jueves, 9 de abril de 2020

¿ DÓNDE ESTABA JESÚS EL DOMINGO DE RAMOS?


I.- DOMINGO DE RAMOS
El sábado anterior a su pasión y muerte, 8 del mes de nisán (28 de marzo), Jesús llegó a Betania y se instaló en casa de sus amigos Lázaro (Simón el leproso como le llama Renan), Marta y María. Había llegado andando, claro, junto a sus doce apóstoles, desde el monte Hermón, como a unos 120 km al norte de la capital del reino judío,
Allí en Betania fijó Jesús su “cuartel general”, de forma que los siguientes 4 días, hasta que los romanos le echaron mano en el Huerto de los Olivos, al terminar sus actividades en Jerusalén se volvía a dormir a casa de sus amigos, que no distaba más allá de 4 km.
En la casa de Lázaro tuvo lugar un episodio, en principio banal, pero que más adelante veremos que tal vez tuvo consecuencias decisivas. El anfitrión había organizado una comida bastante concurrida y, durante ella, María ungió los pies del  Señor con unas bastante caras cremas aromáticas, mostrando así su total sumisión al Maestro. Luego, arrodillada, le secó con sus propios cabellos. Pero el elevado precio de los ungüentos  que María usó motivó el que algunos de los presentes mopstrasen su desagrado por tan desmesurado gasto en algo a todas luces superfluo. Y, naturalmente, a la cabeza de los descontentos estaba el cajero del grupo, el encargado de llevar la baca, recaudar las donaciones, pagar los gastos y dar las limosnas: Judá el nacido en Kerioth (Judas Iscariote), que era el quien mejor conocía el estado de las finanzas y que estimaba que el importe gastado por María en cremas para el rabí, hubiese sido más útil si lo donado a la tesorería comunitaria.
Pero Jesús, en cuyos planes estaba el hacer valer en los días previos a su muerte su imperium, recriminó a los disidentes su ruin actitud, aunque tal vez lo hiciese de forma algo cortante cortante.
El domingo 9 de nisán Jesús se dirigió a Jerusalén. Parece que no tenía un plan especial. Simplemente, en línea con su proyectos para estos últimos días, quería ser digamos que “entronizado”, como cualquier rey que llega a tomar posesión de su cetro, en la capital política y religiosa del reino para dejar constancia de su real autoridad. Encargó a sus hombres que le consiguieran un borrico y ellos, siguiendo sus precisas instrucciones, le trajeron uno que jamás había sido montado como les había ordendo. Curiosamente los apóstoles lo cogieron sin permiso de nadie y cuando fueron sorprendidos en flagrante delito de abigeato, alegaron que era para Jesús y que lo devolverían más tarde, pero luego los Evangelios no vuelven a decir nada respecto a la prometida devolución.
imagen extraida de http://unidosxisrael.org/noticias/el-monte-de-los-olivos-conoce-su-historia/

