La
figa es ese gesto en que el que lo realiza mete su dedo pulgar entre medias de
los dos siguientes, el índice y el corazón. O sea, la falange distal del pulgar
entre las falanges proximales de los dedos índice y corazón, llegando a asomar
la primera por en medio de las otras dos. Desde tiempos de los romanos se
conoce como un signo de burla o de desprecio, como atestiguan Juvenal y Marcial
entre otros, y, sin ningún género de dudas, esquematiza una penetración; un
acto sexual.
La
palabra “figa”, en castellano antiguo fica,
etimológicamente, viene del italiano ficcare,
que quiere decir simplemente meter. Probablemente esa palabra italiana sea también el origen
etimológico del to fuck británico o
del ficken alemán que, en ambos caso,
se refieren a la práctica del coito.
La
relación de la palabra “figa” con “higo” (o “figo”, del latín ficus), vulgarismo para referirse al
órgano sexual femenino, está menos clara.
Pero
la figa ha tenido también un papel importante como amuleto protector de las
adversidades, los enemigos y, más concretamente, del mal de ojo. De he hecho,
no son pocas las imágenes góticas en que se ve al Niño Jesús con una figa
colgando de su cuello.
Santa
Teresa de Ávila llevaba dos años sufriendo las asechanzas del Maligno y ella le
rogaba a Dios que le evitase aquellas tentaciones. Llegó a contar que el Señor
mismo se le apareció en diversas ocasiones para tranquilizarla.
Al
saberse aquello, los sacerdotes, atemorizados y creyendo que estaba
endemoniada, eludían oírla en confesión. Incluso la jerarquía pensó seriamente en exorcizarla.
Pero el jesuita Baltasar Álvarez, que sí la confesó, decidió que las visiones
divinas que tenía la futura santa eran de origen satánico y que, en
consecuencia, cuando las tuviese, para anularlas Teresa debería hacer la señal
de la Cruz y presentar una figa.
Esto
es muy curioso. Santa Teresa sabía lo que de obsceno (además de pagano) se
encontraba en un figa, por lo que ella misma reconoce que era un tremendo
sufrimiento la presentación de ese signo. Le pedía perdón a Dios por hacer
aquello aunque se escudaba en que no hacía otra cosa que seguir las instrucciones
de su confesor. Ella misma escribió que el Señor le había dicho que no se preocupara
por ello.
Parece
natural pensar que cuanto mayor sea la porción de pulgar que asome por entre
las falanges de los dedos índice y corazón más cantidad de insulto recibirá el
destinatario del gesto, así que, poco a poco, el digital insulto fue trasladando
su protagonismo al dedo central, el más largo de los cinco, que ahora aparece
enhiesto con sus tres falanges, entre medias de los dedos índice y anular más o
menos (depende de la habilidad del insultador) doblados. El dedo corazón queda
así como un símbolo fálico.
El
gran polígrafo y paremiólogo José María Iribarren, afirma que esto de manejar
burlonamente el dedo ya se puede leer en el libro de Isaías (58,9): “Si
arrojares lejos de ti la cadena y cesares de extender maliciosamente el dedo y
de charlar neciamente …” Pero esto es dudoso, porque muchas de las traducciones
bíblicas (sobre todos las protestantes) se refieren a “amenazadoramente el
dedo” o a “acusadoramente el dedo”; lo contrario de un “maliciosamente” que nos
conduciría a una actitud picaresca por parte del propietario del dátil.
La
práctica de ese gesto, en España, se llama “hacer la peseta” y tal locución no
es sinónima, como erróneamente cree la Real Academia Española, a la de “dar o
hacer un corte de mangas”; son cosas distintas.
Según
cuenta también Iribarren, Rodríguez
Marín (1855-1943) contesta a una pregunta al respecto indicando que la
expresión “hacer la peseta” proviene de la configuración de la llamada peseta
columnaria, en cuyo dorso se podía ver una columna y cinco reales (pues era un
peseta “colonial” con un real de más, igual que una guinea británica era una
libra “colonial” de 21 chelines en lugar de los 20 habituales). El dedo
enhiesto sustituía a la columna y los 5 nudillos de los dedos a los 5 reales.
“Hacer
la peineta” es un sintagma nuevo en la lexicografía hispana inventado por el
entrenador de fútbol Luis Aragonés que, evidentemente, quiso decir “hacer la
peseta” pero se equivocó diciendo lo que no correspondía. Existe una acepción
de hacer la peineta, pero la explicación a la misma se verá en el artículo
PONER LOS CUERNOS.
HISTORIA PARA AMIGUETES.- XXXII
17.01.11
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