viernes, 8 de marzo de 2013

LA FALAZ GESTACIÓN DE EN JAUME I EL CONQUERIDOR.

Jaime I el Conquistador fue hijo de Pedro II “el Católico”, que reinó en Aragón entre 1196 y 1213, y de María de Montpelier (1180-1213).
María, a quien su padre, Guillermo, y la segunda mujer de su padre, Inés, habían casi desterrado obligándola a casarse a la poco oportuna edad para estas cosas de 12 años, y vuelto a obligar a casar, ya con 17, era, además de viuda y repudiada respectivamente de cada uno de sus maridos, horrorosa.
Con 24 años se une en terceras con Pedro II de Aragón. María aporta al nuevo matrimonio, además de dos hijas de su segundo enlace, el señorío de Montpellier que llevaba anejo el vasallaje de los señoríos de Béziers y Carcassonne. Era, con toda evidencia, una casorio de conveniencia.
Pedro II, a quien faltó tiempo para intitularse Señor de Montpellier, ni amaba al adefesio de su mujer ni se relacionaba con ella. La reina pasaba la mayoría del tiempo en sus posesiones y él por allí ni se arrimaba.
A quien sí se arrimaba era, el muy sinvergüenza, a todas las cortesanas y golfas que suelen acompañar a los poderosos y, habitualmente, más aún cuando están en campaña militar. Pero de entre ellas, el rey andaba enamoriscado de una que, por una vez, se mostraba esquiva a las salaces asechanzas reales.
imagen creado y propiedad de  Juan Ruiz (Juan Samu Horec)blog del ilustrador
Terrassa, Barcelona
Dibujante Ilustrador autoeditor fanzinero
Estando Pedro en Lattes y María en el castillo de Miraval (hoy propiedad de Brad Pitt y Angelina Jolie), un caballero indicó al rey que la dama esa de la que andaba prendado había cedido a sus deseos y que aceptaba yacer con él en torpe contubernio. Ponía la dama solamente una condición: que todo se hiciese a oscuras, pues el pudor la embargaba.
Aceptó el rey y, sin luz, todo se cumplió aquella noche como estaba previsto. Pero cuando parecía, por la frecuencia de los jadeos y ohdiosmíos que se oían desde el exterior, que todo estaba terminando, se abrió la puerta y, en tromba, entró en la estancia una patulea de prelados de la Iglesia, escribanos, caballeros, damas, pajes y, seguramente, algunos curiosos quienes, a la luz de los hachones, pudieron dar fe de que, como en un mal vodevil, la que estaba en la cama con el rey era… la poco agraciada reina.
Quedó el monarca todo cortado y enrabietado, pero los allí presentes alegaron que no habían tenido más remedio que usar de aquel ardid pues se temían que la corona iba a quedar sin heredero. El rey salió indignado de la habitación y exclamó: “Pues que el cielo quiera satisfacer vuestros deseos”  y desde entonces se apartó de María y no volvió a verla nunca más.
Enterado el pueblo del episodio, inició rogativas, novenas, quinarios, triduos y misas por la fecundidad de María. Parece que el respetable fue escuchado en el Cielo, pues el 2 de febrero de 1208, también en presencia de un puñado de cortesanos, la reina parió felizmente a En Jaume, fruto, como se ha contado, de un único encuentro sexual.
Una anécdota: para elegir el nombre del principito, María encendió 12 velas cada una con el nombre de uno de los apóstoles; la que durase más tiempo sin consumirse sería la que daría nombre al rorro. No hará falta que diga que ganó Santiago (también es verdad que santiagos había dos).

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