jueves, 10 de agosto de 2023

LA REPUBLICA TOCA A SU FIN

 


Recordemos que, dimitido Salmerón el 7 de septiembre, las Cortes habían nombrado nuevo Presidente del Poder Ejecutivo a Emilio Castelar al que se le concedieron poderes extraordinarios y, además, para mayores facilidades de gobierno, el día 20 se suspendiendo las sesiones parlamentarias hasta el 2 de enero de 1874. Ahora, llegada esa fecha, los españoles esperaban que don Emilio diese cuenta de los logros obtenidos, así que a las 3,15 de la tarde, don Nicolás Salmerón que era el presidente del hasta entonces clausurado Parlamento, abrió la sesión “reinaugural”.

El pueblo español estaba muy preocupado con lo que saldría de aquella sesión. Los unos se temían que se le otorgase la confianza de nuevo a Castelar y que éste, presionado por los intransigentes, aplicase una política federalista y contraria al ejército; los otros porque preveían la posibilidad de que se le renovasen los poderes extraordinarios y continuase la política de derechas ejercida el último trimestre.

La cuestión es que los prohombres republicanos, entre ellos nada menos que sus tres predecesores Figueras, Pi i Margall y Salmerón, se habían confabulado para negarle la confianza

Pero es que además Castelar, como resumen de aquel período con poderes casi omnímodos, hubo de reconocer que la situación de la guerra contra los carlistas se había agravado y, como todo objetivo alcanzado, no pudo ofrecer otra cosa que una mejora sustancial del orden público y la casi total desaparición de la indisciplina en el ejército (sin mencionar, desde luego, la utilización al por mayor de la pena de muerte).

Entre su discurso, el de Nicolás Salmerón y las intervenciones de otros diputados se alcanzaron las 13 horas y media de debates. Pero Castelar, muy pagado de sí mismo y seguro de que la Cámara estaba a su favor, aparte de exhibir su florida prosa, no consigue presentar grandes éxitos. Sobre los problemas económicos sólo menciona el elevadísimo costo de la guerra; sobre Cuba, no mucho más que autoalabanzas por lo bien que se lidió el asunto del barco contrabandista Virginius y un apunte somero sobre la abolición de la esclavitud; nada sobre el bandolerismo, ni sobre las ocupaciones de tierras, ni sobre la pobreza imperante[1], ni sobre lo que hoy se llamaría “brecha social”, ni sobre el erario público…

A las 5 de la madrugada del 3 de enero de 1874 se votó una moción de confianza y don Emilio Castelar fue derrotado por 120 votos en contra y sólo 100 a su favor. Los historiadores y cronistas coinciden en que la decisión de la Cámara le sorprendió.

El general Pavía, a la sazón Capitán General de Madrid, aguardaba en la Cervecería Inglesa[2], de uniforme y con su caballo fuera sujeto por un asistente, el resultado de la votación. En cuanto ésta termina alguien le informa  del desenlace y, automáticamente, pone en marcha la maquinaria militar que había previsto para la ocasión.

Mientras, dentro del Parlamento se había decidido votar para encontrar un candidato que sustituya al recién derrotado Castelar. Eran las 6.55 de la mañana cuando se inicia la votación que, en cierto momento pasa a ser dirigida por el vicepresidente de la Cámara. Tras haber votado todos los diputados, cuando se iba a iniciar el escrutinio, vuelve a su puesto el presidente Salmerón con un papel en la mano diciendo que ha recibido una nota del general Pavía en la que se conmina a los diputados a desalojar “el local”. El Parlamento está rodeado por tropas a las que, durante la votación, ha dado tiempo a llegar desde sus acuartelamientos. Los guardias civiles de escolta en el Parlamento, se ponen también a las órdenes de Pavía.


 

Ni aun así los parlamentarios pueden refrenar sus instintos dialécticos. Unos opinan que el escrutinio debe continuar, otros que debía suspenderse, los de más allá sugieren que en momentos tan críticos debería “devolverse” la confianza a Castelar, los de aún más allá naturalmente se oponen, alguno más ordenancista cree que se debería destituir a Pavía oficialmente de su cargo de Capitán General de Castilla la Nueva con pérdida de sus condecoraciones… Y mientras, desde luego, las unidades militares recién llegadas se van desplegando alrededor del Congreso[3].

