lunes, 21 de octubre de 2013

PALACIOS ANTE SU PALACIO


Antonio Palacios Ramilo, que había nacido en Porriño en 1876, acabó su carrera de arquitectura en la escuela de Madrid en diciembre de 1900. En aquella promoción terminaron con él algunos de los mejores arquitectos españoles de la primera mitad del siglo XX: Manuel de Cárdenas, Joaquín Otamendi, Luis Sainz de los Terrenos, Secundino Zuazo, etc.
La obra que más fama dio a Palacios fue el proyecto y construcción, realizados a medias con Otamendi, en la madrileña plaza de Cibeles, de lo que luego se llamó “Palacio de Comunicaciones”. Se inauguró en 1919 con el pomposo nombre de “Catedral de las Comunicaciones” (“Nuestra Señora de las Comunicaciones” para el castizo) y estaba pensada para integrar en un solo edificio los servicios de teléfonos, correos y telégrafos.
Pero evolucionada de forma inverosímil la telefonía, automatizado el tráfico postal y casi desaparecido el telegrama, el edificio se quedó grande para el uso para el que fue concebido; así que se decidió variar su utilidad pasando a ser sede del ayuntamiento de la capital de España desde 2011.
Por los años 40 del siglo XX, paseaba un día D. Manuel de Cárdenas por la plaza de la Cibeles cuando se encontró con Palacios que contemplaba meditabundo su tan alabada obra. El edificio, milagrosamente, había quedado casi indemne tras la contienda; algunos impactos en la fachada, que aún hoy se pueden apreciar, recibidos durante la sublevación de Casado en marzo de 1939, no conseguían afear el conjunto.
Se saludaron efusivamente pues no se habían visto desde antes de la guerra, ya que cada uno la había pasado en un bando. Viéndole apesadumbrado Cárdenas se interesó por la razón de la mohína su colega.
-Mire D. Manuel –contestó Palacios- Me voy a sincerar con usted. Estoy aquí lamentando que durante la guerra no haya caído una bomba en ese edificio –y señalaba con el dedo a “su” Palacio de Comunicaciones- con lo que se hubiese evitado que ese mamarracho pasase a la posteridad.
Menos de 5 años después de este episodio Antonio Palacios murió. Se fue al otro mundo sin saber que su “mamarracho” es, hoy en día, junto con el Palacio Real y la Casa de la Panadería, el edificio madrileño más fotografiado por los visitantes de la Villa y Corte (Yo, por si a alguien le interesa, estoy más con Palacios que con los fotógrafos).

jueves, 3 de octubre de 2013

LOS "PLOMOS DEL SACROMONTE"


En 1588, al derribarse una antigua mezquita para ampliar la catedral de Granada, apareció una caja de plomo enterrada en la que se encontró una lámina del mismo material, con letras y signos grabados, que supone el origen de los llamados “Plomos del Sacromonte”.

Siete años después se encontró, cerca del Generalife, otra lámina de plomo muy similar a la anterior. Era redonda, como de 10 cm de diámetro y con un texto grabado en latín y en un extraño árabe que describía el martirio de dos discípulos de Santiago. Lo encontrado daba pistas para localizar un tercer “plomo” y este un cuarto y así sucesivamente, de forma que aparecieron por todo Granada, especialmente en lo que hoy es el Sacromonte (hasta entonces se llamaba Valparaíso), hasta 22 unidades.

Los textos, a los que se consideró un evangelio dictado por la Virgen… ¡en árabe! para que fuese difundido en España (¡un evangelio sólo para españoles!), afirmaban que cuando llegó Santiago a Hispania, no encontró iberos ni celtas, no; los habitantes de la península eran ya árabes. No musulmanes, lo que era imposible, sino árabes.
Si esto era cierto se creaban dos problemas. Uno, se demolía la teoría ortodoxa sobre la conversión de España. Otro, exigía reconsiderar el concepto de “cristiano viejo”, pues ahora, cuanto más añejo fuese el español sería más árabe; los españoles “más viejos” serían los árabes. Además, en pleno conflicto de los moriscos, sería de alabar el hecho, ahora castigado,  de que se convirtiesen al cristianismo sólo simuladamente.
Increíblemente, las investigaciones encargadas por reyes, obispos y teólogos concluyeron que los textos eran auténticos. Pero en 1641, Urbano VIII solicitó los plomos originales para el Vaticano y, tras estudiarlos, pidió prudencia y prohibió a la jerarquía pronunciarse en ningún sentido.
Por fin, en 1682 (la superchería había durado casi un siglo), Inocencio XI termina condenando los “plomos” y declarándolos falsos y heréticos, aunque, sorprendentemente, unos restos óseos aparecidos en la primera de las cajas se consideraron auténticas reliquias de santos.
Hoy en día se consideran los “plomos” como una mixtificación perpetrada por los propios moriscos que intentaban, de forma tan burda, evitar su previsible expulsión de España.
Good try.