Knud II de Dinamarca,
Knut I de Noruega o Canute I de Inglaterra, son tres denominaciones de un solo
personaje a quien se conoce en España como Canuto II el Grande de Dinamarca
(995-1035).
Canuto reinó en
Inglaterra desde 1016 hasta su muerte. Todo parece indicar que fue un gran
rey y que el apodo de “El Grande” no es
gratuito. Pero a su calidad como monarca hay que añadir que le rodeaba un
séquito de aduladores que él no podía soportar. Incluso, algún más que cursi trovador
se atrevió a cantar que el sol, la luna y las estrellas obedecían al soberano.
Harto ya de tanto
peloteo, un día Canuto ordenó que, durante la bajamar, toda su corte se desplazase
con él hasta la playa y que allí mismo se colocase su trono. Se sentó el rey y,
mirando al océano se dirigió a él, con voz fuerte para que le oyesen sus
cortesanos, con las siguientes palabras:
-“Eres parte de mi
propiedad y has de saber que el suelo en que está mi trono me pertenece. No se conoce
a nadie que haya desobedecido mis órdenes impunemente, así que te ordeno que no
crezcas, ni invadas mi tierra, ni mucho menos oses humedecer las ropas o el
cuerpo de tu señor".
Pero al subir la marea,
el agua mojó al principio el calzado, los pies y los bajos del vestido del rey
y, más adelante, hasta las rodillas (hay una versión más romántica en la que Canuto
dijo este discurso “alzado sobre su pavés” portado en alto por cuatro
servidores, que fueron los que se mojaron).
Entonces se dirigió a sus
súbditos ingleses.
-Habéis visto cuán vano e
insignificante es el poder de los reyes, y que nadie merece el título de rey,
salvo Aquel a cuyas órdenes el cielo, la tierra y el mar obedecen guiados por
leyes eternas".
Desde aquel episodio,
Canuto no volvió a ceñirse la corona, sino que la colocó en la cabeza de una
imagen de Cristo crucificado, para que fuera el símbolo de que sólo Dios tiene
del Poder y de la Gloria.
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