lunes, 22 de septiembre de 2014

LA NOCHE OSCURA


Las cotas de lirismo, espiritualidad y belleza que alcanza la poesía de San Juan de la Cruz, simplemente dan vértigo. Al menos a mí me lo dan.
“La noche oscura”, que es un prodigio que se debería enseñar en las escuelas, utiliza la imagen, no inhabitual en aquella época, de un encuentro amoroso entre la amada (el alma) y el amado (Cristo). Todo es muy sencillo: ella, que lo narra en primera persona, sale subrepticiamente de su casa, localiza a su amante y se une a Él. San Juan de la Cruz ha contado todo esto en sólo ocho liras: en cuarenta versos.
La estrofa en la que se narra el momento culminante de la unión, no puede ser más bella y es toda una exaltación de la “reinvención” del platonismo propia de la época, que se refleja en aquellas palabras de Calixto en “La Celestina”: “Melibeo soy…”. En “La noche oscura” se lee:
¡Oh noche que juntaste
amado con amada,
amada en el amado transformada!

Pelicula de la gran interpretacion de Juan Diego de la Pelicula de Saura de 1989
Desde luego yo creo que toda una sensacional experiencia literaria (y acaso mística) es leer la poesía entera, primero con una perspectiva espiritual y, después, con otra terrenal. Es subyugante comprobar cómo San Juan de la Cruz describe a un tiempo y con las mismas palabras, la fuga de una mujer para entregarse al amor carnal con su enamorado y el ejercicio místico, y como digo neoplatónico, de la  fusión de alma por amor con Cristo mismo.
Pero claro, en aquellos tiempos (San Juan de la Cruz murió en 1591) había cosas que los eclesiásticos no debían contar. De hecho esta poesía, bajo el título, contienen la siguiente nota: “Canciones del alma que se goza de haber llegado al alto estado de la perfección, que es la unión con Dios, por el camino de la negación espiritual”.
Tan largo subtítulo para tan corto poema parece dirigido a prevenir a quien se acerque a la obra, de que no ha de interpretarse desde el punto de vista terreno. Intenta decirle al lector incauto: “¡Ojo! No te equivoques, esto va del alma, no del cuerpo”.
Pero el inquisidor, el censor o quien fuese (quizás sólo fue un error), hizo algo más cambiando una sola letra.
En las estrofas finales, las que reflejan la gozosa lasitud de los amantes posterior al momento cumbre de la efusión, y fusión, amorosa, que yo, particularmente, considero las más sugerentes, San Juan de la Cruz escribe:
El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía…
Los versos no exigen mucha explicación. La amada, que como he dicho  escribe en primera persona, acabado el lance, nos dice que, cuando corría una brisa en lo alto, ella jugaba con el cabello de su amante (con toda evidencia ¿verdad?) metiendo, sin duda, sus dedos en la maraña de pelo de su hombre y, tal vez, raspando levemente con sus uñas su cuero cabelludo.
¿Y qué hizo el pudoroso copista para enervar el erotismo de ese momento? Sólo sustituir una “o” por una “a”. Así que en algunos textos se lee:
El aire de la almena,
cuando ya sus cabellos esparcía…
Ahora ya no era la amada quien, en sugestiva imagen, acariciaba la cabeza de su amante despeinándole; ahora, por una sola vocal, quien hacía eso, intranscendentemente, era el aire de la almena.
Una pena ¿No?

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