escapa el alma del escritor. Durante esta semana he procurado que prevaleciese en mi texto la historicidad y la claridad sobre la religiosidad (Aunque admito que el uso de las mayúsculas en las dos últimas palabras de la narración de este domingo han sido una debilidad).
Al empezar con este trabajo me planteé si debía dejar clara mi posición ante lo que iba a contar. Decidí, para no condicionar al lector (si es iba a haber un lector), hacerlo al final, pues no quería que se pudiese decir algo así como: “Claro, eso lo dice Canel porque el tío es cristiano”.
No quería, como digo, que eso ocurriese, pero no sería justo ahora no exponer paladinamente la perspectiva desde la que he escrito todo esto.
Yo SOY CREYENTE. Es un problema de necesidad. Pero aunque así no fuese, lo sería por comodidad. No digo yo que no sea difícil creer en Dios, pero es que no creer de verdad en Dios es muchísimo más difícil.
Yo SOY CRISTIANO y por tanto creo en Jesucristo, hijo de Dios Padre. Y no es solo un problema de fe, que tengo la suerte de que me haya sido concedida, es que quiero ser europeo y pertenecer a la civilización occidental. Quiero entrar en el museo del Prado y al ver el  Noli me tangere  de Correggio, entrar en el “alma del cuadro” y no quedarme en el azul de la túnica, el celaje matutino o la profundidad que crea el rompimiento.
Yo SOY CATÓLICO porque, a fuer de cristiano, quiero pertenecer a la única Iglesia que fundó Cristo. Allá ellos los cristianos que se apuntan a una Iglesia fundada por Lutero, Calvino, Enrique VIII, William Miler, Joe Smith o Charles Taze Russell muchos siglos después; yo me apunto al original. Y también lo soy porque, en cuestiones de amor, no creo que haya nada capaz de superar al Nuevo Mandamiento que proclamó Jesús.
¡Ah! Y que no se me olvide. Yo SOY PECADOR porque… No sé. Supongo que, usando las palabras de Jesús en Getsemaní, el espíritu está pronto pero la carne es débil. Y los que, como yo, tenemos mucha carne pues… ¡Más débiles todavía!
Esta serie la habéis recibido 270 AMIGUETES. Gracias a todos por haberme leído y feliz Pascua de Resurrección.
© Canel
12 de abril
AÑO 1º de CONFINAMIENTO


BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA
TEXTOS BIBLICOS*
BIBLIA Nácar-Colunga (BAC 1959)
NUEVO TESTAMENTO (BAC 1962)
EVANGELIOS APÓCRIFOS (Ed. Creación, 2008)
BIBLIA DE JERUSALÉN. (Desclée de Brouwer.- 2009)
*Aunque los Evangelios son prácticamente idénticos en los 3 textos canónicos, no lo son sus aparatos críticos.

OTROS TEXTOS
Asimov, Isaac.- GUÍA DE LA BIBLIA II (Plaza & Janés 1995)
Balasch y Ruiz.- DICCIONARIO BÍBLICO. (Tikal 2004)
Oberländer, Beatriz.- JERUSALÉN (Orbis-Montena 1985)
Palma, Luis de la.- LA PASIÓN DEL SEÑOR (Palabra 1987)
Ratzinger, Benedicto XVI, Joseph.- JESÚS DE NAZARET (Encuentro 2011)
Renan, Ernest.- VIDA DE JESÚS  (Ed. Ibéricas 1999)
(Mi asistenta me quería matar al ver tantos libros por la mesa)


sábado, 11 de abril de 2020

¿QUIÉN SALIO A LA CALLE EL SÁBADO SANTO?


SÁBADO DE GLORIA

Mientras en la Ciudad Santa  millares de jerosolimitanos y de peregrinos venidos de todo el mundo celebraban ese sábado la pascua, los discípulos de Jesús estaban acobardados en sus casas, escondidos, tal vez reunidos en grupos pequeños.
El Maestro estaba muerto y enterrado. Había pasado de ser un profeta que pretendía ser el Mesías a ser un pobre fracasado.
De pronto la grey se había quedado sin pastor. Al desconcierto que eso les producía había que añadir el dolor por su trágica muerte. Y además  estaba el desasosiego por el cargo de conciencia que les producía el haber huido cobardemente desamparando a su jefe, rabí y amigo.
Y luego estaba el temor a que la persecución no hubiese terminado en Jesús y se prolongase hacia ellos, así que la posibilidad de una redada contra los seguidores de Jesús hacía que los apóstoles anduviesen escondidos y sin duda aterrorizados. Desde luego dice Juan que, aún el domingo por la noche, estaba todos reunidos, “estando cerradas por miedo a los judíos, las puertas de la casa”.
Tampoco cuentan nada las fuentes más serias de lo que hizo durante el sábado la madre de Jesús, pero es fácil imaginar llorando, consolada por sus amigas, a una madre joven, menor de cincuenta años que ha perdido un hijo, lo que ya es antinatural, habiendo asistido a su dramática y dolorosa muerte, lo que es aún más antinatural.
¿Qué pasaría aquel sábado por la mente de todos ellos? ¿Se acordarían de las muchas veces en que le habían oído decir que al tercer día de su muerte resucitaría? Probablemente, pero no querrían hacerse ilusiones; seguro que ni lo comentaban con sus más cercanos para no parecer ingenuos, y para  no aparentar que albergaban ridículas esperanzas. Pero en su fuero interno… Había que tener mucha fe en el Maestro y ellos no eran más que hombres, más que simples pescadores.

De quien sí se sabe algo es de algunas mujeres que habían venido con Jesús desde Galilea. Ellas, una vez cerrada la tumba donde descansaba el cuerpo del rabí, inspeccionaron la entrada y se fueron a casa a preparar aromas y esencias para perfumarlo, aunque ya habías aido embalsamado con 100 libras de mirra y áloe que había aportado Nicodemo. Luego, al atardecer, al iniciarse el shabat, las mujeres abandonaron su tarea y pasaron el día, como prescribía la ley, reposando.

