sábado, 20 de abril de 2013

¿LA GRAN VIA DE MADRID FUE RUSA?

La Gran Vía de Madrid ha tenido diversos nombres. La primera parte, la anterior a Callao, se ha llamado Eduardo Dato, Bulevar y Avenida de Pi y Margall; durante unos meses de 1936, Avenida de la CNT, luego Avenida de Rusia y más tarde Avenida de la Unión Soviética. De Callao a la Plaza de España se llamó calle del Conde de Peñalver y ya, durante la Guerra,  Avenida de México. Terminada la Guerra, se denominó al conjunto Avenida de José Antonio hasta que, en la alcaldía de Tierno Galván, pasó a llamarse sólo Gran Vía, que es como hasta hoy la conocemos.
Pero todo esto me ha servido sólo para enmarcar una anécdota curiosa.
España había roto sus relaciones diplomáticas con Rusia, con motivo de asesinato de la familia del zar Nicolás II en 1918. Sólo tras  proclamarse en España la II República se reanudan esas relaciones (1933) y Stalin nos envió como embajador, ya iniciada la Guerra Civil (agosto de 1936), a un judío ruso llamado Marcel Rosenberg.
Era un hombre muy activo (demasiado) en la asesoría de la Guerra, hasta el punto de que el propio presidente del gobierno, Largo Caballero, se vio obligado a echarle en una ocasión de su despacho. Rosenberg acabó como la mayoría de los asesores soviéticos que pasaron por nuestra guerra; en 1937 fue llamado por Stalin a Moscú y… “nunca mais”.
Bueno, pues un buen día, los munícipes madrileños resolvieron dar un homenaje al único país que les echaba una mano. Así que decidieron dar el nombre de ese país nada menos que a lo que hoy es la Gran Vía.
Era el 4 de junio de 1937 y se reunieron en la esquina del nº 2 de la avenida buena cantidad de curiosos, algunos politicastros ociosos, el alcalde de Madrid, Cayetano Redondo  (que era tipógrafo), y el embajador Rosenberg.
Todos preparados para la ovación y el diplomático que descorre con torpe emoción la cortinilla que, hasta el momento de la inauguración, tapaba la chapa con la nueva denominación de la calle.
Tira del cordón Rosenberg y aparece a la vista del público un precioso cartel azul con la leyenda: AVENIDA DE RUSIA. Se oye la cerrada ovación de los presentes y sonríe abiertamente el tipógrafo, pero se le hiela la sonrisa entre los labios porque el embajador se gira hacia él y le espeta:
-Mais… moi…Mi no serrr embajadorrr de Rrrusia; mi serrr embajadorrr de Unión de Rrrepúblicas Socialistas Soviéticas.
Y se montó en su coche y se fue. Ahí se acabó el guateque aunque, eso sí, se ahorraron los canapés.
Con la proverbial agilidad del Ayuntamiento de Madrid, 5 meses después y sin solemnidad alguna, se cambiaron las placas y la afamada arteria pasó a llamarse Avenida de la Unión Soviética.

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