Don Ramón María Narváez, primer duque de Valencia,
conocido como “el espadón de Loja”, no tenía este mote porque sí. Era en verdad
una persona inteligente pero, al tiempo, un militarote que con frecuencia
actuaba como un animal.
Siendo presidente del Consejo de Ministros (que lo
fue en ocho ocasiones entre 1844 y 1868) uno de sus ministros se mostraba
renuente a firmar cierto decreto, mientras Narváez le intentaba convencer con
buenas palabras para que rubricase el precepto.
Pero el díscolo, en cierto momento le interrumpió:
-No merece la pena que insista usted, mi general.
Antes me cerceno una mano que firmar ese decreto.
Don Ramón perdió los papeles. Echando fuego por los
ojos y fulminando con el gesto a su imprudente ministro le respondió con toda
violencia.
-Usted no va a cortarse ninguna mano. Con la derecha
va a firmar ese decreto y la izquierda me la reservo yo para que usted me
rasque con ella los c… (Bueno, pongamos cataplines).
El episodio parece real porque la reacción de
Narváez encajaría bien en su personalidad, pero lo cierto es que no he podido
encontrar el nombre del ministro que tan peregrina utilidad dio (o casi casi
dio) a su zurda.
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