Quienes no respetaron mucho la ley ese sábado de Pascua fueron los escrupulosos… ¡miembros del Sanedrín! Todos ellos, presididos por Anás y Caifás, yerno y suegro, a quienes Mateo llama, tal vez con ironía, “los Sumos Sacerdotes”, como si pudiese haber más de uno, se presentaron ante Pilato y le pidieron que pusiese una guardia en la tumba de Jesús, porque al haber anunciado tantas veces que resucitaría al tercer día de su muerte, temían que sus secuaces robasen el cadáver para luego poder decir que, en efecto, había resucitado.
Pilato, y se detecta entre las líneas del Evangelio de Mateo que ya con bastante hastío, les autorizó a que lo hiciesen ellos mismos. “Ahí está la guardia”; organizaos vosotros mismos.
Fueron los sacerdotes al sepulcro, aseguraron la losa que cubría la entrada con unas cuerdas, la sellaron con cera e imprimieron en ella su propio sello. Dos  soldados romanos quedaron de guardia a la puerta de la sepultura.


viernes, 10 de abril de 2020

TODOS LOS SITIOS DÓNDE ESTUVO JESÚS EL DIA EN QUE MURIÓ


V.- VIERNES SANTO
Por la mañana Caifás reunió a los integrantes del Sanedrín para ratificar la condena a muerte de Jesús, como así se efectuó. Es probable que no asistiesen los miembros que eran seguidores de Jesús, que alguno había, porque se sabe que la decisión fue unánime.
Pero el Sanedrín no tenía capacidad para condenar a muerte. El único que podía hacerlo era el gobernador o prefecto romano, que en este caso era Poncio Pilato, pues Judea, con relación a Roma, gozaba (o sufría) de un status parecido al que hoy sería un protectorado.
Los sacerdotes, ante Pilato, acusan a Jesús de haber dicho que era el Hijo de Dios, pero eso para la ley romana no era un delito, así que el gobernador decide dejar libre a Jesús. Entonces cambian la acusación y ahora dicen que permitió ser aclamado como rey. Eso sí entraba en el ámbito penal romano y Pilato no tuvo más opción que aceptar la denuncia. Pero enterado de que Herodes[1], tetrarca de Galilea, estaba en la ciudad, vio la oportunidad de quitarse aquel “marrón” de encima y decidió remitírselo para que él lo juzgase, pues el acusado pertenecía a su jurisdicción.
Herodes, que ya había oído hablar de Jesús, se interesó por su persona, pero observaba sorprendido que no respondía más que con el silencio a las acusaciones de los sacerdotes. Así que se limitó a burlarse de él y a devolvérselo al gobernador. Dice Lucas que Herodes y Pilato, que hasta entonces se llevaban mal, desde ese momento se hicieron amigos.
De nuevo en el palacio del gobernador, Pilato intenta dejarle ir pues ahora, a su opinión de ausencia de delito se añade la de Herodes. Pero los sacerdotes y quienes que se habían ido arremolinando alrededor del palacio, bien manejados por agentes infiltrados, le exigen que lo crucifique.

