Francisco de Sandoval y
Rojas (1553-1625) había sido nombrado en 1599 Duque de Lerma por el rey Nuestro
Señor, Don Felipe, tercero de su nombre en la monarquía española.
Pero lo más importante
de este buen señor no era su título, sino su poder. Tenía, simplemente, la
autoridad de un rey porque, aunque no era “nada más” que un valido, se había
impuesto a una debilidad de espíritu y de voluntad tal del monarca que producían,
y aún hoy producen, vértigo. Y siendo Don Francisco hombre de grandes
capacidades, en la que más destacaba era en la de latrocinio. Contaré un caso
paradigmático.
En 1600, el Duque de
Lerma anunció que el rey y su Corte abandonarían Madrid al siguiente año y se
instalarían en Valladolid. La ciudad castellana pasaba así a convertirse en la
capital de España.
Lógicamente, los
grandes cortesanos se lanzaron a Pucela para conseguir su residencia en la
nueva capital. Pero, para sorpresa de los compradores, los precios de los
palacios en Valladolid estaban altísimos.
Bueno, esa era la
primera sorpresa, porque la segunda consistió en que el dueño de los palacios
vallisoletanos siempre era el duque de Lerma (o gente de su banda), que los había
comprado a bajo precio cuando Valladolid sólo era una ciudad periférica a 5
días de camino de Madrid.
El alto precio del suelo
en Valladolid hizo que muchos nobles tuviesen que vender sus propiedades en
Madrid para poder pagar sus compras en la ciudad castellana. Y, claro, como
Madrid, ya sin ser la sede real, volvía a convertirse en un simple “poblachón
manchego” y sobraban casas, los compradores de los palacios madrileños pagaron
precios irrisorios y los vendedores no tuvieron más remedio que malvender.
Llegó Su Majestad a
Valladolid en 1601 y allí se estableció.
Pero en 1605 el Duque
de Lerma anunció que la corte se volvía a Madrid. E, igual que hicieran un
lustro antes, los nobles se vinieron a la recuperada capital a buscar sus
residencias. Y, exactamente igual que en 1600, descubrieron con sorpresa que
los precios en Madrid eran altísimos y que, vaya con Dios, casualmente otra vez
el propietario de los palacios madrileños era el duque de Lerma (o gente de su gang). No es difícil deducir que al
quedar Madrid medio despoblado por la marcha de la Corte, el duque compró todo
el suelo a la venta a muy bajo precio.
En resumen; compró en
Valladolid a bajo precio; subió su precio artificialmente y lo revendió. Luego
compró en Madrid a bajo precio; subió su precio artificialmente y de nuevo, a
los cinco años, lo revendió. Todo muy sencillo y muy limpio: ¡Admirable!
Del duque se ha dicho
mil veces que, para evitar ser juzgado, logró que el papa le nombrase cardenal protegiéndose
así bajo un fuero que le convertía casi en inviolable. El pueblo recitaba la
siguiente coplilla:
Para
no morir ahorcado
El
mayor ladrón de España
Se
vistió de colorado.
Pero si ese era su
plan, no le salió bien del todo porque, reinando ya Felipe IV, fue juzgado y
condenado a pagar 72.000 ducados anuales, más los atrasos fiscales de los 20
años que duró su valimiento con Felipe III.
No hay nada como aprender de los clasicos
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