sábado, 13 de julio de 2013

ASESINATO DE SISSI

Luigi Lucheni era un parisino que hasta hacía poco trabajaba en Lausana como obrero de la construcción. La policía suiza sabía quién era y lo tenía fichado como un anarquista aunque de los flojitos.
Ahora, el 10 de noviembre de 1898, estaba sentado en el banquillo de los reos de un tribunal de Ginebra, donde se le acusaba del asesinato de S.A.I. Elisabeth Amalie Eugenie Herzogin in Bayern, más conocida como ]Isabel de Wittelsbach y Sissí para los amigos. Luigi declaró no conocer de nada a Sissí ni tener nada especial contra ella; ni siquiera contra Austria, pero que el atentado iba contra las clases aristocráticas cuyo lujoso tren de vida ofendía al estamento obrero.
Lucheni, a quien se puede ver en las fotos de la época sonriente, feliz e incluso ufano de su acción, no parecía estar ni mínimamente arrepentido de haberse llevado por delante la vida de una mujer, pero en una declaración final el juez le hizo ver que su víctima había llevado una vida desgraciada. Parece que entonces, inclinando la cabeza, el victimario susurró.
-Creí haber matado a una persona que vivía en una felicidad insultante.
Exactamente dos meses antes, en el ginebrino quai du Mont Blanc a orillas del lago Leman, dos mujeres estaban a punto de tomar un vapor que les llevaría a Territet, justo en la ribera oriental del lago. De repente un hombre choca con una de ellas que, por el golpe, cae al suelo. Nadie parece haberse enterado bien de lo ocurrido: un encontronazo, una caída y… no ha pasado nada. La mujer se vuelve a poner de pie y todo vuelve a la normalidad continuando ambas amigas haciendo cola para embarcar. Llegan al pie de la nave y suben por la pasarela. Minutos después zarpa el vapor y la chica (bueno, la chica en las pelis, porque es toda una matrona de 52 años) que antes había caído al suelo se desmaya.
La pobrecilla se echa la mano al tórax, su amiga le desabrocha el corpiño y descubre una mancha de sangre, como de una pulgada de diámetro, sobre el pecho izquierdo. Entonces se hace saber al capitán que la “enferma” es la emperatriz, con lo que se decide volver a Ginebra y desembarcarla. Habían pasado no menos de dos horas desde el “accidental” choque en el muelle.
La autopsia dijo que Sissí murió porque, en el topetazo en el embarcadero, alguien clavó en el imperial pecho un estilete finísimo que le llegó hasta el miocardio. Sin embargo, a pesar de tener el corazón lancinado…  ¡aguantó viva más de dos horas desde la agresión y, al principio, en pie y sin dolores!
Lucheni fue detenido por los viandantes y entregado a la poli. El tío confesó sin mayores problemas y fue condenado a cadena perpetua y, aunque en Suiza no la había, exigió para sí la pena de muerte.
Se la denegaron. Pero poco a poco se fue volviendo majara y doce años después de su crimen, se suicidó colgándose del pescuezo con su cinturón.

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