Es
probable que Osio de Córdoba, personaje semidesconocido, sea la figura más
importante de la historia de la Iglesia Hispana. Lo indudable es que se trata
del español que ha dejado huella más perenne en el cristianismo.
Nacido,
según se cree en Córdoba hacia 256, de
lo que se tiene seguridad es de que en 294 fue elegido obispo de esa ciudad y
como tal aparece firmando las actas del concilio de Iliberis (Granada) en 305.
No
se conoce bien su origen. Parece que perteneció a una familia hispanorromana
que sufrió las persecuciones de Diocleciano y de Maximiano. El propio Osio
padeció destierro. La fama de su categoría teológica debió llegar hasta Roma de
forma que, de pronto, no se sabe muy bien cómo, le encontramos junto al
emperador Constantino I el Grande.
Cuando
éste promulga el Edicto de Milán (313) que da fin a las persecuciones y que
otorga la libertad de cultos en el imperio, Osio es ya su asesor, interviniendo
en la inspiración y redacción del decreto.
Constantino
utilizó a Osio para intentar aplacar la virulencia del corifeo del arrianismo,
Arrio, que era una doctrina que, como
casi todas las heréticas, objetaba la visión “oficial” sobre la Trinidad. Viajó
el obispo cordobés a Alejandría pero no pudo doblegar la irreductible posición
del heresiarca. Entonces aconsejó al emperador la convocatoria de un concilio
antiarriano.
Así
se hizo y en Nicea (325) tuvo lugar el primer concilio ecuménico de la Historia
de la Iglesia. A las sesiones, presididas por Osio en nombre del papa, asistió
el propio emperador y, al final, firmaron las actas 318 obispos.
Luego
Osio reúne el Concilio de Sárdica (Sofía, 343), que también preside, para la
Iglesia Oriental. A él asisten 300 obispos griegos y 76 latinos. Por último, ya
en España, convoca el concilio provincial de Córdoba.
En
356, Constancio II, que aunque hijo y sucesor de Constantino era favorable a
los arrianos, insta a Osio a aceptar la herejía, pero éste, ya centenario, le
responde que prefiere morir mártir de la fe antes de abjurar.
La
importancia de la respuesta escrita de Osio a Constancio reside no tanto en la
valentía del cordobés, sino en que en ella le plantea que se ocupe de sus cosas
mientras que los eclesiásticos lo harán de las de la Iglesia. La misiva es el
primer texto conocido que trata de la separación entre iglesia y estado, pero
ello supuso la expatriación de Osio a Sirmio (en Serbia).
Allí,
entre torturas y presiones, en un oscuro episodio, tuvo un momento de ofuscación
(“lapso momentáneo”) y parece que hizo alguna concesión al arrianismo. No debió
ser una mentira propalada por sus enemigos porque, tras volver a España, poco
antes de su muerte se retractó.
Osio
muere en España (357) con 102 años. La Iglesia Católica de rito oriental y la
Ortodoxa le consideran santo. Su fiesta es el 27 de agosto.
El
Concilio de Nicea aprobó el llamado Credo Niceno (el que rezamos en la misa, no
el que aprendimos en el “cole”) como símbolo de la fe cristiana, firmándolo
todos los obispos presentes menos dos, pero los vaivenes de los emperadores
hacia el arrianismo lo mantuvieron “en el aire”. Al fin, en el Concilio de
Constantinopla (381), quedó definitivamente aprobado.
Excepto
en cuestiones formales, la composición de Osio sigue vigente 1.700 años después
casi al pie de la letra. Por eso decía al principio que él era el español que
ha dejado la huella más perenne en la Iglesia.
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