Muerto inesperadamente el zar Alejandro III, ascienden al trono Nicolás II y la zarina Alejandra, alemana de nacimiento. El 14 de mayo de 1896, en la catedral moscovita de Uspensky, se produce la coronación del nuevo zar.
Además
de la ceremonia oficial y las celebraciones en palacios y embajadas, el
padrecito zar, para cuatro días después de su coronación, convoca una fiesta popular
para 500.000 rusos en un lugar llamado Khodynka. La “juerga” consistía en la
entrega al pueblo de unas bolsas de regalo que contenían un panecillo normal,
otro de jengibre, una salchicha, unas galletas y una taza con una inscripción
alusiva a la coronación.
La
elección de la explanada de Khodynka, aunque era un campo de entrenamiento
militar lleno de zanjas, no era casual, pues aquello se consideraba como el
centro espiritual del imperio lo que, de alguna forma sutil, confería un plus
de legitimidad a la coronación del zar.
Se
habían instalado varios escenarios para los músicos que amenizarían la fiesta,
150 puntos de reparto de los regalos y 20 barras de bar para servir cervezas y
vodka. Para la cobertura de seguridad el Gran Duque Sergio desplegó sólo un
escuadrón de cosacos y un puñado de policías.
Las
bolsas se iban a empezar a entregar a las 5 de la mañana del día 18. Pero en
cierto momento se corrió la voz de que no había tacitas suficientes para todos
los asistentes, así que se formó un movimiento de ansiedad colectiva que pronto
se convirtió en pánico en el que, arrollándose unos a otros en dirección a los
puntos de reparto, quedaron sobre la tierra nada menos que 1.389 muertos y unos
2.000 heridos.
A
los zares, que tenían prevista una visita a la fiesta, cuando llegaron se les
quiso ocultar la realidad metiendo los muertos en los carruajes en los que los mujiks habían llegado hasta allí e,
incluso, escondiéndoles debajo de la propia tarima elevada que los mismos
soberanos iban a ocupar.
Pero
claro, se enteraron. Realmente, para el por entonces supersticioso e inculto
pueblo ruso, aquello fue un mal presagio de cómo sería el reinado de Nicolás.
Desde luego, si era un presagio acertó de pleno.
Los
zares se pasaron la noche recorriendo hospitales y depósitos de cadáveres, pero
al día siguiente estaban convocados para un baile en la legación francesa.
Naturalmente que ellos lo que querían era acompañar a su gente en su luto, pero
los Grandes Duques les presionaron alegando el desembolso tan inmenso que había
hecho el país galo, que había traído desde Versalles, tapices, cristalerías,
vajillas y nada menos que 100.000 rosas. Nicolás y Alejandra al fin cedieron y
asistieron al baile.
La zarina iba
con los ojos enrojecidos por el insomnio y el llanto, pero eso la gente no lo
sabía; lo único que sabía es que sus zares bailaban mientras ellos lloraban. El
pueblo ruso, que adoraba a su soberano, culpó a la zarina, así que la pobre
mujer tuvo que apechugar toda su vida con el mote de “Nemka”: perra alemana.
HISTORIA PARA
AMIGUETES.- XXXVII
21.02.13
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