En todo momento se detecta la voluntad de Pilato de salvar la vida a Jesús. Es comprensible. Una caterva de histéricos con rizos cayéndoles por los aladares, le traen a un tío con el rostro tumefacto que, según dicen, pretendía ser el hijo de Dios. Bueno ¿Y a él qué le contaban? ¿Qué querían? ¿Qué condenase a muerte a un pobre desgraciado que probablemente sería un loco, o un mentecato, o un chungón? Además, había recibido un recado de su mujer, Claudia Prócula[2], diciéndole que había tenido un sueño y que sería mejor que se mantuviese al margen del asunto del galileo.
Entonces el prefecto tiene una idea. Los romanos tenían preso a un tal Barrabás que estaba condenado a morir crucificado por participar en una revuelta que terminó con un muerto. El gobernador romano, por la Pascua, tenía la facultad de soltar a un preso, y Pilato pensó que dando opción al pueblo a elegir si perdonar a Jesús o a Barrabás, saldría elegido Jesús que, en verdad, no había hecho mal a nadie. Pero la consulta resultó un fiasco, porque el pueblo, ya digo que hábilmente manejado, optó por salvar la vida del forajido, no una, sino las tres veces en que Pilato planteó la cuestión[3].
Ante el fracaso de su plan concibe ahora una deplorable idea: torturarle y darle la libertad. De hecho Lucas pone en su boca: “Le castigaré y luego le soltaré”. Creía que si se lo mostraba al pueblo en condiciones lastimosas, la gente se apiadaría de Él, así que ordenó que se le flagelase pero que se cuidase que de ningún modo muriese durante el tormento.
 Los soldados se lo llevaron a su cuartel, lo despojaron de su túnica para que quedase su espalda al desnudo y lo ataron a una columna con los brazos en alto[4] y los pies tocando levemente el suelo. Aunque la ley hebrea fijaba el máximo de azotes que el condenado podía recibir, aquí el tormento se aplicaba bajo la legislación romana que no ponía límite a este castigo. Además en este caso las instrucciones eran claras: tortura hasta que cause lástima al gentío que esperaba en el patio, pero sin que muera.
Se le flageló con un flagrum, que consistía en tres tiras de cuero, como de medio metro de largo cada una, unidas por un extremo a un mango de madera no muy largo. Cada una de las tiras de cuero llevaba en el término contrario dos bolitas, de plomo o de hueso, de manera que cada latigazo acarreaba tres cintarazos con el cuero y seis heridas por las concreciones duras de las puntas.
No se sabe cuántos latigazos recibió Jesús, pero sí se sabe que fue torturado hasta quedar irreconocible. Recibió golpes en todo el cuerpo desde las piernas hasta el cuello. La paleomedicina forense, estima que, además de las terribles heridas exteriores, sufrió sin duda lesiones internas en el corazón, la pleura, el hígado y los riñones, con lo que conlleva la disfunción de estos órganos en la química del organismo humano.
Es seguro que terminado el suplicio, al ser desatado Jesús caería al suelo sobre un charco de sangre. Literalmente no podría tenerse en pie; estaría hiperventilando por la pérdida de sangre y eso le tendría agotado. Y luego el dolor. Simplemente el dolor, sin otras consideraciones médicas, por aquellos latigazos sobre una piel que sabemos que estaba irritada desde que la noche anterior, en Getsemaní, había sudado sangre.
Para terminar su tarea los soldados lo disfrazaron de rey ¿No quería ser rey? Pues ahora lo iba a ser. Sentado, le facilitaron los tres signos reales, le cubrieron con una capa púrpura, le dieron una caña por cetro y le impusieron una corona… de espinas. Al dolor físico del suplico recién soportado, se añade la befa a quien le quedaban pocas horas de vida. Los torturadores pasaban ante él y le hacían remedos de reverencias y, para no ahorrarle ningún dolor ni vejación, le daban de bofetadas e, incluso, golpeaban con una vara la corona de vez en cuando para que las espinas se clavasen más en su cabeza.
La piltrafa, la llaga viviente que le trajeron sus soldados, Pilato tuvo la desvergüenza de presentarla a la gente, Ecce homo, solicitando su compasión. Pero aquel pueblo de pedernal volvió a exigir amenazante que fuese crucificado. Pilato ya no lo intentó más; percibió el riesgo de una revuelta popular y claudicó mientras se lavaba las manos[5]. Los judíos, desde la calle, aplaudían su decisión y recababan para sí, colectivamente, la responsabilidad moral de esa muerte.
Enseguida le quitaron la capa, le volvieron a poner sus propias ropas y, con su cruz a la espalda lo echaron a caminar calle arriba en dirección al sitio donde sería ejecutado, que era un lugar extramuros de Jerusalén llamado Gólgota (que quiere decir cráneo o calavera) a menos de un kilómetro de distancia del palacio de Pilatos. Menos de un kilómetro desangrado, asfixiado, herido, cuesta arriba y cargado con su propia cruz.
La muchedumbre que había estado esperando la resolución de Pilato ahora atestaba las bocacalles que confluían en lo que siglos después se llamaría la Via Dolorosa. Él, que nunca había hecho mal a nadie, tuvo que sufrir la presencia de un público trufado de satisfechos enemigos: los saduceos (que eran rigoristas con la Ley y odiaban a los “nuevos profetas”), los fariseos (a quienes había fustigado por hipócritas), los violentos zelotes (que le achacaban tibieza contra los romanos), los colaboracionistas con Roma (que temían que Jesús encabezase una revuelta)…
Pero también encuentra a gente que está de su parte; curiosamente los Evangelios solo mencionan mujeres. Unas que lloraban al ver su sufrimiento y a las que él mismo consuela, otra que secó de su cara, con un paño, la sangre que manaba de sus heridas y allí quedó impresa su verdadera efigie[6] (vero icono)…  Y, desde luego, María su madre que le acompañará hasta el final.
Jesús, en las precarias condiciones en que se encontraba, no puede con el peso de la cruz y cae al suelo sin poderse levantar. Los soldados agarran a un espectador, un judío de origen libio llamado Simón, probablemente llegado a Jerusalén para celebrar la Pascua, y le obligan a llevar la cruz. Aun así, Jesús tiene que hacer grandes esfuerzos para subir la cuesta que le lleva al Gólgota y aún cae dos veces más.
Cundo llegan a su destino, a la cima del Gólgota, el centurión y cuatro soldados que lo han conducido hasta allí, le quitan su túnica pues más tarde se la jugarán a los dados. Lo habitual es que, como parte de sus emolumentos, los soldados asistente a una ejecución distribuyan entre sí las diversas prendas del vestuario del reo o, incluso, con frecuencia las descosan y se repartan la piezas de tela, pero la túnica de Jesús es inconsútil, no tiene costuras, y es mejor que se la lleve uno toda entera que trocearla para el reparto.
Con la cruz en el suelo, los soldados tumban a Jesús encima y le clavan por las muñecas cada una de las manos en cada uno de los extremos del travesaño. Luego, montando uno de sus pies sobre el otro, los atraviesan con un clavo que, de un martillazo queda fijado al larguero de la cruz. Arriba, ponen, como es preceptivo, un cartel con la causa de su ejecución: JESUS NAZARENO REY DE LOS JUDIOS. Ya está; ahora, con ayuda de unas cuerdas, ponen la Cruz enhiesta. Nadie se ha Poe ocupado de quitar al reo la lacerante corona de espinas.
La agonía empieza a las 12 del mediodía y justo en ese momento la oscuridad se extiende sobre la tierra. Aunque sabe que le quedan pocas horas de vida sus pensamientos son para los demás: ruega al Padre que perdone a quienes lo martirizan y matan; da esperanzas a uno de los dos ladrones que sufrían junto a Él la misma pena de crucifixión, y encarga a su discípulo amado, Juan, y a la Virgen que se cuiden mutuamente en su ausencia.
Luego vuelve sus atenciones hacia sí: primero reza el salmo 22 “¿Dios mío! ¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?” (Eloí, Eloí, lama sabactaní), después pide que le den de beber porque debía tener la boca seca y le hacen llegar hasta la boca con una vara una esponja empapada en el agrio vino que beben los legionarios romanos, Por último da su misión como hombre por terminada.: “Todo está consumado” –murmura; e inmediatamente encomienda su espíritu a las manos del Todopoderoso.
Eran las 3 de la tarde del viernes 14 nisan cuando Jesús, dando una gran voz, inclinó la cabeza y devolvió su espíritu al Padre.
Dice el evangelio de Mateo que en el momento de la muerte de Jesús una fuerza telúrica removió el suelo y el velo del Templo, el velo que aislaba el Santca Sanctoum del resto del edificio, el velo que mantenía a Dios en un lugar retirado, arcano, donde solo podía entrar el Sumo Sacerdote y eso solo una vez al año, se rasgó de arriba abajo. La imagen era nítida: a partir de ahora ese Dios recóndito se converte en un Dios cercano y asequible.
Los sacerdotes, pensando que al día siguiente era la fiesta de la Pascua y no queriendo que los cadáveres quedasen a la vista de todos en el Gólgota, pidieron a Pilato que quebrase las piernas de los crucificados para, al disminuir la sujeción al larguero, se acelerase su muerte por asfixia. Así lo dispuso el prefecto, pero cuando un soldado, llamado Longino, fue a ejecutar la orden en Jesús observó que ya había muerto. Aun así clavó su lanza en el corazón del Crucificado y de la herida salieron al punto sangre y agua que tal vez fuese líquido pericárdico generado por una pericarditis causada por la flagelación.
Andrea Mantegna (1431–1506) Lamentación sobre Cristo muerto. Entre 1475 y 1501. Tempera sobre tela. 66 × 81 cm. Pinacoteca di Brera, Milán, Italia.
foto extraida de https://euclides59.wordpress.com/2014/08/16/andrea-mantegna-y-el-escorzo-lamentacion-sobre-cristo-muerto/

