martes, 22 de diciembre de 2015

CUENTO DE NAVIDAD


  • Estaba ya con el cuchillo de cocina levantado para clavárselo por la espalda
    a su marido que, por cierto, era el tercero de los que había tenido en su vida
    (no cuchillo, claro, que de esos había tenido más, sino marido), cuando oyó
    que el presunto futuro cadáver le decía:
    -Amor mío. Ya casi estamos en Navidad. Vamos a poner juntos el
    nacimientito, que para uno es mucho trabajo pero si lo hacemos los dos
    juntitos ya verás qué divertido lo pasamos y que bonito es.
    Luisa sería una asesina, no digo yo que no, pero también digo que tenía sus
    debilidades y, claro, después de una cosa tan tierna como la que acababa de
    oír, no era cuestión de dar mulé a otro marido más. A que decidió que
    intentaría de nuevo finiquitar a su esposo cuando pasasen aquellos
    emotivos momentos.
    Porque Luisa, la muy bestia, ya había pasaportado a su primer marido
    aserrándole el tronco corpóreo a la altura del abdomen, y a su segundo
    extirpándole todas las orejas, una a una, hasta que él hombre feneció y la
    autopsia no supo decir (también es verdad que se la practicó un camillero
    del 112) si había muerto exangüe o debido a un colapso neuronal causado
    por un intensísimo dolor en sus pabellones auditivos.
    La cuestión es que entre ponte bien y estate quieto, él salió indemne de
    aquellas fiestas navideñas y ella bastante frustrada al comprobar que cada
    vez que iba a matar a su marido él la sorprendía con una terneza que hacía
    que se le pasasen las ganas de asesinarlo.
    Poco a poco, con el tiempo, él fue reconduciendo las ansias criminales de
    su señora esposa y ella, en efecto, también poco a poco, mitigándolas. Todo
    parecía indicar que Lorenzo se había hecho con aquella especie de arpía
    asesina. Además, todos los 15 de diciembre ponían juntos el belén y él,
    mientras colocaban pastorcitos, ovejitas o ríos confeccionados con los
    envoltorios de papel de aluminio de las tabletas de media libra de
    chocolates Clavileño, le contaba hermosas historiasblicas que aunque no
    tuviesen mucho que ver con el nacimiento del Niño Jesús, aplacaban los
    ánimos homicidas de su mujer.
  • Habían pasado varios años desde el incidente del cuchillo de cocina
    cuando, una nochebuena, estando juntos tomados por la cintura (lo que en
    el caso de él tenía bastante mérito porque Luisa, no obstante constreñir su
    cuerpo con una faja Soras color carne, era digamos que de amplia
    circunferencia), observando el nacimiento que habían instalado unos días
    antes, vino a desprenderse de su ubicación sobre las montañas de corcho
    uno de los soldados de Herodes. Viólo Lorenzo, y abalanzóse hacia él con
    ánimo de evitar que cayese al suelo y se rompiese, pero lo hizo con tan
    mala fortuna que en su violento movimiento dio un golpe a una lavandera
    que salió despedida por el aire. Sé que cuesta creerlo, pero la fatalidad hizo
    que cayese dentro de la boca de Luisa que, sin darse cuenta, se tragó la
    figurita quedándosele atravesada en la glotis, por cuyo causa, la pobre
    desgraciada entregó, al poco, asfixiada, y teñido su rostro con un pintoresco
    color cian, allí mismo su pecador espíritu.
    Y no paró ahí el drama, porque que en su acción para salvar al soldado de
    Herodes, Lorenzo se golpeó en la sien con un posadero quedando allí, él y
    el posadero, también occisos sobre el pavimento (Aunque debe admitirse
    que lo del posadero parece a primera vista menos grave).
    Llegó asustada por el ruido la interina que, al ver tanto fiambre patas arriba,
    aínas llamó al SAMUR, cuyo personal se encargó de enviar los cuerpos de
    Luisa y Lorenzo a la morgue mientras la fámula, por su parte, se encargaba
    de enviar al quebrantado posadero a la basura, para, poco después, iniciar
    un tierno romance con el conductor de la ambulancia que, a los 4 meses,
    devino en apresurado connubio (Quien devino fue el romance, no el
    conductor; que todo lo tengo que explicar).
