La
Rosa de Oro es la principal condecoración de las que concede el Sumo Pontífice
a personas pertenecientes a la Religión Católica. Se instituyó nada menos que
en 1049, en tiempos de San León IX, aunque la primera vez en que se documenta
su entrega como galardón a alguien se pospone hasta 1148, en que se le concede
a Alfonso VII de Castilla “el Emperador”.
Muchos
papas han cambiado el diseño del trofeo, pero en general se puede decir que no
es exactamente sólo una rosa, sino más bien un tallo con la flor arriba, alguna
rama, yemas y hojas. Todo ello suele ir colocado en un vaso sobre una peana en
donde se puede ver el escudo del Vaticano.
La
“Rosa de Oro”, que tiene un alto simbolismo religioso, es bendecida por el papa
todos los años el cuarto domingo de cuaresma, con espectacular solemnidad.
En
España han recibido esta condecoración 3 reyes de Castilla, otros 3 de Aragón,
una reina propietaria de España, 7 reinas consortes, 2 españolas reinas
consortes de Francia, el Gran Capitán y una de las duquesas de Alba. Además gozan
de ella la Capilla de Nª Sra. de Europa (Algeciras) y la Basílica de Nª. Sra.
de la Cabeza (Andújar). ¡Buena cosecha!
La
reina propietaria a que me he referido más arriba era Isabel II, cuya ligereza
sexual era tan conocida en Europa que el propio Pío IX se había negado, en
1857, a bautizar al futuro Alfonso XII ante la evidencia de que el neófito era
fruto de una relación extramatrimonial. A pesar de todo, en enero de 1868, sólo
8 meses antes de que la revolución “septembrina” obligase a Isabel a instalarse
al otro lado de los Pirineos, el Vaticano tuvo a bien conceder la “Rosa de Oro”
a nuestra reina.
La
condecoración se otorgaba, como todos los honores no militares, por razones
políticas; buen ejemplo de ello es que el cismático y adúltero Enrique VIII de
Inglaterra la recibió nada menos que en 3 ocasiones. Parece que en el caso de
Isabel influyó poderosamente Antonio María Claret, futuro santo y por entonces
arzobispo de Trajanópolis (Macedonia) y confesor de la reina, que habló muy
favorablemente sobre ella al papa.
Lo
cierto es que el asunto de la reina española era escandaloso, porque se suponía
que tal premio sólo se concedía a personajes católicos (todos hembras desde el
s. XVI) que mantuviesen una conducta irreprochable y fuesen modelo para otras
personas. Isabel, aunque era una mujer casi de misa diaria, sin duda no
encajaba en, como hoy se diría, ese perfil.
Un
miembro de la Curia, entre atónito y perplejo, preguntó al papa la causa de la
concesión de la “Rosa de Oro” a quien tenía fundada fama pública de poseer una
moral sexual más que relajada:
-Ma Santità, la Regina spagnola
vivere come una puttana.
Y
Pío IX, que tenía ya setenta y seis años y se las sabía todas le respondió:
-Puttana, sì; ma molto pía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario