jueves, 24 de septiembre de 2015

UNA REPÚBLICA EXPRESS

UNA REPÚBLICA FLASH (título original)

Cuando se proclama la República en abril de 1931, el Gobierno Provisional se encontró con unos presupuestos aprobados en 1930 por la llamada “dictablanda” del general Dámaso Berenguer, incompatibles, aunque sólo fuese ideológicamente, con los nuevos tiempos y actitudes del país. Por tanto, desde un principio, los esfuerzos de los nuevos gobernantes se encaminaron a eliminar gastos considerados inútiles, a conseguir un mayor rigor presupuestario y a poner bajo control a los contratos suscritos por la administración del estado.
Una obra que sufrió un buen recorte fue la de la línea férrea Puebla de Sanabria - Orense, que ocupaba nada menos que a 5.000 trabajadores gallegos. Los obreros, cuando no habían pasado aún tres meses desde la proclamación de la República, temieron ahora por sus puestos de trabajo
Para el 25 de junio se convoca una huelga general en Orense y, tras el consiguiente mitin, los huelguistas ocupan el ayuntamiento con posterior izada de la bandera gallega desde el balcón principal del edificio. En esta ocasión no quedó claro si se llegó a proclamar la República gallega o no.
Sólo tres días después, 28 de junio, debía celebrarse la primera vuelta de las elecciones a Cortes Constituyentes y el gobierno, con esta algarada, se temió una drástica abstención en Galicia, así que intentó paliar los daños políticos enviando un telegrama en el que rectificaba su postura inicial.
Pero los sindicatos creyeron que se trataba solo de un ardid del ejecutivo para desanimar a los abstencionistas y, haciendo caso omiso del recado gubernamental, convocaron para dos días después, víspera de las elecciones, otro mitin en la Alameda de Santiago de Compostela.
En el festejo, que me temo que debió ser un poco pestiño, participaron cuatro oradores: un separatista idealista que dijo que no interesaba la República federal española, sino la República gallega;  un comunista que terminó solicitando una República soviética gallega; otro a quien llamaban el “Maciá gallego”, llegado desde Buenos Aires como representante de la emigración, que habló de la necesidad de recabar “revolucionariamente, impetuosamente la autonomía como Cataluña o Portugal” (sic) y, por último, un tal Antón Alonso Ríos que, llegado también de Argentina, era algo así como el embajador del partido galleguista ORGA (Organización Republicana Gallega Autónoma) de Portela Valladares, y que afirmó no hacerle ascos a abandonar España y abrazarse “cariñosamente” a la hermana Portugal.
Terminado todo esto, inflamados de ardor patriótico, los manifestantes se dirigieron al Pazo de Raxoy, sede del ayuntamiento, donde ni que decir tiene que se ocuparon las instalaciones y se izó la bandera gallega. Inmediatamente, no se sabe bien si de grado o por fuerza, las autoridades presentes en el edificio dimitieron de sus cargos.
Entonces el pueblo aclamó a Antón Alonso Ríos como nuevo presidente de la Junta Revolucionaria del “Estado Gallego”. El electo declaró que pasarían por encima de su cadáver antes de hacerle ceder.

El soberbio Palacio de Rajoy en la compostelana plaza del Obradoiro; sede del Ayuntamiento y hoy también de la Presidencia de la Xunta.

Ante esta heroica (y no muy original) declaración de principios, el pueblo razonó que esto de Santiago estaba muy bien, pero que si no se sabía qué pensaba sobre ello el resto de Galicia podría darse el caso de que la idea de los demás gallegos fuese otra y entonces, según lo que acababa de decir, Antón Alonso debería ofrecer su vida. Y como eso no era lo que deseaba el pueblo pues se le pedía al nuevo presidente que reconsiderase su postura.
Alonso, desde luego, la reconsideró. Así que se devolvió el poder a las autoridades dimitidas y el movimiento quedó a la espera de ver qué opinaban el resto de los gallegos.
El final no pudo ser más gris. Al poco tiempo el gobierno refinanció el proyecto de ferrocarril, continuaron las obras y todo se olvidó.
El Estado Gallego había durado (¡Hale! al Guiness) menos de tres horas.

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