A la muerte
de Alejandro Magno (323 a. C.) su imperio quedó repartido entre sus generales,
a los que se conoce como diácodos
(sucesores). Pronto su ambición les llevó a pelear entre ellos y así
anduvieron durante 20 años.
Uno de
estos diácodos, Antígono, al que, por tuerto, el pueblo apodó Polifemo y la Historia Monoftalmos, asediaba
la ciudad ática de Megara que, aunque había correspondido en el reparto al general
Antipatros, ya se la había madrugado, manu
militari, otro general: Casandro.
Cuenta
Polibio que en una batalla en los alrededores de Megara, las tropas de Antígono
atacaron a las sitiadas con elefantes,
pero los de Casandro, para defenderse, untaron con grasa a los cerdos de la
ciudad y, tras prenderles fuego, los lanzaron contra el ejército de
proboscídeos.
No tanto
por las llamas, que pronto se apagaron, como por lo horrísono de los chillidos
que daban los gorrinos debido al escozor que les producían las quemaduras, los
elefantes, asustados, se desmandaron y la ciudad se salvó.
Pero
Casandro aprendió la lección y, desde entonces, ordenó que sus elefantes, como
parte de su instrucción, conviviesen con los cerdos para que se acostumbrasen a
sus gruñidos y estridentes gritos.
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