Aquella misma tarde José de Arimatea, miembro del Sanedrín pero que seguía secretamente a Jesús, le echa valor y se presenta en el Palacio de Pilato pidiéndole permiso para bajar el cadáver del galileo y enterrarlo en una tumba de su propiedad aún sin estrenar. Pilato accede y él, junto con Nicodemo, otro miembro del Sanedrín que era secreto seguidor de Jesús, y probablemente con la ayuda de la Virgen y de aquellas mujeres amigas suyas que no se separaban de ella para consolarla, lo bajan de la Cruz con una sábana, lo embalsaman con mirra y aloe y lo amortajan con lienzos de lino. Luego cierran la tumba haciendo rodar una pesada piedra hasta que la entrada queda totalmente obstruida.
A cierta distancia, María Magdalena y María la de José contemplan la escena tomando buena nota de dónde está siendo enterrado el Rabí.


© Canel
10 de abril
AÑO 1º de CONFINAMIENTO



[1] Herodes Antipas, tetrarca de Galilea y de Perea pero sin jurisdicción sobre Judea, era algo así como el monarca, siempre bajo la supervisión de Roma.
[2] Prócula subió a los altares y es santa para la Iglesia ortodoxa oriental y para la Iglesia ortodoxa etíope, que también considera santo a Poncio Pilato.
[3] El asunto de Barrabás es muy enigmático. No se sabe bien ni quién era ni qué es lo que hizo, Podría ser un terrorista político (acaso por ello estaba el pueblo nacionalista de su parte) o un simple bandolero, como dice Juan. No se tiene noticia de la supuesta costumbre (ni romana ni hebrea) de soltar un preso por Pascua y, por último, parece bastante bien documentado que se llamaba Jesús Barrabas. Pero resulta que Bar Abba quiere decir en arameo “Hijo del Padre”. ¿Era, por tanto, el preso “Jesús Hijo del Padre”? ¿Serían Jesús y Barrabas una misma persona y este episodio es fruto solo de una deficiente traducción?
[4] La iconografía y la historia no tiene por qué ir de la mano. Con las brazos en alto el reo respira mejor, no puede mover los codos o el cuerpo para hurtarlo de los latigazos y si se desmaya no cae al suelo.
[5] La prestigiosa revista científica norteamericana  Sciencie, publicó un septiembre de 2006 un artículo sobre la tendencia del hombre a lavarse las manos cuando realiza actos contarios a su conciencia.
[6] El episodio de la Verónica no aparece en ninguno de los 4 evangelios canónicos. Es una figura que pertenece a la Tradición.

jueves, 9 de abril de 2020

¿ DÓNDE ESTABA JESÚS EL JUEVES SANTO?


