El 3 de enero de 1910, la reina Victoria Eugenia, esposa de Alfonso XIII, escuchaba entre lágrimas lo que le contaba Concepción López Martínez, viuda del capitán Antonio Ripoll Sauvalle, apodado “Mano de Plata”
La historia de este militar es absolutamente
heroica. Sale de alférez de la Academia Militar y marcha voluntario a Filipinas
donde manda una sección indígena. Asciende a teniente por méritos de guerra y
en 1898 lucha contra los yanquis. Cae herido en las piernas y en la mano
izquierda, y regresa a España con un grado más (ya es capitán) y una mano
menos, pues debió serle amputada a la altura del antebrazo. Tenía 18 años.
Debía Ripoll pasar al Cuerpo de Mutilados, pero se
empeñó en evitarlo solicitando a la reina María Cristina licencia para
permanecer en infantería. La Regente se la concedió y, además, le regaló una
mano de aluminio que se fijaba a su muñón y que sería la razón de su apodo de
“Mano de Plata”.
En 1909, al iniciarse el conflicto marroquí, Ripoll
solicitó destino en el Protectorado. El 30 de septiembre su unidad quedó en
primera línea protegiendo una retirada cerca de Zeluan. Viéndose tiroteado
desde una posición elevada, avanzó a la bayoneta con su compañía hacia ella en
lugar de replegarse; recibió un tiro en el pecho pero continuó avanzando hasta
que recibió otro tiro en el vientre y un tercero en la cabeza.
Sus hombres no pudieron retirar su cadáver hasta que,
cuarenta y cuatro días después, pudo ser localizado por moros de su unidad que
recibieron 100 duros de gratificación. El cuerpo era inconfundible por la
amputación de su brazo cuyo muñón, además, en esta ocasión era bien visible
porque los moros se habían llevado la prótesis, probablemente pensando que en efecto
era plata.
Se le dio sepultura en el panteón de los héroes de
Melilla y la mano de aluminio fue recuperada cuando se firmó la paz con Abd el
Kader. El 6 de octubre siguiente se le ascendió a título póstumo a comandante y
en junio de 1911 se le concedió la Cruz Laureada de San Fernando.
Pero Victoria Eugenia no lloraba por esta historia
que, al fin y al cabo, no era sino otro drama más de los muchos que florecen en
tiempos de guerra. Lo que hacía sollozar a la egregia dama era que la viuda le
contaba que, al marchar su marido a África, ella quedó embarazada y que la
muerte de Antonio le fue ocultada porque estaba para dar a luz al mes
siguiente. Le contó también que un día, la sirvienta de la casa trajo del
mercado algo que venía envuelto en una hoja de un periódico… ¡en el que se
narraba la heroica muerte de su esposo! Más melodrama no se puede pedir.
El hijo póstumo de Antonio Ripoll, Luis, también
tuvo su historia. Siendo teniente el 14 de abril de 1936, celebrándose en Ceuta
el 5º aniversario de la proclamación de la República, tuvo que desfilar con su
sección para cerrar los actos. Al pasar ante la tribuna de autoridades debía
gritar ¡Vista a la derecha! y ¡Viva la República! Bueno, pues el tío lo que gritó
fue ¡Viva el rey! Naturalmente pasó arrestado, aunque él se defendió diciendo
que no quiso decir eso pero que se equivocó (lo que es más que dudoso porque ya
llevábamos cinco años sin rey); nunca sabremos si era cierto.
Luis salió tan heroico como su padre. Al empezar la
Guerra Civil, agregado al Tercio, pasó a la Península el 5 de agosto de 1936. Sólo
6 días después ya se había ganado la Laureada al atravesar la plaza de
Almendralejo (Badajoz) bajo un intenso fuego enemigo y volar la escalera de la
torre de una iglesia, desde cuyo campanario disparaban a sus hombres impunemente.
Al mes siguiente le hirieron en los combates cerca de Toledo; le curaron, se
recuperó, volvió al frente y el 12 de febrero de 1937 recibió un tiro en Pinto
(Madrid) y palmó.
Padre e hijo laureados. Aunque no es un caso único,
no es muy habitual.
http://platoporplato.blogspot.com.es/2010/09/saber-usar-la-mano-izquierda.html
ResponderEliminarAunque con retraso, gracias por la anotación, muy curiosa e interesante (y por el enlace).
ResponderEliminarUn saludo.