jueves, 19 de septiembre de 2013

EL CAPITÁN “MANO DE PLATA” Y SU HIJO


El 3 de enero de 1910, la reina Victoria Eugenia, esposa de Alfonso XIII, escuchaba entre lágrimas lo que le contaba Concepción López Martínez, viuda del capitán Antonio Ripoll Sauvalle, apodado “Mano de Plata”
La historia de este militar es absolutamente heroica. Sale de alférez de la Academia Militar y marcha voluntario a Filipinas donde manda una sección indígena. Asciende a teniente por méritos de guerra y en 1898 lucha contra los yanquis. Cae herido en las piernas y en la mano izquierda, y regresa a España con un grado más (ya es capitán) y una mano menos, pues debió serle amputada a la altura del antebrazo. Tenía 18 años.
Debía Ripoll pasar al Cuerpo de Mutilados, pero se empeñó en evitarlo solicitando a la reina María Cristina licencia para permanecer en infantería. La Regente se la concedió y, además, le regaló una mano de aluminio que se fijaba a su muñón y que sería la razón de su apodo de “Mano de Plata”.
En 1909, al iniciarse el conflicto marroquí, Ripoll solicitó destino en el Protectorado. El 30 de septiembre su unidad quedó en primera línea protegiendo una retirada cerca de Zeluan. Viéndose tiroteado desde una posición elevada, avanzó a la bayoneta con su compañía hacia ella en lugar de replegarse; recibió un tiro en el pecho pero continuó avanzando hasta que recibió otro tiro en el vientre y un tercero en la cabeza.
Sus hombres no pudieron retirar su cadáver hasta que, cuarenta y cuatro días después, pudo ser localizado por moros de su unidad que recibieron 100 duros de gratificación. El cuerpo era inconfundible por la amputación de su brazo cuyo muñón, además, en esta ocasión era bien visible porque los moros se habían llevado la prótesis, probablemente pensando que en efecto era plata.
Se le dio sepultura en el panteón de los héroes de Melilla y la mano de aluminio fue recuperada cuando se firmó la paz con Abd el Kader. El 6 de octubre siguiente se le ascendió a título póstumo a comandante y en junio de 1911 se le concedió la Cruz Laureada de San Fernando.
Pero Victoria Eugenia no lloraba por esta historia que, al fin y al cabo, no era sino otro drama más de los muchos que florecen en tiempos de guerra. Lo que hacía sollozar a la egregia dama era que la viuda le contaba que, al marchar su marido a África, ella quedó embarazada y que la muerte de Antonio le fue ocultada porque estaba para dar a luz al mes siguiente. Le contó también que un día, la sirvienta de la casa trajo del mercado algo que venía envuelto en una hoja de un periódico… ¡en el que se narraba la heroica muerte de su esposo! Más melodrama no se puede pedir.
El hijo póstumo de Antonio Ripoll, Luis, también tuvo su historia. Siendo teniente el 14 de abril de 1936, celebrándose en Ceuta el 5º aniversario de la proclamación de la República, tuvo que desfilar con su sección para cerrar los actos. Al pasar ante la tribuna de autoridades debía gritar ¡Vista a la derecha! y ¡Viva la República! Bueno, pues el tío lo que gritó fue ¡Viva el rey! Naturalmente pasó arrestado, aunque él se defendió diciendo que no quiso decir eso pero que se equivocó (lo que es más que dudoso porque ya llevábamos cinco años sin rey); nunca sabremos si era cierto.
Luis salió tan heroico como su padre. Al empezar la Guerra Civil, agregado al Tercio, pasó a la Península el 5 de agosto de 1936. Sólo 6 días después ya se había ganado la Laureada al atravesar la plaza de Almendralejo (Badajoz) bajo un intenso fuego enemigo y volar la escalera de la torre de una iglesia, desde cuyo campanario disparaban a sus hombres impunemente. Al mes siguiente le hirieron en los combates cerca de Toledo; le curaron, se recuperó, volvió al frente y el 12 de febrero de 1937 recibió un tiro en Pinto (Madrid) y palmó.
Padre e hijo laureados. Aunque no es un caso único, no es muy habitual.

domingo, 15 de septiembre de 2013

LA SUPERFICIALIDAD DE ALFONSO XIII

Alfonso XIII era un gran aficionado al cine y conocía a muchos actores norteamericanos con los que había coincidido en Cannes, Niza, Montecarlo y otros centro europeos de ocio.

En cierta ocasión, siendo ya ex - rey, encontrándose en Hollywood en casa de su amigo el actor Douglas Fairbanks, éste se ofreció a presentarle al artista de cine que él prefiriese.

