jueves, 10 de agosto de 2023

CONCLUSIONES A MODO DE DESPEDIDA DE UN CASI MONARQUICO


Una aclaración antes de cerrar esta serie sobre la 1ª República Española. Yo no soy republicano, de acuerdo; pero tampoco creo ser monárquico.

No encuentro razones definitivas para ser una cosa u otra aunque, para ser sincero estoy más cerca de la monarquía que de la república.

La principal crítica que se le hace a la república en España es lo desastrosos que han sido los resultados en sus dos experiencias republicanas, pero tampoco es que los monarcas españoles se hayan hecho acreedores a estruendosas ovaciones desde el siglo XVII: Felipe III fue un abúlico mórbido, Felipe IV un obseso sexual, Carlos II un ser “hechizado”, Felipe V un psicótico incapaz de gobernar; Luis I un niño, Fernando VI un depresivo bipolar, Carlos III una rara excepción en el canon monárquico español, Carlos IV un débil incapacitado para gobernar siquiera su propia familia, Fernando VII un bellaco, Isabel II una erotómana, Alfonso XII conseguiría la estabilidad a base de pucherazos en las urnas y Alfonso XIII toleró (si no promovió) una dictadura.

Se comprenderá que me cueste bastante esfuerzo declararme monárquico, pero alguien, tras explayar yo una enumeración parecida a la que acabo de hacer, me dijo que eso demuestra la fortaleza del sistema monárquico, que es capaz de flotar por encima de la calidad de los propios reyes. Puede ser.

Las críticas a la monarquía se encierran en dos. Por un lado lo costosa que es la corona. No sé; no alcanzo a ver qué gastos “superfluos” ahorraría la república. ¿Es que los republicanos dejarán de cuidar los jardines de la Sabatini? ¿Es que se licenciará a la Guardia Real y se enviará a sus miembros al paro? ¿Es que piensan derruir el Palacio Real y construir apartamentos sociales? (Recordaré que don Manuel Azaña trasladó allí su residencia) ¿Es que se van a eliminar los ágapes en honor de las visitas de mandatarios extranjeros de primer nivel? De verdad que no entiendo dónde estaría el pretendido ahorro. Y ello sin contar el costo económico añadido que supondrían unas elecciones presidenciales cada cuatro o cinco años.

La otra crítica es la marginación del pueblo en el proceso hereditario. Bueno ¿Y qué? ¿Es que cada cuatro años cambiamos de bandera, o de himno, o de nombre de la nación? Entonces, ¿Por qué cambiar de Jefe de Estado?

Si el Jefe del Estado se limita a cumplir lo que hoy es el título II de la Constitución, es absolutamente indiferente cuál sea su procedencia. Lo sustantivo es, sobre todo, su capacidad (y actitud) de arbitrar con absoluta imparcialidad. Si se me garantizase la neutralidad del elegido, a mí me daría igual que fuese cooptado entre los monjes de Burgos que entre los delineantes de Oviedo. A mí y a cualquiera que se dé cuenta de que no gobiernan ni un rey constitucional ni un Presidente de la República.

Naturalmente que la monarquía incorpora una dificultad en principio; un Presidente, si lo hace mal, puede ser sustituido cada vez que haya nuevas elecciones, mientras que no existen elecciones a monarca. Bueno, eso no es insalvable, pues el artículo 59 de la actual Constitución prevé la incapacidad del rey, así que solo haría falta tipificar las causas de incapacitación e instrumentar el sistema de impeachment. Y esto tendría el mismo vigor para un rey que para otro tipo de Jefe de Estado.

 Me pregunto cuál es el interés de un partido político en que salga elegido como Presidente el candidato presentado por él. ¡Hombre! Todo parece apuntar a que ese partido espera sacar algo en limpio, porque en caso contrario no gastaría sus esfuerzos y su dinero en sentar a “su” hombre en la cúpula de España. Y, desde luego, es difícil que un partido lleve a un tío hasta el poder y luego éste no se vea obligado a “mostrarse agradecido” (acepto que acaso involuntariamente) a quien le aupó. Pero un rey no debe agradecimiento a nadie, por lo que ofrece, en principio, mayores garantías de neutralidad.

Pero lo que más me atrae de la monarquía es que supone un vínculo del ciudadano con España como concepto intelectual, histórico y moral, con sus costumbres, con sus prohombres, con sus símbolos, con sus héroes… Por su parte un presidente evoca sólo al partido que lo encumbró e, inevitablemente, genera un porcentaje más o menos importante de españoles que se siente velis nolis representado por él. Eso, y la periódica división en “dos españas”, es otro costo social adicional del sistema republicano. Recuerdo cómo Santiago Carrillo sobre el año 2000, al ser interrumpido en una conferencia que daba en la Universidad por jóvenes que reclamaban la república, los calló desde el estrado con una sola frase:

-Les recuerdo que si hoy hubiese república el presidente sería Aznar.

La muchachada se calló, porque lo que esperaba era que el presidente fuese “de los suyos”; si no, no querían república. ¿Por qué? ¿Acaso porque no se buscaba la neutralidad en el Jefe del Estado, sino su parcialidad favorable?

Neutralidad y no actuar en el ámbito reservado a los políticos (como equivocadamente hicieron Isabel II, Alcalá Zamora y Azaña): con eso es suficiente. Y si el Jefe del Estado reúne ese par de virtudes, me parece algo absolutamente baladí la forma en que alcanzó la jefatura.

Gracias, AMIGUETE, por leerme y… ¡Hasta la próxima!

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