jueves, 16 de mayo de 2013

BLANCANIEVES , EL AMOR IMPOSIBE DE FELIPE II


Casi todos los cuentos infantiles importantes tienen su origen en leyendas o narraciones folklóricas transmitidas oralmente o, incluso, en textos anteriores en unos cuantos siglos al propio cuento. Los grandes narradores (Perrault, Andersen, los hermanos Grimm, Calleja…) con frecuencia, lo que hacían era, basándose en relatos originales, adaptarlos a los gustos de sus lectores en sus propios ámbitos geográficos, temporales y sociales.
Adaptarlos y dulcificarlos, porque muchos tenían poco de infantiles y más parecían destinados a un público adulto (por no decir pervertido).
Por ejemplo, en “La Cenicienta” primitiva,  las malvadas hermanastras, para que les cupiese el zapato que la protagonista perdió el día de la fiesta, se cortan un dedo del pie. Pero el príncipe, al ver los pinreles sanguinolentos de las malvadas se percata del timo. En castigo unos pájaros sacan los ojos a las cojas mendaces y se los llevan a la Cenicienta como regalo de bodas.
En “Hansel y Gretel”, de origen medieval, los dos hermanos son abandonados en el bosque por sus padres. Descubren una casa con una anciana a la que asesinan, hacen desparecer el cadáver en un horno, roban sus alimentos y, con el botín regresan  con sus papás. “La sirenita”, que con tal de tener piernas acepta ser muda, en el cuento de Andersen se casa, pero en el original se suicida. De “Caperucita” algunas versiones; como es de esperar habiendo un lobo, incorporan episodios de licantropía en los que la fiera, tras merendarse a la abuelita, invita a la niña comer la digo yo que ya correosa carne de anciana. 


En la “Bella durmiente”, también de la Edad Media, el noble no despierta a la princesa con un beso, sino abusando sexualmente de la que cree muerta, abandonándola y dejándola preñada. Vuelve al cabo de unos meses a practicar un poco la necrofilia con la chica, aunque como la encuentra despierta, ahora mantiene relaciones consentidas. Pero su señora (porque resulta que el muy canalla del noble está casado) se entera y decide asesinar a la princesa y a los gemelos fruto del embarazo antes comentado. Además, pretende servírselos estofados a su marido. Pero se frustran sus protervos planes y, al final, ella es ejecutada, de manera que el ya viudo casa sin contradicción con la exdurmiente. Edificante.
“Blancanieves”, cuento de origen germano, ha dado mucho juego. Todas las versiones previas son más cruentas que la que actual de los hermanos Grimm. Se conocen dos fuentes del siglo XIV y una más incluida en el Pentamerón (siglo XVII). Un investigador moderno descubrió que en el siglo XVIII, en Lohr am Main (cerca de Frankfort) coincidieron hechos, personas y cosas que bien pudieran ser la fuente de inspiración de los hermanos Grimm. En 2003 un tío que es el presidente de la Sociedad Europea de Cuentos, anunció que existe una narración 45 años anterior a la de los citados cuentistas, en la que la madrastra no es tal, sino directamente madre. La mala pécora, tras ordenar matar a su hija, pone su corazón (que, como se sabe, era de un jabalí aunque ella lo ignoraba) en sal y se lo come.
Pero el origen más curioso de Blancanieves es el que aporta un historiador alemán,  Sander, que afirma que cuando Felipe II dejó a su esposa María Tudor en Londres y pasó a Flandes para la abdicación de su padre el emperador Carlos V, el “rey prudente” se enamoró de la condesa alemana Margarethe von Waldek siendo su amor correspondido por la teutona. Una confabulación de la nobleza hispana dio un bocado (como entonces se llamaba a una dosis de veneno) a la condesa, que murió así emponzoñada. Los enanitos, según este dizque historiador, sí existieron, pero resulta que no eran tales, sino que eran niños que trabajaban en alguna mina de hierro del condado de Waldek y que, desnutridos y prematuramente envejecidos por su actividad laboral, parecían enanos. Afirma este buen señor que la juvenil condesa solía jugar con esos niños y que los ropajes con los que todos los imaginamos debían ser bastante reales por cuanto, en su pobreza, vestirían con prendas grandes (“heredadas”) e inadecuadas a su edad.

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