Carlos I de España y V
de Alemania, llevaba en su séquito a un ingeniero conocido por la Historia como
Juanelo Turriano o, simplemente, Juanelo.
Este técnico, entre
muchos inventos, ideó un sistema para subir el agua desde el Tajo a la ciudad.
No está claro cómo funcionaba el sistema, que se conoce como el “artificio de
Juanelo”, aunque, probablemente, se trataría de un tornillo “sinfín” movido con
la fuerza de la corriente del río. Turriano construyó en Toledo dos de estos
artificios; uno de ellos se instaló en el Alcázar (y nunca lo cobró) y el otro
en algún otro punto de la ciudad a costa del municipio.
Como era aparejador de la Catedral, nuestro hombre
tenía derecho a una ración diaria de pan, carne y sal. Pero había un problema;
trabajaba en la orilla del río con los artificios y, sin embargo, debía ir a
retirar su pensión alimenticia diaria al Palacio Arzobispal, con lo que perdía
mucho tiempo.
Pues bien; fabricó un
autómata de madera que “sabía” hacer el recorrido entre su casa y el Palacio
Arzobispal y vuelta, de manera que o él o el ama que tenía de servicio, ponían
al robot en la puerta de la vivienda y, para pasmo de propios y extraños que
venían incluso desde poblaciones lejanas para ver el espectáculo, salía andando
sin ayuda hasta las dependencias de la catedral con un zurrón en el que los
encargados de la intendencia diocesana echaban la ración que correspondía a
Juanelo. Luego el autómata se daba la vuelta y regresaba al punto de partida.
Los toledanos, que
llamaban al muñeco Don Antonio, en homenaje a este casi milagro (estamos a
mediados del siglo XVI), llamaron a la calle que recorría el maniquí andante,
calle del Hombre de Palo (hombre de madera) y aún hoy subsiste en la Ciudad
Imperial con ese nombre.
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