viernes, 13 de marzo de 2015

LA MUERTE DE FERNANDO VI


Cuando el 27 de agosto de 1758 entregó el espíritu Dª. Bárbara de Braganza, su desconsolado esposo el rey D. Fernando, sexto de los de su nombre en España  (1713-1759), se recluyó en el castillo de Villaviciosa de Odón, muy cerquita de Madrid.
El monarca era un depresivo bipolar (igual que su padre Felipe V) al que la muerte de su mujer, de quien estaba muy enamorado, simplemente enajenó definitivamente. El 25 de septiembre el embajador inglés informa a la Corte de San Jaime de que el rey no quiere saber nada de cuestiones de gobierno y que lleva una semana en la cama, no queriendo hablar más que con médicos.
En noviembre vuelve a comunicar que, en los últimos 10 días, el rey no ha dormido más allá de 5 horas en pequeñas siestas, y eso sentado. Al parecer no se tumba en la cama porque cree que en cuanto se acueste morirá.
Con altibajos, como todos los bipolares, se consigue que salga de caza algunas tardes. Pero cuando, al poco tiempo, se entera de la muerte de su cuñado, D. José de Braganza  (la boda de Fernando y Bárbara se efectuó al mismo tiempo que la de este José, príncipe de Brasil, con la infanta española Ana María Victoria), ya no se puede recuperar.
Una mañana se encerró en su habitación y no salió de ella ni para oír misa (y eso que era obsesivamente devoto). Los nobles le observaban por alguna rendija se la puerta y le veían paseando en silencio de un lado a otro de la habitación, manteniéndose en esa actitud hasta las 3 de la madrugada.
Otra vez permaneció sentado 18 horas, de cara a la pared, en el borde de un taburete. No era infrecuente verle morder la vajilla metálica (se había eliminado, por seguridad, todo el cristal de sus alrededores).
Un buen día se metió en la cama y ya no se levantaría ni a hacer sus necesidades. A quienes necesitaban entrar en la habitación, les recibía lanzándoles los excrementos que tenía entre las sábanas.
El 10 de agosto de 1759, menos de un año después de la muerte de Bárbara, Fernando VI abandonó este Valle de Lágrimas. Desde los Reyes Católicos hasta Alfonso XIII, todos los reyes de España han sido un ejemplo de “bienmorir”; todos menos este pobre desgraciado demente.

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