Casi todos los cuentos
infantiles
importantes tienen
su origen en leyendas o narraciones folklóricas transmitidas oralmente
o,
incluso, en textos anteriores en unos cuantos siglos al propio cuento.
Los grandes
narradores (Perrault, Andersen, los hermanos Grimm, Calleja…) con
frecuencia,
lo que hacían era, basándose en relatos originales, adaptarlos a los
gustos de
sus lectores en sus propios ámbitos geográficos, temporales y sociales.
Adaptarlos y dulcificarlos,
porque
muchos tenían
poco de infantiles y más parecían destinados a un público adulto (por no
decir
pervertido).
Por ejemplo, en “La
Cenicienta”
primitiva, las malvadas hermanastras, para que
les
cupiese el zapato que la protagonista perdió el día de la fiesta, se
cortan un
dedo del pie. Pero el príncipe, al ver los pinreles sanguinolentos de
las
malvadas se percata del timo. En castigo unos pájaros sacan los ojos a
las
cojas mendaces y se los llevan a la Cenicienta como regalo de bodas.
En “Hansel y Gretel”, de
origen
medieval, los dos
hermanos son abandonados en el bosque por sus padres. Descubren una casa
con
una anciana a la que asesinan, hacen desparecer el cadáver en un horno,
roban
sus alimentos y, con el botín regresan
con sus papás. “La sirenita”, que con tal de tener piernas acepta
ser
muda, en el cuento de Andersen se casa, pero en el original se suicida.
De
“Caperucita” algunas versiones; como es de esperar habiendo un lobo,
incorporan
episodios de licantropía en los que la fiera, tras merendarse a la
abuelita,
invita a la niña comer la digo yo que ya correosa carne de anciana.
En la “Bella durmiente”,
también de la
Edad Media,
el noble no despierta a la princesa con un beso, sino abusando
sexualmente de
la que cree muerta, abandonándola y dejándola preñada. Vuelve al cabo de
unos
meses a practicar un poco la necrofilia con la chica, aunque como la
encuentra
despierta, ahora mantiene relaciones consentidas. Pero su señora (porque
resulta que el muy canalla del noble está casado) se entera y decide
asesinar a
la princesa y a los gemelos fruto del embarazo antes comentado. Además,
pretende servírselos estofados a su marido. Pero se frustran sus
protervos
planes y, al final, ella es ejecutada, de manera que el ya viudo casa
sin
contradicción con la exdurmiente. Edificante.
“Blancanieves”, cuento de
origen
germano, ha dado
mucho juego. Todas las versiones previas son más cruentas que la que
actual de
los hermanos Grimm. Se conocen dos fuentes del siglo XIV y una más
incluida en
el Pentamerón (siglo XVII). Un investigador moderno descubrió que en el
siglo
XVIII, en Lohr am Main (cerca de Frankfort) coincidieron hechos,
personas y
cosas que bien pudieran ser la fuente de inspiración de los hermanos
Grimm. En
2003 un tío que es el presidente de la Sociedad Europea de Cuentos,
anunció que
existe una narración 45 años anterior a la de los citados cuentistas, en
la que
la madrastra no es tal, sino directamente madre. La mala pécora, tras
ordenar
matar a su hija, pone su corazón (que, como se sabe, era de un jabalí
aunque
ella lo ignoraba) en sal y se lo come.
Pero el origen más curioso
de
Blancanieves es el que
aporta un historiador alemán, Sander,
que afirma que cuando Felipe II dejó a su esposa María Tudor en Londres y
pasó
a Flandes para la abdicación de su padre el emperador Carlos V, el “rey
prudente” se enamoró de la condesa alemana Margarethe von Waldek siendo
su amor
correspondido por la teutona. Una confabulación de la nobleza hispana
dio un
bocado (como entonces se llamaba a una dosis de veneno) a la condesa,
que murió
así emponzoñada. Los enanitos, según este dizque historiador, sí
existieron,
pero resulta que no eran tales, sino que eran niños que trabajaban en
alguna
mina de hierro del condado de Waldek y que, desnutridos y prematuramente
envejecidos
por su actividad laboral, parecían enanos. Afirma este buen señor que la
juvenil condesa solía jugar con esos niños y que los ropajes con los que
todos
los imaginamos debían ser bastante reales por cuanto, en su pobreza,
vestirían
con prendas grandes (“heredadas”) e inadecuadas a su edad.
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