V.- JUEVES SANTO

El jueves al atardecer comienza la auténtica Pasión del Señor.
Para hacer la cena de Pascua los apóstoles, siguiendo las instrucciones de Jesús, prepararon una sala (el llamado Cenáculo) en un primer piso, acaso propiedad de un seguidor de Jesús,de una casa situada en un barrio al sur de la ciudad. Allí, a la luz de las teas, tuvo lugar lo que se ha conocido como la Última Cena, que, por cierto, no tuvo nada que ver con lo que podemos ver en la abundante y conocidísima iconografía sagrada al respecto. Pero eso es para otro día.
En esa cena, se produjeron cuatro hechos destacados. El primero fue que el Maestro dio a conocer que iba a ser traicionado por uno de los Doce, lo que venía a demostrar que conocía con anticipación su fatal destino. Por tanto, su sufrimiento, su Pasión, ya le acompañaba desde tiempo atrás. 
El segundo que se humilló voluntariamente ante sus 12 amigos. Con una toalla enganchada en el cíngulo que ceñía su cintura y una jofaina con agua recorrió el puesto de cada uno de ellos lavándoles los pies y secándoselos. Pero hay que valorar dos circunstancias concretas: una que el que le iba a traicionar estaba sentado a la mesa y Jesús le dio el mismo trato que a los otros más leales; y la otra que la acción del rabí no era una simple humillación, era una superlativa humillación porque lo que estaba haciendo Jesús era una tarea reservada a los esclavos.
Eltercero es, claro,la institución de la Eucaristía; sin duda alguna, por más que repetido, el acto central de la vida religiosa del cristiano. No son estas líneas las adecuadas para profundizar en un hecho tan trascendental para el cristianismo, pero si querría decir que son muchos los teólogos (sobre todo protestantes) que fijan en este momento no solo la institución del sacramento, sino la mismísima fundación de la Iglesia (tengo para mí que para devaluar un poquito eltu es Petrus, y ya de paso la del pontificado romano).
Terminada la ofrenda del pan y del vino, Judas salió del Cenáculo sin despedirse demasiado. Claro que a nadie le extrañó, pues por su cargo de tesorero siempre tenía actividades propias en las que los demás apóstoles no se involucraban.
Jesús, terminada la cena, dirigió unas palabras a los apóstoles con consejos y consideraciones diversas de orden religioso y moral,y es en este contexto en el que aparece el cuarto “hecho destacado” a los que me refería más arriba: la formulación del Mandamiento Nuevo, al que ya cité en la crónica del Martes Santo y al que califiqué como una “bomba determinante” de la doctrina cristiana. “Que os améis los unos a los otros, como Yo os he amado”. El conjunto de sus palabra sera sin duda una despedida pues sabía (y la predicción de la traición es muestra de ello) que era la última vez que iba a tener contacto sus amigos antes de su muerte humana.
Cuando Jesús terminó de hablar, sin esperar el regreso de Judas partieron hacia un huerto que estaba en las afuera de la ciudad,como a media hora de camino del Cenáculo,pero al otro lado del torrente de Cedrón. Se hace evidente que las actividades de aquella noche estaban planificadas pues todos sabían, y el primero Judas, que al terminar la cena irían a Betania a dormir, aunque se detendrían a orar en un huerto cercano al camino, y que ya habían visitado en otras ocasiones, llamado Getsemaní.
Cuando Jesús terminó de hablar, sin esperar el regreso de Judas partieron hacia Betania, aunque estaba previsto que, como solían hacer, se detendrían  a rezar en un huerto llamado Getsemaní que estaba cercano al camino. Se hace evidente que todos sabían, y el primero judas, el trayecto y las paradas que el grupo iba a hacer cuando terminase la cena.
Al llegar al huerto Jesús se llevó con Él a Pedro, a Juan y a Santiago para que le acompañasen a orar. Los dejó juntos encareciéndoles que rezasen y Él se apartó. Cayó de rodillas, con el rostro en el suelo, sufriendo una angustia tan terrible que le llevó incluso a sudar sangre[1], pidiéndole al Padre,textualmente, “si es posible, que pase de mí este cáliz”. Ese “si es posible” proveniente nada menos que del Cristo, del Ungido, da la medida del sometimiento del Hijo a la voluntad del Padre.
Tras superar esa crisis vuelve Jesús a donde había dejado orando (o eso creía Él) a los tres apóstoles y los encuentra dormidos. Bueno, hay que comprender que el día había sido agitado, las emociones fuertes, la cena copiosa, acaso las libaciones abundantes y el trayecto entre el cenáculo y Getsemaní remontando la empinada ladera oriental del valle del Cedrón no se hacía por una calzada romana precisamente y,peor aún, de noche.
Jesús los despierta les pide que recen con Él, vuelve a apartarse de ellos para orar privadamente, vuelve a sentirse morir de angustia y cuando, con la ayuda del Padre, consigue reponerse,regresa con sus amigos y vuelve a descubrir que están otra vez dormidos. Entonces se reúnen con los que habían quedado atrás y cuando Jesús les reconviene por su falta de tensión en la oración, aparece en el huerto Judas rodeado de hombres armados.
Judas encabezaba una tropa compuesta por agentes de seguridad del templo, que como hacían su servicio desarmados no llevaban más que palos y antorchas, y por un destacamento, acaso solo un pelotón, de soldados romanos de la Torre Antonia, vecina al Templo que sin duda el Sumo Sacerdote había pedido “prestado” al centurión al mando..
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Pero fuesen los que fuesen los miembros del grupo que encabezaba Judas, este se acercó al Maestro y le besó con fuerza. ¿Jesús le preguntó con amargura “¿Con un beso entregas al Hijo del Hombre”, pues ese beso era la señal convenida para que la tropa pudiese identificar entre todos los que estaban allí a quién debían detener. A traidor y traicionado no les dio tiempo a cruzarse más palabras porque los soldados inmediatamente se echaron sobre Él y lo prendieron,
La versión de Juan varía un poco de la de los Evangelios Sinópticos. Según el 4º evangelista cuando los malos le dijeron que a quien venían a buscar  era a Jesús Nazareno, Él contestó sin arrugarse “¡Yo soy!”, a consecuencia de lo cual la cuadrilla armada cayó al suelo. Luego se volvió a repetir la conversación y ya fue arrestado. Parece que la idea de Juan al narrar así el episodio,era transmitir que al Maestro se le detuvo porque Él quiso, porque se dejó, pues demostró ser capaz de derrotar a los que venían a por Él.
Bueno, pues en el quirigay que se organizó entre discípulos y guardias por la detención de Jesús,Judas se quitó de en medio mientras que Pedro, por su parte, sacó su espada y le golpeó en la cabeza, cercenándole la oreja, a un tal Malco, que era uno de los hombres de seguridad del Templo. Jesús, para apaciguar los encrespados ánimos, ordenó a Pedro que envainase su acero, tomó laoreja del suelo y se la “pegó” otra vez en su sitio al herido.
Detenido, maniatado y con una soga al cuello, el Mesías fue llevado como un delincuente vulgar hasta la casa de Anás, que era el anterior Sumo Sacerdote y, como tal y suegro de Caifás, el hombre más influyente de Israelen cuestiones religiosas y jurídicas. Anás procedió a interrogarle y allí, en su casa, empezó la tortura física de Jesús, pues uno de los siervos de la casa le pegó un bofetón[2] tras una respuesta que consideró impertinente.
Anás, comprendiendo que la presencia del detenido en su casa suponía una cierta anomalía jurídica, lo remitió al palacio de su yerno, el Sumo Sacerdote Caifás. Entre tanto, todos los apóstoles se habían escaqueado menos Juan y Pedro, que seguían a cierta distancia a su Maestro y al grupo que le conducía, Cuando metieron a Jesús en el palacio Juan pudo pasar,pero Pedro hubo de quedarse el patio donde se reunía el servicio de la casa.
El propio Sumo Sacerdote, Caifás,que estaba esperando la llegada del detenido, se hace cargo del asunto de manera personal. En realidad no se trataba de un juicio, porque este estaba previsto para el día siguiente por la mañana, sería tal vez algo así como un vista previa aún en la fase de instrucción. De manera que Caifás comienza un interrogatorio entreverado con la deposición de testigos que, o tergiversaban las palabras de Jesús o simplemente las falseaban. En realidad se le estaba presionando para que en algún momento dijese algo palmariamente condenatorio y así tener motivo legal para ejecutarle.
Como Jesús respondía con manso silencio a las agresivas preguntas de los sacerdotes, Caifás, exasperado le fuerza a que declare de forma definitiva quién es:
-Te exijo quelo declares de una vez por todas: ¿Eres el Mesías, el Hijo de Dios?
Jesús contestó afirmativamente y, para que no hubiese dudas, se extendió brevemente sobre su puesto en el Cielo junto a Dios Padre y como Juez eterno.Así que los sacerdotes no tuvieron más remedio que condenarlo a muerte pues afirmar tal cosa era una blasfemia.
Pedro, mientras tanto, estaba en el patio con la servidumbre esperando acontecimientos cuando se acercó a él una chica del servicio, más tarde otra y en tercer lugar un grupo de hombres; todos le preguntaron si no era él uno de los del grupo de Jesús, pues su acento galileo lo delataba. Pero Pedro en las tres ocasiones dijo no saber nada de aquello ni conocer a aquel tipo de nada. Cuando hubo negado cobardemente por tres veces su amistad, su cercanía al Maestro, cantó el gallo de un corral cercano y entonces recordó que en el Cenáculo Jesús le había dicho que antes de que llegase la madrugada, antes de que cantase el gallo, le negaría hasta tres veces. Inmediatamente se arrepintió. Dice la leyenda que cuando murió tenía un surco en cada mejilla formado por las lágrimas que de sus ojos habían brotado durante toda su vida por la pena de haber fallado, a la primera, a su amigo y rabí.
En cuanto los servidores de los escribas y sacerdotes que estaban aquel momento oyeron como sus jefes le declaraban reo de muerte,la emprendieron con él a golpes, escupitajos, patadas, puñetazos. Era un linchamiento absolutamente fuera de la ley que se producía en presencia de unos sacerdotes que nada hicieron para detener aquello. Los esbirros le habían puesto una sábana por encima de para golpearle sin tener que soportar la mirada de su víctima y, entre carcajadas, le pedían que ya que tenía poderes especiales, adivinase quién había sido su agresor
Luego, cundo se cansaron, lo echaron en el suelo de una oscura ergástuladonde pasó la noche heldo,herido, magullado y sin los cuidados de nadie.

