miércoles, 25 de marzo de 2015

LA CASA DE CAMPO 1931


El día 20 de abril de 1931, solo 6 días después de la  proclamación de la II República en España (y eso que el día 15 se dio como festivo y el 19 fue domingo), los nuevos gobernantes tomaron una decisión sorprendente. Sorprendente no tanto por la justicia de la medida sino porque parecería que los miembros del ejecutivo, de quienes he de recordar que el 13 de abril aún ni se imaginaban que estarían gobernando, deberían estar más atentos a problemas más acordes con la gravedad del momento histórico.
La Casa de Campo de Madrid, un parque urbano de más de 1.700 Ha, fue considerada como residencia real desde tiempos de Enrique III “el Doliente” (1390-1406); faltaban aún más de dos siglos y medio para que Felipe II convirtiese a la ciudad en capital de España. Naturalmente que, desde aquel momento, quedaba vedada la entrada a esa finca a cualquier persona ajena a la Casa Real.
A mediados del siglo XVIII Fernando VI mandó vallar el terreno con una cerca de ladrillo y mampostería (que es la cerca actualmente existente) y, aún en el siglo XIX, a quien se encontraba dentro del recinto sin poder justificar su presencia se le castigaba con 200 azotes.
Pero cuando llega la República el ministro de Hacienda del Gobierno Provisional, Indalecio Prieto, probablemente profiriendo un “tóo p’al pueblo” avant la lettre, cede la propiedad de los terrenos a la ciudad de Madrid. La intervención del titular de Hacienda era pertinente por cuanto, hasta entonces, la titularidad de la Casa de Campo correspondía al Patrimonio Nacional.
Así que el día 1 de mayo, fiesta del Trabajo, jornada festiva por primera vez desde que la suprimiese la dictadura de Primo de Rivera en 1923, Prieto entrega oficialmente “las llaves” del parque (el mismo decreto cedía


La cerca de la Casa de Campo en 1910. Se aprecian bien el ladrillo y la mampostería
también el Campo del Moro, que eran los jardines que rodeaban al Palacio Real por oeste y norte incluyendo los actuales Jardines de Sabatini) a Pedro Rico, alcalde de Madrid e, inmediatamente, nada menos que 300.000 madrileños se abalanzaron sobre los nuevos terrenos de uso público.
300.000 personas eran una barbaridad pues por entonces la ciudad andaba por el millón de habitantes, o sea que casi la tercera parte de los madrileños se fue a gozar de tan ecológico esparcimiento. Las autoridades municipales se vieron desbordadas aunque desplegaron fuerzas de seguridad en toda la finca, pero la realidad es que no fue necesaria su intervención. Los partes de aquella jornada sólo reflejan algunas borracheras, un puñado de gente que había “caído” al lago no demasiado involuntariamente y unos cuantos furtivos a quienes se había sorprendido cazando conejos.
Lo tengo que decir: ¡Me encanta la gente de Madrid!

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