jueves, 22 de enero de 2015

ANECDOTAS DE QUINTO SERTORIO Y SUS LEGIONES HISPANICAS


Entrando en el siglo I a. C., se produce una guerra civil en Roma entre Mario y Sila. El primero representaba a las clases medias y trabajadoras y el segundo a la aristocracia. Sila consigue al fin la victoria y con ella el poder, convirtiéndose en dictador y desatando una represión brutal.
Los que pudieron escaparon a las provincias periféricas donde se podrían ocultar mejor. Entre los proscritos estaba Quinto Sertorio que, más que huir de Roma a Hispania, como ya estaba aquí destinado, lo que hizo fue no volver a la metrópoli una vez terminado su mandato. Y, no contento con ello, levantó tropas indígenas contra Roma iniciándose así las llamadas Guerras Sertorianas, que azotaron nuestra tierra entre el 82 y 72 a. C.
Sertorio, que era tuerto como Aníbal, tuvo una vida apasionante que merece conocerse. Un día puso en un compromiso a sus jefes consiguiendo  una corona murallis, que era un galardón que se otorgaba al primer militar que superaba la muralla enemiga. Fue herido en la acción, pero mientras venían las asistencias, escapó de la camilla y volvió a tomar otra muralla antes que nadie. Se había ganado dos medallas, pero como el reglamento no contemplaba tal cosa, hubo que inventar para él la corona vallaris, que es algo así como tomar la muralla pero por encima de la puerta.
Pronto descubrió Sertorio que a los feroces hispanos, si se les refinaba con las dosis adecuadas de orden, disciplina, estrategia y táctica, se convertían en su terreno en tropas casi invencibles. Eso es lo que hizo Sertorio: enseñar a pelear a los hispanos con técnicas romanas (además de tomar a sus hijos como rehenes so capa de educarlos a la romana).
Cuenta Plutarco que un buen día, un indígena del campamento de Sertorio llamado Spanos, que tenía una cierva domesticada, le regaló una cría que ésta había parido y que era completamente blanca. Sertorio adoptó al animalito y al poco tiempo le seguía a todas partes mientras se iba acostumbrado a los ruidos del campamento y al estruendo de la batalla. Quinto manejó el asunto con astucia e hizo creer a sus tropas que la cierva blanca era un envío de la diosa Diana (diosa favorita entre los hispanos) y que recibía instrucciones de la divinidad a través del cervatillo.
Se ponía algo de comer en la oreja y la cierva, que se lo aprendió, se acercaba hasta él y le metía, para comer, claro, el morro en el pabellón auditivo. Los soldados veían a cierta distancia al animalito moviendo la boca y Sertorio les decía que estaba recibiendo informaciones de Diana.
IMAGEN PROPIEDAD DE EL JUAN PEREZ. http://eljuanperez.blogspot.com.es/2012/07/sertorio-y-la-cierva.html
Un día del año 75 a. C. la cierva se escapó. Sertorio, que en verdad debía quererla, mandó patrullas de hombres a buscarla, pero los enemigos romanos se enteraron por sus espías de lo ocurrido, así que también mandaron pelotones con el mismo fin pero para matarla. Cuentan los historiadores que era divertido ver a los piquetes de uno y otro bando entrecruzándose pero sin atacarse porque lo que les ocupaba en ese momento era, cada uno por su razón, encontrar al animal huido.
Pasado algún tiempo sin que apareciese la cierva, durante una batalla salió del bosque y se puso en las primeras filas junto a los hispanos. Parece que, según Suetonio, en el fragor de la batalla, pereció pisoteada por un caballo.
Existen otras versiones de su muerte (aunque Plutarco no la narra) pero son aún más lamentables que esta tan poco brillante.

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