Alfonso dijo querer conocer al cómico Roscoe C. “Fatty” Arbuckle. No era mala la elección real pues “Fatty” no era un cualquiera; además de ser el actor mejor pagado de su época, había colaborado con Chaplin y con Buster Keaton fichando, incluso, a este último para su propia productora.

Pero Fairbanks le contestó que esa presentación iba a ser muy difícil, haciendo referencia a que, tras haber causado la muerte de una chica del mundo de la farándula hollywoodiense, al violarla con una botella de champán durante una orgía, “Fatty”, aunque había podido eludir la cárcel, había caído en desgracia y, de hecho, había desaparecido de la vida social.

La reacción de S. M. no pudo ser más frívola.

-         ¡Pues qué injusticia, porque eso le puede ocurrir a cualquiera!

Anita Loos, guionista de la Metro-Goldwin-Mayer y exitosa autora de la novela “Los caballeros las prefieren rubias”, fue testigo presencial de este episodio y lo relata en sus memorias, publicadas en España bajo el título “Adiós a Hollywood con un beso” (Tusquets1988).

La literata, por el mal gusto que el rey exhibió con este comentario, se convirtió en no exactamente una fan del Borbón.

martes, 10 de septiembre de 2013

LAS “CASAS A LA MALICIA”


Cuando Felipe II convierte a Madrid en sede de su corte (1561), topa con el problema de dar alojamiento a los funcionarios, embajadores y  visitantes (muchos de ellos con sus séquitos y sus correspondientes familias), que la habitan. Todos deberían caber en un “poblachón manchego” que, para la fecha en la que adquirió su capitalidad, tenía sólo unas 2.500 casas.
En realidad el problema era antiguo, pues hasta Carlos I, cuando la corte era itinerante y no existía una capital del reino, todo el mundo debía ceder la mitad de su vivienda, a la llegada del rey, para las necesidades de la corona. Esto, aunque incómodo, afectaba poco a los habitantes de las ciudades a donde había llegado su alteza porque, precisamente por su carácter itinerante, la ocupación de las viviendas por los cortesanos era bastante efímera, ya que antes o después, todos seguirían su camino.
El frente legal de aquellas “okupaciones” se sistematizaba a través de una “Regalía de aposento” que había nacido en 1341, en tiempos de Alfonso XI. Su control físico dependía de una Junta de Aposentadores que inspeccionaba las casas y determinaba cuáles eran útiles y qué espacio debía quedar a disposición de la corona.
Aunque en principio los madrileños aceptaron gustosos esta incomodidad a cambio de ser la sede de la Corte, pronto aquello se reveló como una importante molestia. Fue entonces cuando los habitantes de la nueva capital exhibieron su ingenio.
Como algunas casas estaban exentas de cumplir con la norma por sus dimensiones, por su distribución o por otras razones, los habitantes del “poblachón” empezaron a diseñar sus casas con distribuciones disparatadas de manera que el inspector enviado por la Junta, el “aposentador de Casa y Corte”, considerase la vivienda como inútil para albergar a alguien de importancia.
Otra astucia muy curiosa era la de quienes diseñaban la fachada de su casa de manera que, vista desde el exterior, pareciese que lo construido era pequeño y no tenía más que una planta. Luego, una vez dentro, se podía apreciar que aunque había pocas ventanas a la fachada principal, la casa estaba dividida en dos o tres alturas y conseguía toda la luminosidad natural por patios interiores (eran casas bajas) y por el corral que solían tener en la parte posterior.
Un buen truco consistía en comprar la casa contigua y, en una de las fachadas, condenar todas las puertas y ventanas que daban al exterior, aunque por dentro se comunicaban las dos viviendas.
Estos edificios eran los que en Madrid se llamaban “Casas a la Malicia”. Los propietarios los construían maliciosamente esperando que los aposentadores reales pasasen por delante de ellos considerándolos inadecuados para alojamiento.
Sin embargo, una vez descubierto, el camastrón debía o bien ceder a la Junta la mitad legal o, si ello fuese imposible por carecer de los requisitos mínimos para ser utilizadas como aposentos, debían abonar una tasa económica en sustitución de su servidumbre al rey; su montante oscilaba entre la tercera parte y la mitad del precio que se obtendría por ese inmueble en el  mercado de alquiler.
De todas maneras, como solía pasar con la abstrusa administración de los Austrias, alrededor de este problema se producían muchas circunstancias: había casas que, por privilegio real no se utilizaban como aposento; otras se eximían de esa obligación “comprando su libertad” al rey; a veces el liberado no era el inmueble, sino el propietario, cuyos inmuebles estaban liberados de la “carga de aposentos” mientras fuesen de su propiedad…
En los casos el en que el dueño del inmueble no podía apechugar con el pago de la tasa, la Junta podía expropiar el inmueble aunque, habitualmente, pactaba con el deudor alguna fórmula menos rigurosa.
La Carga de Aposento estuvo en vigor hasta el siglo XVIII y, probablemente, el más famoso de los aposentadores de Casa y Corte fuese Diego Velázquez da Silva.

