jueves, 3 de abril de 2014

FUGA HACIA LA MUERTE




Lo que voy a contar aquí no es una anécdota histórica; es solamente un antiguo relato que habla de cómo el hombre tiene un destino y no puede desviarse del rumbo prefijado haga lo que haga (¿o sí puede?).

El cuento se registra ya por primera vez en la literatura hebrea del siglo VI. Modernamente apareció en el libro de Cocteau “Le Grand Écart” (écart es ese paso de ballet en el que el bailarín queda sobre el suelo, absolutamente abierto de piernas y con las rodillas estiradas), con el título de “El gesto de la muerte”, pero yo lo conocí en la “Antología de la literatura fantástica” recopilada por Borges, Silvina Ocampo y Bioy Casares.

El minicuento, por lo que nos hace preguntarnos, me parece subyugante. Lo reproduzco aquí abajo tal como lo conozco y, que me perdone Cocteau, voy a meter un poquitín mi pecadora pluma en su texto:

EL GESTO DE LA MUERTE

Un siervo persa le dijo al príncipe, su amo.

-¡Ayúdame! Me encontré a la Muerte esta mañana y me hizo un gesto de amenaza. Quisiera huir de aquí y estar esta noche en Ispahán.

El bondadoso amo le ofrece su mejor caballo para que huya.

Por la tarde, el príncipe se encuentra con la Muerte y le pregunta:

-¿Por qué hiciste esta mañana un gesto de amenaza a mi siervo?

-No fue un gesto de amenaza –respondió la Muerte- sino de sorpresa, porque le veía lejos de Ispahán por la mañana mientras que yo debía tomarle esta noche en esa ciudad.

De escalofrío. El rumbo está predeterminado y encima, lo malo es que casi siempre es “rumbo de colisión”.


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