lunes, 17 de octubre de 2016

EL “INCIDENTE DE CARABANCHEL” de Julio Mangada Rosenörn


El teniente coronel de infantería , nacido en Cuba en 1877, protagonizó el 27 de junio de 1932 el conocido como “incidente de Carabanchel”. En un acto oficial, tras hablar los generales Villegas y Caballero en contra del gobierno y con acerbas críticas al estatuto catalán, tomó la palabra el general Goded, compañero de promoción de Mangada (ambos se odiaban). Este último orador terminó su discurso con un “¡Viva España y nada más!”, lo que era distorsionar, a todas luces adrede, el reglamentario “¡Viva España y viva la República!”
Mangada había ascendido a teniente coronel en 1929. Cuando empezó la Guerra Civil era un militar de prestigio entre sus compañeros más izquierdistas. Reunía todas las características del intelectual anarquista de principios de siglo; era vegetariano, nudista, esperantista (dominaba el esperanto tan correctamente que publicó 8 libros en ese idioma, alguno de ellos de poesía), teósofo, masón, miembro de la U.M.R.A. (Unión de Militares Republicana Antifascista)…
Fue defensor de alguno de los máximos responsables de la Huelga General de 1917 (que arrojó un atroz saldo de 70 muertos, 200 heridos y 2.000 detenidos). Chocó con frecuencia con el mando, por ejemplo, por  pretender hablar en sedes de partidos políticos o en el Ateneo, o por apoyar la sindicación de los cabos de la guarnición de Madrid. Participó, desde luego, en lo que se conoce como “Sublevación de Jaca” de 1930, prorrepublicana, actuando como enlace de los rebeldes y los cuarteles de Madrid.
En fin, que era un militar de izquierdas de cuerpo entero, aunque tal vez un poco chapado a la antigua.
Bueno, pues cuando Mangada, que ya durante los discursos de Villegas y de Caballero había mostrado su disconformidad con ostensibles gestos de desaprobación, oyó a Goded decir eso de “¡Viva España y nada más!”, decidió permanecer sentado y en silencio sin contestar con el preceptivo ¡Viva!
Goded se lo recriminó, pero Mangada le respondió agresivamente. Al oírle el general Villegas ordena su arresto y entonces, en una reacción entre histérica y pueril, el teniente coronel se quita la guerrera y la pisotea.
El “tribunal” de Julio Mangada en la Casa de Campo de Madrid
Azaña (que además de ser presidente del gobierno mantenía la cartera de Guerra) relata el episodio en sus memorias y se puede observar en ellas que los hechos le tenían desconcertado, pero destituye de sus cargos a los tres generales y procesa al teniente coronel por atentado al honor militar e insulto a superior. Sin embargo, tras 14 meses de proceso Mangada sale absuelto.

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Este es en esencia el “incidente de Carabanchel”, pero la personalidad de Mangada es sorprendente. Azaña, que tenía una pluma como la lengua de un áspid, habla de él en sus “Memorias políticas y Diario de Guerra” con saña sangrienta.
Por lo demás, durante la Guerra, el teniente coronel tuvo un comportamiento gris. Empezó brillantemente en el frente de la vertiente abulense de la sierra de Guadarrama derrotando en Navalperal de Pinares a la Columna Doval (el líder falangista Onésimo Redondo cayó muerto ante una de sus patrullas), pero Mangada fue incapaz de explotar el éxito inicial y se volvió a Madrid. En la capital es paseado a hombros, como un torero, por la Puerta del Sol. Alguien le pone un fajín encontrado en algún registro y se le nombra "general del pueblo". El ministro de la Guerra, sobrepasado por la decisión popular, se vio obligado a ascenderle a coronel.
Poco después instala, motu proprio, un tribunal popular en la Casa de Campo de Madrid donde juzga sumariamente y sin garantías procesales a algunos militares rebeldes que son, inmediatamente, pasados por las armas.
Fracasa más tarde, abandonada ya su actividad “judicial” y retomada la militar, en Talavera de la Reina (por entonces Talavera de Tajo) en octubre de 1936 y ya, prácticamente, desparece de las acciones bélicas pasando a cargos administrativos en el ejército republicano.

Al final de la Guerra escapa a Argel en el buque de bandera británica Stanbrook y, desde allí, gracias a un pasaporte cubano que le consigue una organización esperantista, consigue llegar a México, en cuya capital federal muere en 1946.