Vivo
en Majadahonda (Madrid) y tengo como segunda residencia por prescripción
conyugal Lepe (Huelva).
Admiro
a los leperos por mantener intactos sus “Zampuzos” (tabernas muy antiguas) y
por haber sido capaces de hacer “bailar” dos pasos de semana santa al mismo
tiempo, cada uno atronando con su propia banda y dentro de una misma iglesia,
ante la imposibilidad de procesionar en el exterior por la lluvia. Una de las
cofradías es la del “Cristo de la cajita”, donde el paso representa a un
Jesucristo yacente, en un ataúd de cristal.
Este
templo, se encuentra bajo la advocación de la Virgen de Bella patrona del lugar;
y fijándonos en la trasera de su manto, podemos ver una especie de gran camafeo
de plata y esmalte, con la corona de la casa real de los Tudor.
Otro
motivo más de admiración, pues resulta que Inglaterra tuvo un rey llamado Juan
de Lepe.
Este
personaje de mediados del XV, marino ingenioso y dicharachero, recaló un buen
día en las costas inglesas, entrando en contacto con Enrique VII (nadie explica
cómo o en qué idioma), que siendo de carácter tímido y melancólico, quedó
inmediatamente prendado de esta natural afabilidad, convirtiéndole desde ese
momento en su compañero, bufón y consejero inseparable.
En
una aburrida tarde de lluvia, en que solían entretenerse jugando cartas,
Enrique VII le propuso a Juan una fuerte apuesta: si ganaba sería rey por un
día. Jugaron, ganó Juan, fue monarca y decretó que le hiciesen llegar todos los
tributos y rentas del reino de ese día.
Pasaron
aún varios años hasta que, tras la muerte del monarca en 1.509, vino a morir a
su pueblo, trayendo el camafeo mencionado y la fortuna que le permitió ser
enterrado en el monasterio franciscano de Nuestra Señora de Bella, hoy
desaparecido.
De
todo ello da fe el general de la orden Fray Francisco de Gonzaga, en su obra “De origine seraphicae religionis
franciscanae eiusque progressibus” (Roma 1.587)
Autor:
Javier García Ibáñez “Elgarci”