    Así, sin comerlo ni beberlo ambos esposos se encontraron ante el tribunal
    de San Pedro que habría de decidir si la pareja, la mitad de ella o ninguno
    de sus miembros pasaría directamente al Edén u, otramente, debería penar
    sus culpas terrenales ora en el purgatorio ora en el infierno.
    Nada más ver San Pedro llegar la empecatada alma de Luisa se puso hasta
    rojo de indignación y con fieros ademanes (e incluso algún que otro
    empujoncito) ordenó su remisión al orco en que reinan Luzbel y Belial.
    Pero Lorenzo protestó con viveza e, interrumpiendo la agresiva actitud de
    San Pedro, le dijo que no le parecía justo que ese fuese el salario que se le
  • abonaba en el Cielo por todo el tiempo que él había dedicado a reconvertir
    a la doblemente parricida en virtuosa dama y que, si este era el final de sus
    esfuerzos, que le hubiesen avisado antes porque si lo llega a saber la
    hubiese dejado tranquila asesinando maridos por cualquier esquina día
    día no.
    Un poquito elevando el tono, acaso olvidando el reconocido prestigio del
    altísimo tribunal que entendía en el caso, espetó a San Pedro que aquello
    era notoriamente injusto para él y que hacía suya la opinión que sobre la
    Justicia explayó en su día el alcalde jerezano Pedro Pacheco.
    Lo cierto es que aquel planteamiento desconcertó a San Pedro. Era
    indiscutible que la aplicación estricta de la ley castigaría a la culpable, sí,
    pero además perjudicaría a un inocente ¿Qué hacer?
    1
    Simón Pedro consultó
    con su colega (colega en la santidad, que no en la profesión) Alfonso María
    de Ligorio que, no por sus conocimientos (era solo abogado, nunca llegó a
    juez), sino porque acababa de ver la película de Frank Capra ¡Qué bello es
    vivir!, aconsejó al jefe de los santos el que los reenviase a la tierra y les
    diese una nueva oportunidad.
    Así lo sentenció San Pedro y al día siguiente, ya de Navidad, los devolvió
    felizmente a la vida de acá.
    Aunque, como digo, esto ocurría un 25 de diciembre, lamentablemente para
    el lector ávido de sentimentalismo navideño no nevaba tras los cristales
    como suele ocurrir en estos cuentos, porque estos hechos se producían en
    Valencia, donde no suele nevar, como lo demuestra el hecho
    incontrovertible de que la música que llegaba desde la calle no era ni
    Jingle bell ni Everybody loves somebody sometime”, sino “Paquito el
    chocolatero”.
    FIN
    Si estás leyendo estas líneas es que te tengo en mi lista de gente a la que
    quiero. Por eso, como todos los años, te envío un cuento de navidad para
    desearte que pases unas felices fiestas conmemorativas del nacimiento del
    Niño Jesús y, ya de paso, hacerte llegar mis mejores deseos para el año
    1
    San Pedro era pescador, no juez. Aquí el lector atento puede observar cómo el nombramiento de jueces
    absolutamente ignaros en cuestiones forense, no es de hoy, sino que se viene practicando desde hace
    muchos siglos y por gente tan lista como el mismísimo Dios.
  • 2016. El día 24, cuando rece delante del portal, incluiré tu nombre (aunque
    no tengo muy claro si Dios me hace demasiado caso, tal vez porque no me
    lo merezca).
    Mil felicidades; Canel.
    P.S. El 7 de enero, estando Luisa y Lorenzo amorosamente (si si,
    amorosamente; ya ya) abrazados, ella echó su mano hacia atrás y
    extrayendo arteramente de su Soras color carne un fino estilete que solía
    llevar siempre dispuesto por si tenía necesidad de asesinar a algún marido,
    se lo clavó en la espalda a Lorenzo dándole, al fin, mulé. Ni por qué te
    cuento esto, porque, como digo, ya era 7 de enero y, por la fecha, ya no
    puede formar parte del cuento de navidad