jueves, 28 de noviembre de 2013

ALFÉRECES PROVISIONALES

Muy al principio de la Guerra Civil, Mola y Franco se dieron cuenta de que la oficialidad de empleos inferiores (alféreces, tenientes y capitanes), que era la que ejercía el mando directo sobre la tropa y, por tanto, la que combatía en primera línea, sufría, un altísimo número de bajas.
Para paliar este problema, el gobierno de Burgos, por un decreto de septiembre de 1936, crea la escala de oficiales provisionales. Sus miembros quedarían enrolados sólo por el tiempo que durase la guerra y, terminada ésta, los nuevos oficiales devolverían “la pistola y la placa” y se reintegrarían a la vida civil. Eso hizo que suboficiales, agentes de seguridad o clases de tropa profesionales tuviesen vedado el acceso a esta escala, pues se suponía que, al acabar la guerra, el regreso de quienes ya habían sido oficiales a empleos inferiores generaría más de un lío.
Aunque las cosas fueron evolucionando desde unos cursos rudimentarios y rapidísimos (el primero duró 12 días) hasta otros más elaborados, básicamente los candidatos debían ser voluntarios, tener terminado el bachillerato, estar entre los 18 y 30 años, haber permanecido en el frente un mínimo de dos meses y superar un curso en una academia (al principio eran escuelas) especial diferente para cada arma.
El mismo día en que se diplomaban, se les asignaba destino y,  casi sin solución de continuidad, salían hacia el frente y tomaban el mando de una sección siempre en alguna unidad de las que operaban en primera línea.
Como consecuencia de la peligrosidad de los puestos a los que se les destinaba y de su bisoñez, palmaban casi antes de darse cuenta de que estaban en la guerra. Su alta mortalidad hizo que se acuñase la frase “alférez provisional: cadáver efectivo”.
No importaban las bajas; como los cadetes solían ser chicos de firmes ideología derechista, el permanente incremento de territorio controlado por los nacionales hacía que siempre, de las zonas recién “liberadas”, llegase sangre fresca a las academias y pronto eran sustituidos los caídos.
Su distintivo era una estrella de seis puntas, como el de los alféreces de la escala activa, pero los provisionales la llevaban en la pechera de la guerrera o de la camisa sobre una estampilla rectangular negra de 13 x 7 cm.
Salieron de las diferentes promociones 29.074 alféreces de Tierra, de los que unos 22.000 pertenecían a Infantería. A ellos habría que añadirles algo más de un millar entre alféreces del Aire y de Infantería de Marina. Sorprendentemente, aquella creación de Mola concebida para “estampillar” a unos mil nuevos oficiales, al final de la Guerra suponía las dos terceras partes del total de oficiales sobre las armas del bando rebelde.
Los alféreces provisionales se portaron francamente bien. De las 70 Laureadas que se concedieron en toda la guerra, 15 fueron prendidas en el pecho de estos chicos. Además recibieron 363 Medallas Militares, lo que supone el 30 % de las otorgadas en toda la campaña. Al terminar la guerra unos 8.000 alféreces habían ascendido a teniente y unos 500 a capitán, todos ellos por méritos de guerra.
Pero habían regresado a sus hogares en una caja de pino nada menos que 3.000 mozos que, desgarradoramente para el futuro de nuestro país,  formaban parte de su juventud mejor preparada.

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