Durante siglos, en la misa dominical en cuya
proclamación del Evangelio tocaba leer el texto de San Lucas conocido como la
“Parábola del Hijo Pródigo” (Lc 15, 11-32) los curas, sobre todo los de los
pueblos, dedicaban la inmediata homilía a hablar de diversos asuntos, pero sin
entrar a comentar la parábola. El pueblo se dio cuenta y en muchas zonas de
España se llamó a ese día el “domingo de caridad”, que era el asunto que solían
elegir los presbíteros para abstenerse de dar demasiadas explicaciones sobre un
texto cuando menos controvertido.
Este pasaje tiene. En concreto, 21 versículos de los
que 9 se dedican a la vida de crápula del chico, otros 4 al festejo que el
padre organizó y 7 al enfado del hijo leal (hay uno más, que es sólo
literario). Esto parecería indicarnos que el nombre de “Hijo Pródigo” es el
adecuado.
Pero la glosa no es difícil de entender. Jesús no
dice que el padre de los dos hijos sea justo, sino que es bueno; que perdona y
que se lleva una alegría cuando alguien rectifica y vuelve a casa.
El padre de la parábola no quita nada al hijo leal,
pero no tiene más remedio (¡¿Quién no lo haría?!) de alegrarse al ver cómo el
hijo vividor se arrepiente y vuelve a formar parte del grupo familiar. El texto
no alaba al hijo crápula ni critica al formal por enfurruñarse; el núcleo del
mensaje está en la actitud del padre, no de los hijos.
Es curioso que haya tantas dudas con respecto a lo
correcto de esta parábola, pues en los versículos inmediatamente anteriores
Jesús se pregunta en voz alta si un pastor que tiene 100 ovejas y pierde una,
no deja a todas reunidas en el desierto y se va a buscar la que falta,
festejando con sus amigos el haberla encontrado (Lc 15, 4-6).
Igualmente menciona a la mujer que teniendo10
dracmas pierde uno y, la pobre, barre la casa hasta que lo encuentra y entonces
lo celebra con sus amigas (Lc 15 8-9).
Así pues, el mensaje de Jesús envuelto en estas 3
parábolas es definitivo y directo y San Lucas lo explaya de forma meridiana: “Os
digo que, del mismo modo, habrá alegría
entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se arrepienta” (Lc 15, 10).
Yo
creo que si en vez de llamarse la “Parábola del hijo pródigo” se llamase la
“Parábola del padre del hijo pródigo”, todo estaría bastante más claro.
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