martes, 3 de septiembre de 2013

PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO




Durante siglos, en la misa dominical en cuya proclamación del Evangelio tocaba leer el texto de San Lucas conocido como la “Parábola del Hijo Pródigo” (Lc 15, 11-32) los curas, sobre todo los de los pueblos, dedicaban la inmediata homilía a hablar de diversos asuntos, pero sin entrar a comentar la parábola. El pueblo se dio cuenta y en muchas zonas de España se llamó a ese día el “domingo de caridad”, que era el asunto que solían elegir los presbíteros para abstenerse de dar demasiadas explicaciones sobre un texto cuando menos controvertido.
Este pasaje tiene. En concreto, 21 versículos de los que 9 se dedican a la vida de crápula del chico, otros 4 al festejo que el padre organizó y 7 al enfado del hijo leal (hay uno más, que es sólo literario). Esto parecería indicarnos que el nombre de “Hijo Pródigo” es el adecuado.
Pero la glosa no es difícil de entender. Jesús no dice que el padre de los dos hijos sea justo, sino que es bueno; que perdona y que se lleva una alegría cuando alguien rectifica y vuelve a casa.
El padre de la parábola no quita nada al hijo leal, pero no tiene más remedio (¡¿Quién no lo haría?!) de alegrarse al ver cómo el hijo vividor se arrepiente y vuelve a formar parte del grupo familiar. El texto no alaba al hijo crápula ni critica al formal por enfurruñarse; el núcleo del mensaje está en la actitud del padre, no de los hijos.
Es curioso que haya tantas dudas con respecto a lo correcto de esta parábola, pues en los versículos inmediatamente anteriores Jesús se pregunta en voz alta si un pastor que tiene 100 ovejas y pierde una, no deja a todas reunidas en el desierto y se va a buscar la que falta, festejando con sus amigos el haberla encontrado (Lc 15, 4-6).
Igualmente menciona a la mujer que teniendo10 dracmas pierde uno y, la pobre, barre la casa hasta que lo encuentra y entonces lo celebra con sus amigas (Lc 15 8-9).
Así pues, el mensaje de Jesús envuelto en estas 3 parábolas es definitivo y directo y San Lucas lo explaya  de forma meridiana: “Os digo que, del mismo modo,  habrá alegría entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se arrepienta” (Lc 15, 10).
Yo creo que si en vez de llamarse la “Parábola del hijo pródigo” se llamase la “Parábola del padre del hijo pródigo”, todo estaría bastante más claro.

lunes, 2 de septiembre de 2013

AMADEO DE SABOYA Y MANUEL DEL PALACIO


Don Manuel de Palacio (1831-1906) fue un escritor español que se especializó en poesía chusca y burlona, muy de moda en la España de  finales del siglo XIX. En 1892 fue elegido académico de la Real de la Lengua y en1897 fue deportado por causa de alguna de estas sátiras.
Cierta vez llegó a oídos de D. Manuel que Su Majestad D. Amadeo de Saboya, se interesaba por su obra. Como el escritor todo lo hacía en broma, se le ocurrió enviar al monarca un cuaderno en cuyas páginas iban pegados, con engrudo, unos cuantos recortes de periódicos con artículos y versos suyos publicados en la prensa. En la primera página, escrito de su puño y letra, aparecía el título: “Obras completas de Manuel del Palacio”.
El rey, obviando lo insultante que pudiera tener ese trato tan tosco, le envió otro cuaderno cuya dedicatoria decía: “A mi admirado amigo, por sus Obras Completas. Amadeo”; pero en este caso, lo que iba pegado con engrudo en las páginas interiores eran billetes de banco de curso legal.
En cuanto el escritor dio aire al dinero recibido, volvió a intentar la operación que, de forma inesperada, tan enriquecedor final había tenido para él, de forma que envió al soberano un nuevo cuaderno con más recortes de poesías y artículos. Ahora el título de la primera página era un poco diferente: “Obras Completas de Manuel del Palacio. 2º tomo”.
Al poco tiempo recibió D. Manuel un sobre remitido por el monarca. Contenía un nuevo cuaderno con otro puñado de billetes pegados con engrudo a sus páginas. En este caso también difería un poco la dedicatoria. Ahora decía: “A mi admirado amigo por el 2º y último tomo de sus Obras Completas”.