Desde Betania subió hasta el Monte de los Olivos y allí se detuvo, como ahora se detienen tantos miles de  turistas, para contemplar la ciudad desde lo alto. La leyenda dice que Jesús lloró[1].a la vista del escenario de su cercana muerte.
El sábado siguiente, 14 de nisán iba a ser la pascua judía (pesaj), que conmemoraba (y aún conmemora) el fin de la esclavitud de los hebreos en Egipto; la noche en que el Ángel Exterminador se paseó por todos los hogares egipcios llevándose por delante la vida de los primogénitos de cada uno de ellos, episodio que recoge inolvidablemente la película “Los 10 mandamientos” (1956). El libro del Éxodo, ya prescribía que al menos en tres ocasiones al año todos los varones judíos debían acudir a Jerusalén, aunque el precepto no se activó, aunque muy relajadamente, hasta que Salomón no terminó su fastuoso templo hacía nada menos que 1.000 años; eran “de precepto” la fiestas de Pascua, la de Pentecostés (50 días más tarde) y la de los Tabernáculos (sucot), que se celebraba entre finales de septiembre y principios de octubre (del 15 al 22 del mes de thishrei).
Pronto se supo en Jerusalén la noticia de que Jesús, con su séquito de apóstoles y discípulos más cercanos, se encaminaba a la capital. La ciudad era una urbe no muy grande, de unos 40.000 habitantes, pero probablemente en aquellas fechas casi había doblado su población pues miles de peregrinos habían llegado, muchos de ellos haciéndose acompañar por sus familias e, incluso, trayendo sus animales de carga portando en sus alforjas algún producto con el que negociar o las ofrendas que pensaban entregar a los sacerdotes[2] para que fuesen sacrificadas a Yahvé.
En realidad los jerosolimitanos no tenían demasiadas referencias sobre Jesús. Últimamente, con motivo de la resurrección de Lázaro, su imagen se había dado a conocer algo más, pero entre los peregrinos sí había muchos que sabían quién era y que, con más o menos intensidad, eran seguidores suyos. Sus fans, mayoritariamente galileos, le saludaban durante su camino hacia el Templo agitando ramas de árboles, usualmente palmeras, y echándolas a su paso para alfombrar su camino como muestra de su respeto a la realeza que se suponía correspondía al Mesías.
El grito más frecuente que se oía era el de “¡Hosanna!”, palabra hebrea, aunque de raíz aramea, que quiere decir “¡Sálvanos!”. A día de hoy parece una palabra absolutamente encarnada en el rito religioso judío o cristiano, y así lo había sido en el judaísmo durante siglos,  pero en aquellas fechas no ocurría así; de hecho, Ratzinger reconoce que quienes gritaban esto al paso de Jesús no eran tanto sus seguidores espirituales, como aquellos que esperaban la llegada de un Mesías que les librase, que les salvase, del yugo romano reinstaurando el reino de Israel.
Pero los seguidores de Jesús debían alborotar tanto que, en cierto momento, algunos fariseos que andaban por allí, sin duda alguna en misiones de “inteligencia”, le pidieron que se dirigiese a su gente pidiendo un poquito de calma. Pero Jesús, enigmáticamente les contestó:
-Si yo les hiciese callar, gritarían las piedras.
Los habitantes de Jerusalén, como digo, no sabían quién era Jesús, así que preguntaban a los que le conocían:
-¿Quién es este?
-Es Jesús de Nazaret, el Mesías.
A lo que el hierosolimitano, moviendo la cabeza respondía.
-¿Y un simple galileo pretende ser nuestro salvador?
Porque los judíos despreciaban a los galileos y ambos pueblos se odiaban. Aunque debe recordarse que, en puridad, Jesús no era galileo, sino judío, pues nació en Belén de Judea patria chica nada menos que del rey David, aunque, según todos los indicios, san José si era nazareno, y lo que después hemos llamado la Sagrada Familia se instaló de nuevo en Nazaret al regreso de su Huida a Egipto.
En fín. A aquel al que esperaban que fuese con la pompa y el aparato de un rey no se le vio sobre un brioso caballo, sino sobre un simple asno. Estaba claro que lo que exhibía Jesús era que su autoridad no dimanaba de los signos externos.
¿Y a qué fue Jesús el domingo a Jerusalén? Pues parece claro que a reconocer el terreno en el que se desarrollaría el drama de su juicio, tortura, ejecución y el milagro de su resurrección durante los siguientes días. No hay noticias claras de una actividad destacada. Marcos señala que llegó al llegar al Templo, entró en él, observó los alrededores y se volvió con los doce a Betania, mientras que Juan incluye en esta jornada el incidente de la expulsión de los mercaderes del templo que los otros tres Evangelios, los llamados sinópticos, ubican cronológicamente en los siguientes días.
© Canel
5 de abril
AÑO 1º de CONFINAMIENTO





[1] Quien esto escribe, en su único viaje a Tierra santa, quedó muy decepcionado, aunque debe admitir que el panorama de Jerusalen al atardecer desde el Monte de los Olivos, lo emocionó.
[2] Llamados levitas porque pertenecían a la tribu de Leví, que tenía kla exclusividad del sacerdocio.

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