martes, 23 de julio de 2013

EN EL MISMO IDIOMA (O MUERTOS)


La Academia Francesa, fundada por Richelieu en 1635, tenía en su origen, como principal función, dar reglas seguras al idioma. La cuestión era importante pues en esa época, en Francia, aparte de existencia dialectos, se observaba una gran separación entre el habla popular y el habla culta.
Pero pese al carácter obligatorio de las normas emanadas de la Academia, la distancia entre ambas formas de expresarse siguió creciendo hasta que, un buen día, siglo y medio más tarde, llegó la Revolución Francesa.
Como es sabido, según la fonética francesa, el diptongo “oi” se pronuncia como “uá” (p. ej.: bois, bosque o madera,  suena “bua”), pero resultaba que en el francés culto se pronunciaba como “e” abierta; es decir, los nobles no decían “bua” para decir bosque, sino “be”.
Esto fue la perdición para bastantes aristócratas pues los revolucionarios, a quienes decían de sí mismos que pertenecían al pueblo llano, les ponían a leer en voz alta algún texto en el que aparecían palabras que contenían el fonema “oi”. Por un automatismo mental, muchos no podían evitarlo y se les escapaba algún “pé” por “pua” (pois, guisante), “me” por “mua” (mois, mes) o “fe” por “fua” (foi, fe), delatando así su pertenencia a la clase alta y, por lo tanto, poniéndose ellos solitos caminos del cadalso
Desde entonces el patriciado aprendió, quieras que no, por simple espíritu de supervivencia, la normativa de l’Académie y así el idioma francés se unificó. No hizo falta nueva preceptiva académica al respecto.
A la fuerza ahorcan (bueno, guillotinan).

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