Dentro, los diputados se muestran muy heroicos haciendo la mayoría de ellos grandes protestas de preferir la muerte a la rendición; alguno incluso reclama armas para defenderse, pero sólo son palabras bonitas y buenas intenciones; en cuanto suenan algunos disparos dentro del edificio, los diputados, más o menos ordenadamente (más bien menos) abandonan el Parlamento. En ese momento los relojes daban las 7,30 de la mañana.

Castelar se encuentra en el pasillo con Pi i Margall y le dice lamentándose:

-¿Quién podía imaginarse esto?

A lo que Pi le responde con cierta punzante conmiseración:

-Cualquiera menos usted, don Emilio.

Y era cierto. Aparte de una tensión impalpable pero perceptible en toda la capital en los días previos, los mandos de las unidades militares que participaron en el golpe estaban al cabo de la calle. Los periódicos de fechas anteriores al día 2 ya iban poniendo en guardia a soldados y trabajadores en previsión de lo que impepinablemente se avecinaba. Sólo un par de días antes la prensa federalista ponía en guardia a los soldados para que no obedeciesen a los generales o mandos que gritasen: ¡Viva don Alfonso de Borbón![4] o ¡Viva la República Unitaria![5], y no se dejasen arrastrar contra la soberanía legítima[6].

La noche del 2 al 3 de enero, mientras los diputados discutían sobre si era mejor ser demócrata o ser republicano, si era preferible la libertad a la democracia, si el presidente, a pesar de su federalismo, había sido un gobernante conservador o cuestiones de similar calado, en domicilios de los alrededores del Parlamento se habían reunido a pasar la noche a la espera de acontecimientos (ergo los esperaban, y no como Castelar) personajes como el general Serrano, el almirante Topete, y Práxedes Mateo Sagasta en un domicilio particular la calle del Sordo[7], o Cristino Martos, José Echegaray y otros radicales en otro domicilio de la calle San Agustín.

Una vez quedó el congreso vacío de diputados y visitantes[8], Pavía, que no tenía otra autoridad que la que le conferían sus tropas, convocó en el edificio a muchas personalidades que habían sido decisivas desde tiempo de Isabel II pero que ahora estaban apartadas de la política. Allí se vio a los ya citados Cristino Martos, Echegaray o Sagasta, pero también, entre otros, a Nicolás María Rivero, Manuel Becerra, Cánovas del Castillo, José Elduayen… y a los generales José y Manuel Gutiérrez de la Concha, Echagüe, Caballero de Rodas, Serrano Bedoya, al también ya citado almirante Topete… Se habían reunido representantes de todos los partidos excepto de los carlistas y de los cantonalistas.

Lo que en realidad había intentado Pavía era mantener en el cargo a Emilio Castelar, pero haciendo que gobernase con una política de derechas, republicana unitaria y promilitarista.  Así que, terminada la “movida” en la Carrera de San Jerónimo, el general envió a un ayudante a buscar al defenestrado para pedirle que regresase y se incorporase al nuevo gobierno como jefe del gabinete. El ayudante lo encontró antes de llegar a su casa, pero don Emilio, oído el mensaje, se negó a  volver por simple dignidad.

Conocida por Pavía la renuencia de Castelar a presidir el gabinete, designó (!) nuevo Presidente del Poder Ejecutivo al general Serrano y para sí mismo no aceptó puesto alguno en el nuevo gobierno.

Así, de forma tan abrupta, cayó el telón sobre el primer escenario republicano español.

Tengo para mí que la República se ahorcó a sí misma con la soga utilizada para subir o bajar dicho telón.

 

 

 

 

 

 



[1] Se hizo una campaña para que el dinero que los españoles gastaban en tarjetas de felicitación de Año Nuevo, aquel año lo empleasen en limosnas a los más desfavorecidos.

[2] La Cervecería Inglesa estaba en el número  24 de la Carrera de San Jerónimo, haciendo esquina con la calle del Lobo (hoy Echegaray). Era el edificio donde actualmente está el Teatro Reina Victoria.

[3] Recuerda cuando, en 1453, la intelectualidad bizantina discutía sobre si los ángeles tenían sexo y cuál sería este, mientras los turcos rodeaban la ciudad, que terminaría cayendo en sus manos.

[4] A esos generales «¡matadles!»

[5] A ese mando «contestadle a bayonetazos»

[6] A quien os arrastre, «acribillad sus corazón a balazos» y «despedazad su cuerpo»

[7] Hoy calle Zorrilla.

[8] Los diplomáticos salieron con la guardia formada y al son de marchas militares que interpretaba la banda de la unidad que tenía tomado el Congreso.

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