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9 de abril
AÑO 1º de CONFINAMIENTO




[1] Sudar sangre no es una frase hecha.Es un síndrome, hematohidrosis, que, aunque no muy habitual,está suficientemente descrito en  la literatura médica. Siempre aparece relacionado con situaciones de angustia y otras tensiones neurológicas.
[2] Dar un bofetón estaba castigado por la Ley: 200 denarios con la mano abierta y 400 si se daba de revés. Mucho me temo que en este caso la multa no es que no se cobrase, es que ni siquiera se tramitó.

¿DÓNDE ESTABA JUDAS EL MIÉRCOLES SANTO?


IV.- MIÉRCOLES SANTO

Ningún texto serio presenta actividad alguna de Jesús el miércoles de la semana en que morirá. La mayoría de los autores consideran que, por la razón que fuere, pasó todo el día en Betania, aunque, de forma poco precisa. Lucas contradice esta opinión, porque, tras hacer una descripción genérica de la actividad de Jesús en los días previos a la Última Cena, finaliza, como vimos al final de la crónica del martes, diciendo: “Durante el día enseñaba en el Templo y salía a pasear por la noche en el monte llamado de los Olivos”. No hace excepción del miércoles.
Pero aunque, por la razón que fuere, no se nos relatan hechos destacables del Maestro en ese día, la realidad es que los engranajes de la Historia no se detuvieron.
Cuando Jesús resucitó a su amigo Lázaro,el Sanedrín[1], que por entonces era francamente saduceo, se puso de los nervios porque, como los saduceos no creían en la vida del más allá, aquel milagro los desconcertaba. Pero el principal motivo de su inquietud era que observaban cómo el movimiento en torno a Jesús crecía demasiado y demasiado rápidamente,y temían que en cualquier momento se levantase una rebelión.
Así que a la vista de las noticias que se venían recibiendo de las andanzas de Jesús por las regiones del norte de Palestina, y ante el patente riesgo de una revuelta más o menos sangrienta, se decidió su muerte.Fue en aquella reunión donde Caifás[2] pronunció la célebre y maquiavélica, avant la letre, frase: “A veces conviene que muera solo un hombre para que se salve todo un pueblo”.
El siguiente paso en la conspiración contra Jesús lo dio el propio Judas Iscariote. Ya vimos que cuando María ungió a Jesús en Betania en el banquete del sábado anterior, este recriminó con cierta aspereza su ruindad a los discípulos que criticaban, tal vez inmoderadamente,el dispendio de 300 denarios realizado para comprar el ungüento de nardo que se utilizó en aquella unción. Y al frente de los descontentos estaba Judas, pues no en balde era el encargado de llevar la tesorería del grupo de los 13. Pues bien, una de las consecuencias de este desencuentro entre Judas y su rabí fue (o mejor dicho: posiblemente fue) que el todavía apóstol, disgustado por la reconvención recibida, se puso en contacto con los sacerdotes prometiendo facilitarles el prendimiento del Maestro.
Ahora, en la reunión que se estaba manteniendo ese miércoles en el Palacio del Sumo Sacerdote José Caifás, que era saduceo, para urgir la ejecución de la idea de quitar de en medio a Jesús, los planes estaban bloqueados, porque no quedaban más que 48 horas para la Pascua y aún no se había encontrado la fórmula para echarle mano.
La necesidad de apresar a Jesús antes de la Pascua y secretamente resultaba indispensable a los conspiradores, pues esa fiesta tenía un carácter hipernaconalista y se temía que cualquier alboroto podría desembocar en una indeseada revuelta, cuya primera consecuencia sería la intervención de la guarnición romana y la consiguiente vuelta de turca a la presión de la potencia colonizadora sobre el pueblo judío.
Todos estaban de acuerdo en que la urgencia de actuar pero…¿Cómo hacerlo?
Entonces Caifás tuvo la suerte  de ver cómo Judas se presentó en aquella reunión descascando el problema(iba a escribir que a Caifás le vino Dios a ver, pero no sé si es oportuno).
Judas delante de Caifás. Foto: Xavi Calzada publicada en https://festespopularscat.wordpress.com/category/la-pasion-de-olesa/

