domingo, 24 de febrero de 2013

TACITAS CONMEMORATIVAS PROVOCAN UN BAÑO DE SANGRE EN LA CORONACION DE NICOLÁS II


Muerto inesperadamente el zar Alejandro III, ascienden al trono Nicolás II y la zarina Alejandra, alemana de nacimiento. El 14 de mayo de 1896, en la catedral moscovita de Uspensky, se produce la coronación del nuevo zar.
Además de la ceremonia oficial y las celebraciones en palacios y embajadas, el padrecito zar, para cuatro días después de su coronación, convoca una fiesta popular para 500.000 rusos en un lugar llamado Khodynka. La “juerga” consistía en la entrega al pueblo de unas bolsas de regalo que contenían un panecillo normal, otro de jengibre, una salchicha, unas galletas y una taza con una inscripción alusiva a la coronación.
La elección de la explanada de Khodynka, aunque era un campo de entrenamiento militar lleno de zanjas, no era casual, pues aquello se consideraba como el centro espiritual del imperio lo que, de alguna forma sutil, confería un plus de legitimidad a la coronación del zar.
Se habían instalado varios escenarios para los músicos que amenizarían la fiesta, 150 puntos de reparto de los regalos y 20 barras de bar para servir cervezas y vodka. Para la cobertura de seguridad el Gran Duque Sergio desplegó sólo un escuadrón de cosacos y un puñado de policías.
Las bolsas se iban a empezar a entregar a las 5 de la mañana del día 18. Pero en cierto momento se corrió la voz de que no había tacitas suficientes para todos los asistentes, así que se formó un movimiento de ansiedad colectiva que pronto se convirtió en pánico en el que, arrollándose unos a otros en dirección a los puntos de reparto, quedaron sobre la tierra nada menos que 1.389 muertos y unos 2.000 heridos.
A los zares, que tenían prevista una visita a la fiesta, cuando llegaron se les quiso ocultar la realidad metiendo los muertos en los carruajes en los que los mujiks habían llegado hasta allí e, incluso, escondiéndoles debajo de la propia tarima elevada que los mismos soberanos iban a ocupar.
Pero claro, se enteraron. Realmente, para el por entonces supersticioso e inculto pueblo ruso, aquello fue un mal presagio de cómo sería el reinado de Nicolás. Desde luego, si era un presagio acertó de pleno.
Los zares se pasaron la noche recorriendo hospitales y depósitos de cadáveres, pero al día siguiente estaban convocados para un baile en la legación francesa. Naturalmente que ellos lo que querían era acompañar a su gente en su luto, pero los Grandes Duques les presionaron alegando el desembolso tan inmenso que había hecho el país galo, que había traído desde Versalles, tapices, cristalerías, vajillas y nada menos que 100.000 rosas. Nicolás y Alejandra al fin cedieron y asistieron al baile.
La zarina iba con los ojos enrojecidos por el insomnio y el llanto, pero eso la gente no lo sabía; lo único que sabía es que sus zares bailaban mientras ellos lloraban. El pueblo ruso, que adoraba a su soberano, culpó a la zarina, así que la pobre mujer tuvo que apechugar toda su vida con el mote de “Nemka”: perra alemana.


HISTORIA PARA AMIGUETES.- XXXVII
21.02.13

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