miércoles, 17 de septiembre de 2014

LA MUERTE DE “PACO”

“Paco”, a pesar de lo que su nombre pudiera indicar, fue un perro callejero madrileño que, hacia finales del siglo XIX, fue prohijado por la más alta sociedad de la Capital.
Era frecuente verle en tertulias, restaurantes de moda (se dice que dormía en el Café Fornos), teatros, bailes, soirées y saraos. Por ser un importante protagonista de las crónicas de sociedad de la época, su fama traspasó la clase social en la que se movía y todo el mundo le conocía en la Villa y Corte. Aparecía en letras de cuplés y de coplillas; se le permitía la entrada a todos los locales “in” de Madrid y la gente, cuando le veía paseando galbanero por las calles, se agachaba a hacerle alguna carantoña.
Pero lo que le gustaba de verdad a Paco eran los toros. Se sentaba en una localidad del tendido 9 en el coso que por entonces estaba en el solar que hoy ocupa el Palacio de los Deportes y, terminada cada faena, “Paco” solía saltar a la arena, daba unos brincos acá y acullá y, en cuanto sonaban clarines y timbales anunciando la salida del siguiente toro, muy urbano, el perrito se retiraba a su localidad.
Pero el viernes 21 de junio de 1882 las cosas pasaron de otra manera. “Pepe el de los Galápagos” estaba en el ruedo intentando matar un novillo. Pepe tenía taberna abierta en la “Red de San Luis”, que era el punto de cruce de las dos calles que hoy conforman la Gran Vía con las de  Fuencarral, Hortaleza y Montera. Su singular nombre artístico provenía de que, frente a su taberna, estaba la Fuente de los Galápagos, que luego pasó a la plaza de Santa Ana y aún hoy se puede ver en el parque del Retiro.
Pepe, como digo, andaba intentando pasaportar al novillo pero parece que no era su día de suerte. Aburrido “Paco”, saltó a la arena y comenzó a dar vueltas alrededor de toro y torero ladrando a ambos mostrando su disgusto con la penosa interpretación que “el de los Galápagos” hacía de la suerte suprema. Pepe lo apartaba ora con el pie, ora con la muleta ora con el estoque, pero “Paco” seguía terne en su actitud de espectador defraudado.
No pudiendo alejar al perro, y quizás furioso por su fracaso, el diestro asestó una estocada al can en todo lo alto que ojalá, se dijo el público, se la hubiese propinado con el mismo tino al cornúpeta que tenía enfrente.
¡Bueno, bueno! Al respetable se le olvidó que lo era y quiso linchar al lidiador, pero gente moderada impuso la paz y Felipe Ducazcal, un agitador político profesional, fundador de la “Partida de la Porra”  y contertulio de “Paco” en Fornos, se llevó al perro a un veterinario que nada pudo hacer por la vida del chucho que, al poco tiempo, entregó el espíritu (¿).
Fue disecado y, tras pasar algunos años en una taberna madrileña, fue dado a la tierra en algún lugar del Retiro, aún pendiente de localizar.
Requiescat in pace, “Paco”, hijo de mi corazón.

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