Se han gastado garrafas de tinta  para explicar esta traición. Desde luego lo de las 30 monedas de plata que se le ofrecieron (y él admitió) no parece motivo suficiente, entre otras razones porque la cantidad no era de suficiente montante como para acallar una conciencia de algo tan horrible como era la traición al Maestro.
Sin duda tuvo que haber otras razones, empezando por la herida a su amor propio cuando Jesús le reconvino públicamente en el episodio de los ungüentos. Acaso fue la decepción de no oír decir taxativamente a su jefe en el Templo que no, que no era lícito pagar el tributo al césar. Juan afirma de él que era un ladrón y Asimov, siempre creativo, especula con la posibilidad de que fuese un ultranacionalista que estaba en el grupo, si no como un topo si como agente provocador o, al menos, como informador de los zelotes.
Es posible que Judas esperase ver al Señor como el líder que llevaría al pueblo de Palestina a la revuelta y, estando desencantado, pretendiese moverlo hacia la violencia cuando se diese cuenta de que venían a prenderle… Seguramente nunca se sabrán sus motivos, pero sí es verdad que no es infrecuente encontrar analistas que tratan la figura del villano por excelencia con cierta comprensión. Uno de ellos, sorprendentemente, el cardenal Ratzinger, que incluso ve el lado positivo de la traición en el arrepentimiento y posterior suicidio de Judas.
Y también, porque “hay gente pato’o”, se puede encontrar a quien, con peligroso racismo (galileos buenos vs. judíos malos), no se extraña de lo ocurrido siendo Judas el único personaje auténticamente judío en un grupo en el que todos los demás eran galileos.
Así pues, el ofrecimiento que Judas había hecho el sábado a los fariseos de avisarles de cómo y cuándo se podía trincar al Maestro, cristalizaba ahora: el traidor informó a los reunidos de que los llevaría, ya de noche, hasta un punto retirado de la ciudad donde podrían prenderle sin necesidad de publicidad alguna.

© Canel
8 de abril
AÑO 1º de CONFINAMIENTO




[1] El Sanedrín era la máxima autoridad religiosa, judicial y política del pueblo judío.  Lo presidía el Sumo Sacerdote y lo componían 71 miembros, sacerdotes, sabios, escribas, ancianos… que se solían agrupar en dos “partidos”: los fariseos y los saduceos. No se conoce bien su forma de funcionar. A mediados del s. II a. C., esta institución fue liquidada por los romanos.
[2] Caifás, a quien el historiador contemporáneo de los hechos Flavio Josefo llama José Caifás, era el Sumo Sacerdote

¿ DÓNDE ESTABA JESÚS EL MARTES SANTO?


III.- MARTES SANTO
Volvió Jesús a la mañana siguiente a Jerusalén repasando con su gente más cercana el camino que habían andado dos veces el día anterior.
Cuando llegó al Templo se armó un pequeño revuelo porque muchos escribas de la ley, fariseos[1], saduceos[2] y ancianos le asaeteaban a preguntas. Pero pronto llegó una delegación oficial del poder religioso que le inquirió sobre quién le había otorgado a él poder para hacer las cosas que había hecho el día anterior.
La astucia de Jesús quedará patente viendo cómo supo sortear los mordiscos que le querían pegar los chacales fariseos.
-“Muy bien –les dijo- Contestadme vosotros: ¿El bautismo de [san] Juan de dónde era; del Cielo o de los hombres?”
En realidad la respuesta siempre les iba a dejar mal, porque si decían que del Cielo la reacción inmediata sería: “¿Entonces por qué no creísteis en él?”; pero si contestaban que de los hombres se pondrían enfrente a la mayoría del pueblo que siempre había tenido a Juan como un profeta[3]. Respondieron, pues, que no lo sabían, con lo que Jesús les espetó que, de acuerdo, pero que en tanto ellos no contestasen, Él tampoco lo haría.
En el subsiguiente debate dialéctico Jesús los vapuleó mediante parábolas y no solamente eso, sino que les dijo que, a los ojos de Dios, se encontraban cualitativamente por debajo de los publicanos[4] y las fulanas. Así que los fariseos, corridos, se retiraron a pensar en una nueva estrategia para pillarle. Y la encontraron utilizando el mismo sistema que había utilizado Jesús con ellos.

