En el siglo XVII, la Iglesia Ortodoxa Rusa decidió dar un poco de lustre a su liturgia que, entre otras cosas, se había alejado bastante oxidada y distante del modelo primigenio griego.
Para empezar, quiso
recuperar la pureza original de ciertas prácticas que habían ido degenerando
con el tiempo, a veces sólo por errores que se fueron perpetuando en la copia
de textos antiguos. Además, ya metidos en harina, se pretendía hacer una
religión algo más abierta y cambiar ciertas formas del ritual. La cuestión
generó un vivo debate, llegándose a discusiones tan nimias como si debían
rezarse uno o tres Aleluyas en la misa o si la señal de la cruz debería hacerse
con dos o con tres dedos.
Pero una parte de los
fieles, los llamados raskolniks (raskol = división, cisma) se negó a “aggiornamento” alguno, mostrando
posiciones tan irreductibles que la jerarquía ortodoxa terminó excomulgándoles
en 1667.
Aunque los raskolsniks esperaban el fin de los
tiempos antes de terminar el siglo, algunos no quisieron soportar tanto tiempo
en este mundo bajo las asechanzas del “maligno” y de los herejes. Así que,
entre 1672 y 1691, hay noticia de que en Rusia llegó a haber ¡37 suicidios
colectivos! en los que pasaron a mejor vida nada menos que 20.000 integristas ortodoxos.
Salieron a un suicidio
colectivo cada seis meses, en cada uno de los cuales se autoincineraban más de
500 personas.
¡Escalofriante!
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