María Amalia Josefa Beatriz de
Sajonia, la tercera mujer de Fernando VII, era, en el momento de su boda (1819),
sólo una niña a quien faltaban dos meses para cumplir los 15 años. El connubio
no tenía otro fin, claro, que conseguir un heredero para la corona española. Preferentemente
varón.
Hacia 1826 llegaron noticias a
Palacio de que las aguas del balneario de Solán de Cabras (Beteta, Cuenca)
actuaban de forma casi milagrosa sobre la fertilidad femenina. La misma nuera
del conde de Torremúzquiz, que era un destacado cortesano, podía dar testimonio
de ello.
Como se pensaba que la falta de
generación real se debía a la esterilidad de Dª. María Amalia, se decidió
llevarla al mencionado manantial en donde, con gran probabilidad, la “toma” de
sus aguas solucionaría los problemas ginecológicos de ella y los dinásticos de
todos los españoles.
El viaje entre Guadalajara y
Beteta, 145 km, es aún hoy, con coches modernos y carreteras asfaltadas un
auténtico tormento en el que no es fácil superar los 70 km/h de media, así que en
1826, en pleno mes de julio, por un camino de tierra poco utilizado, lleno de
piedras y polvo, con un traqueteo incesante, bajo un sol inclemente y a
temperaturas infernales, estaba siendo inhumano.
En cierto momento el rey,
goteándole el sudor por el rostro, se asomó por la ventanilla del coche real y
dirigiéndose al oficial de la Guardia que cabalgaba junto al vehículo le dijo:
-Me parece que de este viaje
vamos a salir todos preñados. ¡Todos… menos la reina!
La pobre María Amalia murió 3
años después sin que las aguas de Solán de Cabras (ni el atroz traqueteo)
hubiesen dado el resultado esperado.
HISTORIA PARA AMIGUETES.-
XXX
20.12.12
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