Volvieron a donde se encontraba y le preguntaron sobre la licitud de pagar el tributo a Roma. Jesús se dio cuenta de la trampa, pues si contestaba positivamente perdería su prestigio ante los antirrromanos, pero si contestaba que no, quienes se le echarían encima serían no solo los colaboracionistas, sino también los propios romanos.
La respuesta es de todos conocida pero de difícil exégesis. Jesús pide que le enseñen un denario y el que le muestran tenía, como todos, la efigie de algún poderoso político romano[5]. A la vista de la moneda, que debería llevar acuñada la cara de un césar, pronunció la famosa frase: “Pues dad al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios.”
imagen extraida de: https://nuestrodios.com/al-cesar-lo-que-es-del-cesar/

Lo que Jesús quería decir es que aquella moneda con aquella efigie, no tenía relación con el pueblo judío; ni siquiera estaba permitido dar limosna en el Templo con ella. Lo que hizo fue desplazar el centro de gravedad del problema trasladándolo del mundo de la política al de la religión. Les estaba diciendo que él no hablaba de política; si aquello era del césar pues que se lo llevasen a Roma en buenhora, pero que esto a Él no le afectaba porque el ámbito en que se movía era el de la relación del hombre con Dios.
Es cierto que supo escapar del embroque sin un solo rasguño, pero también es cierto que, siendo su respuesta sin duda alguna una evasiva, transmitió  una sensación de cierta tibieza que desagradó a los zelotes e incluso a alguno de los más nacionalistas de sus discípulos. Ellos hubiesen querido oír algo tan taxativo como: “No. Es absolutamente ilícito”.
Prosiguieron los saduceos haciéndole preguntas, como, por ejemplo, con quién formaría pareja en el Cielo un hombre que se había casado varias veces (porque los saduceos no creían en la en la otra vida) y cuestiones similares. Una salida muy oportuna del Señor y que revela su profundo conocimiento de los textos sagrados, tuvo lugar cuando le plantearon de qué forma explicaba que podría ser Él el Mesías siendo galileo, cuando las Escrituras decían que el Ungido, el Cristo, sería hijo de la casa de David; o sea, de Judea.
Pero Él les citó el salmo 110, cuyo autor era el propio rey David, que dice: “Dijo el Señor [Yahvé] a mi Señor [Cristo]” Entonces –les preguntó- ¿cómo entendéis que David llame Señor a su propio hijo?
Esto puso en retirada a los sacerdotes saduceos con el rabo entre las piernas, pero los fariseos, vista la derrota de sus socios, toman el relevo y le preguntan cuál era el principal Mandamiento de la Ley.
La pregunta dejaba el círculo bastante cerrado porque se movía dentro de la Ley mosaica y la respuesta no era difícil de prever. En realidad, en todas estas preguntas se aprecia que lo que estaban haciendo los sacerdotes eran no solo poner a prueba sus conocimientos, sino que cometiese un error y expresase cualquier idea punible, cualquier blasfemia, para poder utilizarla contra Él. Si no es imposible concebir una pregunta tan simple como la de elegir entre los Diez Mandamientos el principal de ellos.
-Primero –contesta Jesús- amarás a Dios sobre todas las cosas y segundo amarás al prójimo como a ti mismo. Es curiosa esta segunda parte de la respuesta, que solo se puede justificar porque, como he dicho más arriba, la cuestión se circunscribía al ámbito de la Ley.
Amar al prójimo como a uno mismo constituye lo que hoy llamamos “regla de oro de la ética” y la formulan, de uno u otro modo, absolutamente todas las religiones, muchísimas otras corporaciones laicas y la inmensa mayoría de los filósofos. De hecho, el Levítico, que ya por entonces tenía 1.300 años de antigüedad, expresa la idea meridianamente, y siglos más tarde, unas décadas antes de Cristo, el gran ideólogo de los fariseos, Hilel, responde a la petición que le hacen de que emita un resumen de la Torá: “No hagas a tu prójimo lo que no quieres que te hagan a ti; todo lo demás es comentario.” No hará falta recordar que la Torá se componme de 5 libros y que supone más de un 15% del Antiguo Testamento.
Pero lo sorprendente es que esta conversación con los elementos judíos provocadores se produce en martes, cuando el jueves, solo 48 horas más tarde, Jesús va a soltar una de las bombas determinantes de su doctrina. Tal vez lo más decisivo después de su Muerte y Resurrección: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Vamos a reformularlo. “Amad a vuestro prójimo como solo puede amar un Dios”. Naturalmente que esto dejaría en mantillas la respuesta que había dado el martes.
Pero aún añadió más: “Este será el signo distintivo del cristiano”; su exclusividad.
Jesús aprovechaba aquellas horas en el Templo para enseñar a los oyentes los secretos de las Escrituras y explicárselos. Dicen los evangelistas que durante el día enseñaba en el Templo, por la noche paseaba por el Monte de los Olivos y luego dormía en Betania.





[1] [1] Los fariseos suponían el grupo religioso dominante (en número), en Palestina. Muchas de sus creencias eran comunes con el cristianismo, por lo que hay autores que creen que la familia de san José seguía la observancia farisea. Su característica era que lo primordial era el cumplimiento de las 613 normas que se habían dado. Esto les hacía odiosos a los ojos de Jesús, porque entre ellos se valoraban no por sus cualidades humanas o religiosas, sino por el grado de cumplimiento de la normativa., lo que suponía un monumento a la hipocresía.
[2] En aquel momento el Sumo sacerdote y los principales sacerdotes del judaísmo era saduceos.
[3] En realidad, Jesús les había planteado a los saduceos una “trampa saducea”, que es aquella pregunta en la que, se conteste lo que se conteste, el que responde siempre sale perjudicado. Un poco más adelante ellos le devolverán la moneda. La expresión “trampa saducea” viene de aquí aunque, como se ve, el primero que la usó fue Jesús.
[4] Los publicanos eran cobradores de impuestos que obtenían de Roma una concesión quinquenal que conseguían por una subasta pública. Por lo tanto, apretaban al pueblo para sacar el mayor beneficio posible a lo que pagaron por poder ser recaudadores. Además, eran necesariamente colaboracionistas con los romanos. Todo ello hacía que los judíos los despreciasen.
[5] Había varios tipos de denarios en circulación; no se puede saber cuál fue el que le presentaron.